Cuando el Palacio de Vistalegre todavía no estaba lleno, Surfer Blood salió al escenario con ganas de demostrar a aquellos que todavía no estaban allí, que algún día se arrepentirían por su retraso. Un comentario que en un principio puede parecer pretencioso, pero que no se queda muy alejado de la realidad después de disfrutar treinta minutos de la música de estos jovencísimos californianos, y eso, que se les notaba algo temerosos encima de un gran escenario, ya que no en vano, dos días antes habían estado en Santiago de Compostela ante tan sólo 100 personas. Lo primero que nos llamó la atención del grupo, fue el particular movimiento sobre las tablas de John Paul Pitts, que junto a su jersey de pico, más bien parecía un muchacho al borde del inicio del baile de debut de cualquier colegio mayor americano. Un formalismo que contrarrestó con su bienintencionado castellano, un esfuerzo que el público asistente le agradeció por difícil que le resultase, y que mejoró cuando se puso hablar con su guitarra.
Con un sonido limpio y contundente, desmenuzaron sus actuación con Take it Easy, para seguir con Twin Peaks, Floating Vibes y Catholic Pagans, una selección de canciones que en algunos inicios nos recordaron a los solos de guitarra del mítico grupo británico de los sesenta The Shadows, y que en otras ocasiones, combinaron un sonido típicamente de epicismo sonoro con guiños a Morrissey o Psychedelic Furs, sin por ello, dejar de tener un sonido propio, que en ocasiones también nos recordó al de bandas escocesas de los ochenta como The March Violets o Blue Bells, en una mezcla de tendencias y sonidos perfectamente calibrados bajo las cuerdas de sus guitarras. Una pena que actuaran con la potencia del sonido a medio gas, porque de lo contrario, habrían dado un golpe más fuerte sobre la mesa para decirnos que ellos ya están aquí.
Con un sonido limpio y contundente, desmenuzaron sus actuación con Take it Easy, para seguir con Twin Peaks, Floating Vibes y Catholic Pagans, una selección de canciones que en algunos inicios nos recordaron a los solos de guitarra del mítico grupo británico de los sesenta The Shadows, y que en otras ocasiones, combinaron un sonido típicamente de epicismo sonoro con guiños a Morrissey o Psychedelic Furs, sin por ello, dejar de tener un sonido propio, que en ocasiones también nos recordó al de bandas escocesas de los ochenta como The March Violets o Blue Bells, en una mezcla de tendencias y sonidos perfectamente calibrados bajo las cuerdas de sus guitarras. Una pena que actuaran con la potencia del sonido a medio gas, porque de lo contrario, habrían dado un golpe más fuerte sobre la mesa para decirnos que ellos ya están aquí.
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