Hui tras matar a
mi amante después de nuestro fugaz
encuentro. Sin abogados que me pudieran dar alcance me perdí por las
rendijas de una alcantarilla que no contenía señales para el viaje de vuelta.
Y, así, aparecí en Málaga, donde al entrar en el Metro descubrí que el tiempo me
pertenecía. Me sentía infinita, como sólo lo pueden ser las leyendas. A mí, que
siempre me buscaron de una forma equivocada en cada esquina, detrás de cada
árbol, en la loma de la última montaña…, y que he acabado encontrándome a mí
misma en el cementerio de San Miguel bajo el eco de un epitafio: «Cabeza de
Gardenia». En ese momento sentí que ella era mía, como de los demás era el
poema Casi nada que él la dedicó tras
su muerte: «había muchas cosas que quería decirte antes de que te fueras...»,
tantas como palabras la recordarán cada día bajo el cielo protector, cerca de
la ciudad azul y la tierra caliente.
Microrrelato de Ángel Silvelo
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