Quizá no haya una aventura más
apasionante que la propia vida, pero también, quizá, no exista un empeño más
duro que intentar retratarla. Eso es lo que hace Marco Tulli Giordana en La
mejor juventud que, primero, como un ambicioso arquitecto, diseña las
dolientes coordenadas del paso del tiempo, para después, cual experimentado escultor,
cincelar en tres dimensiones aquello que adivinó en dos sobre el papel. Levantar
la historia más reciente de Italia durante cuarenta años es un ejercicio que,
por imposible, es más meritorio si cabe, y al que Giordana se ha entregado
a lo largo de seis horas. La mejor juventud es el dibujo de la
sociedad italiana a través de la vida de dos hermanos que toman diferentes
caminos en la vida, cuando ambos, han contando con las mismas oportunidades.
Secuencias de acción-reacción que se prolongan a lo largo del tiempo como un continuo
cruce de caminos que nos va deparando latigazos y caricias que, poco a poco, se
transforman en las múltiples capas de pinceladas que posee un cuadro y que
determinan su resultado final. Colores de vidas que se van superponiendo y/o
tapando en las cuatro generaciones de italianos que adivinamos en este film
diseñado para la televisión (lo que no le impidió alzarse con el premio a la
mejor película David de Donatello del año 2003). Ese es, sin duda, su mayor
déficit, pues si hubiésemos podido disfrutar de esas otras escenas no tan
pegadas al discurso fílmico de los capítulos de una serie de televisión, quizá,
estaríamos hablando de una de esas grandes películas del cine italiano de todos
los tiempos, a la altura, sin duda, de La familia de Ettore Scola. No
obstante, este fresco de sensaciones, ideas y requiebros, nos dibuja en la cara
esa media sonrisa que nos acompaña cada vez que somos conscientes que estamos
asistiendo a esos testimonios de vida que merecen la pena ver, vivir y
compartir.
Nicola, al final, ese el ojo elegido por el director como hilo
conductor de esta intrahistoria italiana. Él, representa de una forma muy
cercana y acertada, esa nueva visión de la vida italiana alejada de los
estereotipos más sangrantes. Con una memorable templanza, Nicola va haciendo frente a las diversas adversidades que va encontrando
en la vida, y lo hace desde la libertad que siempre ha querido para él y para los
demás (acertadas escenas las de las despedidas en las puertas de las casas de
su mujer Giulia y de su hermano Matteo). En este sentido, Nicola se erige en el perfecto ejemplo
de la nueva Italia que hace frente a las viejas normas y costumbres de un país
siempre apegado al costumbrismo y a la violencia soterrada. Él, sin duda, es un
magnífico rayo de luz con el que Giordana nos proporciona un punto de
vista distinto de aquello que presuponemos de una forma equivocada.
En cuanto al discurso fílmico de
la película, la frialdad expositiva del inicio, en el que vamos asistiendo
impertérritos a los diferentes sucesos que les van ocurriendo a los personajes,
contrasta con la intensidad emocional de la segunda parte, donde los protagonistas
se van enfrentado a las consecuencias de sus decisiones iniciales, y donde la
vida, digamos, va ajustando cuentas a unos y a otros. Esa necesidad de libertad
que la propia juventud lleva tatuada en su ADN, es la primera de las grandes
ideas que nos muestra el director, a la que le siguen el primer amor de juventud
y la primera lucha por unos ideales distintos que derriben lo establecido. Todo
eso, en la segunda parte se torna en el retrato más cercano de la familia, en
el que asistimos de una forma mucho más sensorial y desgarrada a las
consecuencias de todo aquello que nos han ido contando. La vida es una
secuencia de acciones (acertadas o erradas), parece advertirnos el director, y
el resultado final de todas ellas es el punto final de nuestra existencia, y
por supuesto, de la película.
El arranque de todo ello en La
mejor juventud es un viaje al Cabo Norte en Noruega, y el the end de este travel, como no podría ser de otra manera, en una film que retrate el
paso del tiempo, es de nuevo este mismo viaje por parte de un miembro de la
misma familia pero de una generación posterior, cerrando Marco Tullio Giordana, de
esa forma tan caprichosa, el círculo de un conjunto de existencias que, tercas,
nunca quieren abandonar la senda preestablecida por el destino.
Ángel Silvelo Gabriel.
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