Hay algo en la pintura de Antonio López que nos impulsa a buscar la pureza bajo el cielo azul de sus magníficas vistas urbanas. Su forma de ver la realidad se torna en un enigma que nos invita a todos aquellos que contemplamos su obra, a buscar ese otro significado que encierran sus cuadros urbanos. Como muy bien expresaba Caballero Bonald el pasado 24 de junio en El Cultural: “la muy aireada conjetura poética de que toda la realidad oculta un misterio, adquiere en el caso de Antonio López un impecable rango de paradigma”. Esta magistral lección que Caballero Bonald titula como La realidad exasperada, es el camino que muchos de los visitantes han recorrido a la hora de acercarse a la pintura de Antonio López, pero embrujados por su propio yo, lo hacen en sentido inverso, pues lo que más llama la atención al público es la incesante necesidad de identificar este o aquel edificio, esta o aquella terraza, su casa o su oficina… sin darse cuenta que otra de las grandes cualidades de la obra de este gran artista manchego es la búsqueda de la belleza a través del anonimato, porque Antonio López nos ofrece la posibilidad artística y estética de contemplar la belleza que cubre nuestras vidas, dotándolas de un significado superior al que poseen por sí mismas, sobre todo, desde el punto de vista estético y trascendental respecto a la batalla que nuestra existencia entabla contra el paso del tiempo.
Pero el espectador que acuda a ver la exposición no sólo contemplará esa confrontación entre el misterio y el tiempo, porque de lo que no podrá librase y salir indemne, es de la luz que desborda a sus creaciones, donde el sol es suplantado por su reflejo y el de éste sobre los edificios que caen embrujados ante la mirada de este prestidigitador de la pintura. Su maestría es tal, que en sus grandes perspectivas juega con nosotros sin que nos demos cuenta, pues en muchas de ellas, fija su atención en una parte concreta, que puede ser la central o no del cuadro, para ir difuminando sus pinceladas poco a poco, hasta convertirlas en meros apuntes que poseen la fuerza y la definición que sólo atesoran las obras de los grandes maestros de la pintura. Ese poder sobre el color y el trazo, alcanza momentos sublimes en la serie de flores (y en concreto, las rosas) que hay en la parte final de la exposición, lo que te lleva a preguntarte cómo hay tanto con tan poco, pues los pétalos apenas están sugeridos, pero son tan impactantes, que te dejan con la boca abierta.
La luz y su estudio, es sin duda, otro de los grandes hallazgos en la obra de Antonio López, que se postula como una artista concienzudo, perseverante y meticuloso cuando una y otra vez nos propone la quietud del instante y del tiempo atrapado en un segundo, porque esa es una de las esencias de su pintura, el poder detener el tiempo en apenas un instante que se hace infinito y maravilloso. Y como muestra de todo ello, podemos contemplar el laborioso estudio que está realizando sobre la Gran Vía madrileña y los diferentes edificios que pinta a distintas horas del día, que nos muestran un resultado inacabado, pero sencillamente sublime, porque como un mago todopoderoso, se impone a esa atmósfera de la ciudad de Madrid que también conoce, y de la que nosotros podemos disfrutar como observadores privilegiados.
Esa pasión con la que Antonio López se enfrenta a sus creaciones, es también la culpable de su dispersión y de la escasa culminación de sus obras, pero debemos admitir, que su pintura no precisa de ser meticulosamente terminada, porque sus cuadros a medio hacer, poseen en sí mismos la esencia de la obra completa. Un matiz que también podemos aplicar a sus esculturas, que buscan la perfección con un minucioso estudio de las proporciones humanas y que resultan deudoras de la escuela clásica, y a las que el artista de Tomelloso, dota de contornos limpios y volúmenes armoniosos para dejarlas a solas con su estudiado equilibrio, que tiñe de realidad cuando las da ese barniz externo, blanco en ocasiones o color carne en otras, para transformarlas en espectadores perennes de sus limpias y cuidadas líneas.
La exposición recorre una buena parte de su trayectoria artística, donde no sólo hay perspectivas urbanas y esculturas, sino que también podemos descubrir a ese otro Antonio López más desconocido, con algunos cuadros de su primera juventud en los que adivinamos alguna huella surrealista; o sus primeras aproximaciones al retrato con imágenes de su familia, para posteriormente desplazarnos a los bajorrelieves de la mujer descansando en la cama, realizados con diferentes materiales y colores que nos vuelven a mostrar la inquietud creativa de un artista curioso e insatisfecho, y que luego nos desplaza hacia sus bodegones y la serie de las flores, que de nuevo nos vuelve a situar en ese territorio íntimo, donde lo mágico y lo hiperreal se dan la mano y que no se sueltan en el profuso estudio de las cabezas de sus nietos.
La exposición seguirá abierta al público hasta el próximo 25 de septiembre en el Museo Thyssen de Madrid, como una forma de expresión artística que nos traslada a la búsqueda de la belleza a través del anonimato.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel
Pero el espectador que acuda a ver la exposición no sólo contemplará esa confrontación entre el misterio y el tiempo, porque de lo que no podrá librase y salir indemne, es de la luz que desborda a sus creaciones, donde el sol es suplantado por su reflejo y el de éste sobre los edificios que caen embrujados ante la mirada de este prestidigitador de la pintura. Su maestría es tal, que en sus grandes perspectivas juega con nosotros sin que nos demos cuenta, pues en muchas de ellas, fija su atención en una parte concreta, que puede ser la central o no del cuadro, para ir difuminando sus pinceladas poco a poco, hasta convertirlas en meros apuntes que poseen la fuerza y la definición que sólo atesoran las obras de los grandes maestros de la pintura. Ese poder sobre el color y el trazo, alcanza momentos sublimes en la serie de flores (y en concreto, las rosas) que hay en la parte final de la exposición, lo que te lleva a preguntarte cómo hay tanto con tan poco, pues los pétalos apenas están sugeridos, pero son tan impactantes, que te dejan con la boca abierta.
La luz y su estudio, es sin duda, otro de los grandes hallazgos en la obra de Antonio López, que se postula como una artista concienzudo, perseverante y meticuloso cuando una y otra vez nos propone la quietud del instante y del tiempo atrapado en un segundo, porque esa es una de las esencias de su pintura, el poder detener el tiempo en apenas un instante que se hace infinito y maravilloso. Y como muestra de todo ello, podemos contemplar el laborioso estudio que está realizando sobre la Gran Vía madrileña y los diferentes edificios que pinta a distintas horas del día, que nos muestran un resultado inacabado, pero sencillamente sublime, porque como un mago todopoderoso, se impone a esa atmósfera de la ciudad de Madrid que también conoce, y de la que nosotros podemos disfrutar como observadores privilegiados.
Esa pasión con la que Antonio López se enfrenta a sus creaciones, es también la culpable de su dispersión y de la escasa culminación de sus obras, pero debemos admitir, que su pintura no precisa de ser meticulosamente terminada, porque sus cuadros a medio hacer, poseen en sí mismos la esencia de la obra completa. Un matiz que también podemos aplicar a sus esculturas, que buscan la perfección con un minucioso estudio de las proporciones humanas y que resultan deudoras de la escuela clásica, y a las que el artista de Tomelloso, dota de contornos limpios y volúmenes armoniosos para dejarlas a solas con su estudiado equilibrio, que tiñe de realidad cuando las da ese barniz externo, blanco en ocasiones o color carne en otras, para transformarlas en espectadores perennes de sus limpias y cuidadas líneas.
La exposición recorre una buena parte de su trayectoria artística, donde no sólo hay perspectivas urbanas y esculturas, sino que también podemos descubrir a ese otro Antonio López más desconocido, con algunos cuadros de su primera juventud en los que adivinamos alguna huella surrealista; o sus primeras aproximaciones al retrato con imágenes de su familia, para posteriormente desplazarnos a los bajorrelieves de la mujer descansando en la cama, realizados con diferentes materiales y colores que nos vuelven a mostrar la inquietud creativa de un artista curioso e insatisfecho, y que luego nos desplaza hacia sus bodegones y la serie de las flores, que de nuevo nos vuelve a situar en ese territorio íntimo, donde lo mágico y lo hiperreal se dan la mano y que no se sueltan en el profuso estudio de las cabezas de sus nietos.
La exposición seguirá abierta al público hasta el próximo 25 de septiembre en el Museo Thyssen de Madrid, como una forma de expresión artística que nos traslada a la búsqueda de la belleza a través del anonimato.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel
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