La desnudez de los sentimientos
expresados de forma parca, árida y, sobre todo, poética y sobrecogedora. Proleterka, en este caso, es el nombre
de un navío que surca los mares oscuros de los recuerdos y la vida; una vida
donde la única frontera a salvar es la distancia que reina en el silencio de
las emociones; emociones de personajes sin nombre, emociones extremas que
surgen como un iceberg en un océano frío y desolador donde el único refugio es
la palabra convertida en poesía. Escritura de paredes vacías exentas de libros,
paredes blancas como símbolos de un alivio necesario para continuar en mitad de
la tempestad…, en el suicidio de los recuerdos. Fleur Jaeggy de nuevo se
aísla en su propia partitura y nos ofrece un nuevo tour de forcé de la vida hecha literatura con mayúsculas. Nada falta
y nada sobra en la bella pulcritud de su escritura. Leer a Jaeggy es dedicarle
nuestro tiempo al virtuosismo que se esconde detrás de cada palabra, una
especie de contraseña que nos lleva a los territorios en los que no podemos
pedir auxilio. Ella nos propone la zozobra y a nosotros no nos queda más que
seguir escuchando las teclas de ese piano que no dejan de tocar y, con ellas,
desembarcar en esas otras Venecias
sumergidas bajo las aguas, donde lo único que tenemos que haces es dejarnos
llevar por la belleza.
Proleterka nos narra la
historia de un padre y una hija a través de los recuerdos; recuerdos de la vida
sin palabras que les acoge, y la distancia que enmarca a esos silencios; unos silencios
que son como el largo preludio de los recuerdos y más tarde la muerte. Hay
muchos presagios en esta novela iniciática que navega sin pudo sobre la vida,
los sentimientos, la familia o el sexo; y también muchos silencios que se
coronan como la única verdad al alcance de unos personajes que sólo buscan pasar
de perfil por todo aquello que no les gusta y, sobre todo, sin dar
explicaciones. Los mundos interiores que recogen las vidas de Johannnes y su hija son la expresión de
una desnudez existencial que se ancla una y otra vez en la imposibilidad de las
palabras; palabras proscritas, porque son meras explicaciones de aquello que no
se quiere vivir, de ahí que el silencio sea como un suicidio libremente
elegido, donde lo único importante es uno mismo, por más que nuestra vida sea
la intrahistoria de un naufragio. Proleterka = Proletaria, no es más que la
antítesis de ese naufragio en manos de la narradora. Silencios, atardeceres, soledades,
odios no expresados y sexo sin la más elemental ternura, se cruzan con la
avidez del paso del tiempo en forma de recuerdos; recuerdos tardíos pero
intensos donde proliferan el anonimato de unos personajes sin nombre salvo el de
Johannes —el padre la de la protagonista—,
Orsola —su abuela—. O la señorita Gerda. Reconstruir ese anonimato a través
de las palabras es la misión de una protagonista que intenta entender aquello y,
a aquellos, que para ella se quedaron sin nombre y que fueron arrasados por la desidia
de los recuerdos familiares. Familia de suicidas como nos recuerda la protagonista
si nombre de esta historia: «La nuestra es una familia de suicidas. De
aspirantes al suicidio. Las raras veces en que hemos tenido ocasión de pasar
algún tiempo, breve, entre parientes, el tema fundamental, el único tema por el
que cada uno de nosotros mostraba un cierto interés, era el suicidio. Las
tentativas fallidas. Ante lo demás, una indiferencia educada. A los familiares
no les interesa hablar de otra cosa. El tema 'quitarse la vida' siempre ha sido
más fuerte que los temas del dinero, las herencias, las enfermedades. Ni los
funerales eran tenidos en cuenta. Incluso si ofrecían un pretexto para
encontrarnos. Pocas veces nos perdíamos un funeral de familia. Generalmente se
celebraban en lugares turísticos. En lugares amenos. Con un lago. En el
banquete fúnebre no era infrecuente que alguien contara una de sus fallidas
tentativas de suicidio. Algunos vivieron muchos años».
Proleterka es el
crematorio de los recuerdos en el que sólo nos queda la posibilidad de introducir
un clavo de acero que no sea destruido por el fuego, para así, poder rescatar
una parte de la esencia del pasado, por mucho que sea un pasado donde la desnudez
de los sentimientos nos aboque al suicidio de los recuerdos.
Ángel
Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario