Lejos de traer aquí otra mini recompensa a los esfuerzos que uno lleva a cabo a la hora de afrontar una hoja en blanco. Esta vez quiero que este espacio me sirva de reflexión ante la dura realidad que supone no haber sido reconocido en ninguno de los múltiples concursos a los que me he presentado y que se han resuelto estos días. Uno confía en la templanza de su proyecto, pero a veces necesita de algún golpecito en la espalda. Algo falla y eso es lo que toca averiguar ahora. Aunque no se me ocurre otra cosa que seguir escribiendo. Todo es tan confuso, que cuando una vez más esta semana, he recibido los mayores elogios que un escritor puede tener por parte de sus lectores una vez leídas sus obras, de repente todo se difumina y se viene abajo por el ninguneo de todos aquellos que han leído estos días mis cuentos.
Sea como fuere, os dejo mi último micro, que creo tiene su miga, aunque una vez más no sea el que se lleve el gato al agua:
FALSO TESTIGO.
Después de veinte años de servicio como Juez, cinco de carrera y una vocación de por vida, mi profesión me sigue pareciendo un puente sobre aguas turbulentas. Hoy en el juzgado, el acusado se declara inocente, normal. El recurso del abogado defensor presenta un defecto de forma, normal. Mi presbicia apenas me deja ver las alegaciones de las partes y se comporta como un nublado delante de mis ojos, normal. Pero lo que no es normal, es que el testigo de cargo sea una calabaza, cuya única implicación en el caso, es su presencia en el lugar de los hechos por coincidir con la noche de halloween. Una imposición testifical que yo no apruebo y a lo que sorprendentemente se opone el fiscal, argumentando que tampoco es normal que yo aparezca en las vistas de mis compañeros disfrazado de Sherlock Holmes invocando justicia a sabiendas que soy un falso testigo.
Ángel Silvelo Gabriel
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