Hysteria como estado mental donde desemboca el placer no consumado y la ansiedad busca al deseo. Hysteria como estado donde el alma se marchita por falta de atención. Hysteria como respuesta universal que la sociedad victoriana proporciona al complicado universo femenino para definir lo síntomas de insomnio, irritabilidad o falta de apetito de unas mujeres que se aburren por la falta de atención de sus maridos y la ausencia de protagonismo en una sociedad eminentemente machista. Ese es el planeta Hysteria donde habitan las mujeres de esta historia, que para trasgredir la represión sexual de la época que les ha tocado vivir, recurren a un tratamiento basado en el masaje genital, pero que en la película se queda en un mero apunte de vibraciones muy victorianas, porque ese es el gran talón de Aquiles de la misma, su encasillamiento en un mero juego de intenciones que finaliza en una típica comedia romántica, donde el amor termina convirtiéndose en el fin último del guión en detrimento de todo lo demás, y a fe que por lo expuesto es mucho, pero que en este caso, no pasa de lo anecdótico.
El film dirigido por Tanya Wexler es un potente caleidoscopio universal de sensaciones y sentimientos que desgraciadamente se queda en un mero apunte victoriano de la invención del primer vibrador, como elemento curativo del concepto de histeria manejado en la sociedad inglesa de finales del siglo XIX, y sólo eso. Por ejemplo, la vertiente más reivindicativa del prototipo de mujer concienciada de su posición en el mundo que le ha tocado vivido, y que está protagonizada por una siempre sonriente y optimista Maggie Gyllenhaal (Charlotte Dalrymple), es derrotado a conciencia a medida que avanza la película por la historia de sus empujes y retrocesos con el joven médico al que da vida Hugh Dancy, y que ejerce como prometedor médico ayudante del padre de la propia Charlotte en la consulta benefactora de la histeria colectiva que arrasa entre la mujeres de Londres. Un elemento apenas sugerido, y que acaba siendo más conciliador que revolucionario, pero que encuentra su contrapunto en los momentos donde el espectador puede reír con ganas y de una forma nada forzada, sobre todo, en las escenas donde se prueba el novedoso invento y en las reacciones que éste produce en las diferentes pacientes que lo prueban.
Como toda película de época inglesa, tanto la escenografía como el vestuario son exquisitos en los detalles y en la manufactura, jugando a parte iguales entre el formalismo más clásico y el punto excéntrico de lugares como el laboratorio eléctrico, donde Rupert Everett (amigo íntimo del doctor Granville) inventa accidentalmente el vibrador; un espacio impregnado de grandes dosis de imaginación y manierismo, que unidos a una luz casi ausente, recrean una atmósfera como de cuento de terror, como un perfecto paradigma, que convierte a Hysteria en un intento fallido de mostrarnos uno de los pasos más importantes en el camino de la liberación de la mujer, que desgraciadamente en este caso se pierde en la anécdota, como si todo fuera un juego de meras vibraciones victorianas.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
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