Todo artista que se precie de
ello, siempre ve su obra incompleta. De ahí, que las tentaciones de volver una
y otra vez a revisar y pulir aquello que en su día nos parecía maravilloso y
pasado un tiempo ya no creemos que sea tanto, es irresistible. Es verdad, que dentro
de esa perenne insatisfacción hay gradaciones, y uno no tiene por qué dar todo
lo realizado por incompleto o errado. Un ejemplo de ello son Igloo
y este 002, porque no podemos, sino agradecer, el rescate de aquellos temas que
por una u otra circunstancia, casi siempre caprichosa, quedaron fuera de sus
anteriores trabajos; o las nuevas capas musicales que le han dado a alguno de
sus grandes temas (para no perderse las dos magníficas versiones que hacen de Han solo, diferentes y a cual mejor), lo
que os habla sin ambages de la gran madurez de este grupo gallego, por cuyas
venas, fluyen y fluyen grandes cantidades de sangre teñidas de espectaculares
melodías y mejores canciones. Eso sí, una vez más, asistimos atónitos a ese
brillo inigualable de sus guitarras, pues si algo caracteriza a Beni
y sus muchachos es esa capacidad para sacar luz de las cuerdas de sus
guitarras. Magníficas, como siempre, pero también sobresalientes, excelsas,
soberbias..., diría yo.
A este nuevo, sí nuevo, 002,
podríamos tildarle como de «echando la vista atrás», pues no es solo una
revisión de sus canciones, sino que también desprende un aroma a ritmos de otros
tiempos. En concreto, en La reina
ourensana que abre el disco descubrimos matices de los mejores Gabinete
Caligari al inicio del tema, o también adivinamos ese guiño final a Alaska
y Dinarama: «ni tú ni nadie puede cambiarme, puede cambiarme».
Excelente canción. Otro apartado de este disco es el de las versiones que el
grupo hace de las canciones de otros. Aquí, hay que detenerse en, El bello verano, de Family, donde Igloo
nos deja muestras de la claridad de ideas que impregnan los acordes del grupo,
por no hablar de la mágica combinación de melancolía, magia e incluso morriña,
ejecutada con brillantez en forma de un medio tiempo irrepetible e infinito. Nina Kulagina, siempre ha sido una de nuestras
canciones favoritas, y aquí aparece disfrazada bajo la tenue capa de la
nostalgia; un tema que siempre nos va a emocionar y que es el contrapunto para
llegar a la segunda versión de este disco, Sugar
baby love, de The Rubettes; un tema arrebatador, dinámico y contagioso como
pocos, donde la voz de Beni enamora, pues nos traslada a
esos lugares donde lo imposible deja de serlo. Un hit que en este caso Igloo
hace suyo a fuerza de talento: «sugar baby love, sugar baby love...» Ausencia parcial de nuevo recala en las
aguas más tranquilas del grupo, en las que una vez más, caemos hipnotizados sin
necesidad de oponer resistencia. Una perfecta compañera de viaje antes de
ponernos a soñar con Hada, una nueva
versión en acústico de lo que son capaces de sacar de sus manos estos
inteligentes músicos llegados desde el noroeste español. Una vez más, la voz de
Beni
se nos mete dentro, como un cálido susurro: «no hay nadie que importe más», a
lo que hay que añadir esa acústica que alborota nuestros sentidos. Algo
parecido nos ocurre con Restos de un
naufragio, donde la limpieza del sonido que atesoran Igloo es tan inmaculada
que nos lleva a adorarla. Sencillez vertiginosa que nos desplaza por los
inigualables caminos por los que estos jóvenes gallegos nos proponen, igual que
si nos mostraran aquellos lugares que, por inhóspitos, nos resultan más bellos.
Han solo es una de esas pequeñas obras maestras de la música
española, e Igloo nos la regala por dos veces. En este primera versión,
acústica, somos capaces de tocar todas y cada una de las grietas de las que nos
habla Beni. Magistral visualización de la añoranza y el desamor:
«cierro el puño y no planeo, hierve la sangre; ahora que estaba listo, acaba
todo» y sigue en esa calma de la desdicha como nadie: «aunque me quede solo,
aunque ya nunca vengas, no te diré que es cierto que me muero por que vuelvas».
Una canción que está hecha para ser escuchada una y mil veces, y no por ello
cansarte de ella; magistral. Después de este empacho de genialidad anidamos en Momentos buenos, la última canción en
acústico de este disco preñado de buenas canciones. Igloo parece que se
recogen antes de marcharse a la pista de baile con los tres últimos remix. Todo es el primero de ellos, y en él,
adivinamos una nueva pátina del pasado en el sonido del grupo, pues el recuerdo
de Alaska
y Dinarama nos asalta de nuevo en esta invitación a visitar la pista de
baile de la mano de unos Igloo disfrazados de vampiros de la
noche. Las apuestas más movidas de este disco suben con la enérgica y arrebatadora
versión de Han solo, potente versión
de una de sus mejores canciones, donde las guitarras sobresalen hasta el
infinito. Aquí, Igloo, de nuevo, están tocados por la varita de la magia y,
entre esos guiños casi de rock duro, asistimos estupefactos a esta diferente y
genial versión que también recala en los ochenta, y que nos hace volar como
pocas canciones son capaces de despegarnos los pies del suelo. Un viaje al
pasado que termina con Sin mentiras,
arrebatándonos parte de nuestro pasado y nuestra memoria.
Excelente vuelta al pasado, la
del grupo pontevedrés, que están llegando a su punto más alto.
Ángel Silvelo Gabriel.
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