Apareció rodeado de tubos de pintura. «Huele a magia», se dijo. ¿Dónde
estoy? Y de repente apareció junto a otros a los que no les importaba ni su
abultado tamaño ni las inmensas huellas que dejaba sobre el lienzo mientras les
inmortalizaban entre mujeres gritando, toros que salían de la oscuridad o
guerreros muertos que, en su subconsciente, huían de él y su gran tamaño. No
sabía cómo explicarlo, pero al despertar sintió una enorme soledad que nada
tenía que ver con sus enormes dimensiones. O eso creía él, porque a su lado
descubrió un folio en el que habían dibujado una pequeña paloma, como las de
Picasso, y una frase que decía: «un abogado por muy tenaz que sea en sus
planteamientos nunca podrá ser imperturbable al paso del tiempo como un
dinosaurio, porque las huellas de sus actuaciones se pueden borrar con una sentencia
de apenas ciento cincuenta palabras».
Microrrelato de Ángel Silvelo
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