La Lisboa de Pessoa
es la de las tascas, bodegas y cafés que, en su mayor parte ya no existen, si
exceptuamos su preferido, el Martinho da Arcada, donde todavía
está vacía la silla en la que él acostumbraba a sentarse junto a sus gafas, o el
célebre A Brasileira, plagado de turistas que ávidos de conocimiento
borran una y otra vez las huellas del poeta. La estatua esculpida en la terraza
del local nos habla de esa posibilidad de traspasar la barrera del tiempo por
parte del artista. Muy cerca de allí nació Pessoa, en el Largo de San Carlos número cuatro (un inmueble que se halla frente
a la Ópera de Lisboa -Teatro de San Carlos-) y también fue bautizado (en la Iglesia
de Los Mártires del Chiado), y casi al lado de ambas se halla la librería
más antigua del mundo, la librería
Bertrand, en la misma Rua Garrett, haciendo de testigo de todo este
enjambre pletórico de recuerdos y melancólica nostalgia donde reposar los
sueños (aunque ahora en sus escaparates solo haya ejemplares de Dan
Brown), los propios y los ajenos, mientras en nuestra mente resuenan
los ecos del famoso poema Autopsicografía:
“El poeta es un fingidor. / Finge tan
completamente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que en verdad siente/ Y,
en el dolor que han leído,/ a leer sus lectores vienen / no los dos que él ha
tenido,/ sino solo el que no tienen./ Y así en la vida se mete,/ distrayendo a
la razón,/ y gira, el tren de juguete/ que se llama el corazón”.
Ese cinismo inteligente
revienta el alma de todos aquellos que no pueden fingir. El creador sufre y se
debate entre su propio dolor y la insatisfacción de ver ese dolor plasmado en
un papel que, por mucho que mira, le es extraño, casi ajeno, pues una vez que
sus palabras salen de su mente dejan de ser suyas y se abaten sobre una
realidad que tampoco es la suya, como suya quizá tampoco sea esa sensación de
querer atrapar el alma humana con palabras. Pessoa navegó por el
sufrimiento propio que le llevaba a desenvolverse por las calles de Lisboa en
el más estricto anonimato y mezclado con gente corriente que, como él, eran
usuarios de los comedores situados en las primeras plantas de los edificios
donde poder tomar un menú modesto siempre que tuviera dinero para ello, pues su
disipación de las cuestiones domésticas fue tal, que no siempre le permitió
aprovisionarse de las monedas suficientes para ganarse el sustento. Pessoa,
el hombre «para quien el mundo exterior existe como experiencia interior»,
convierte a Lisboa, su Lisboa, en un lugar imaginado, mágico y distinto, ausente
de los protocolos de la realidad más apegada al anodino devenir diario. La
Lisboa de Pessoa es un sueño, el que un día tuvo el poeta, el escritor, y
el creador anónimo, que a través de sus composiciones expresó una necesidad, la
de refugiarse en sí mismo en un espacio tan pequeño en lo físico (apenas hay un
kilómetro de distancia entre el lugar donde nació y el hospital de San Luis de los Franceses en el Barrio Alto donde
falleció), como inmenso en lo imaginativo y sensorial. Una distancia que, como
digo, no conoció fronteras en el espíritu inquieto de Pessoa, cuyo cuerpo
descansa ya en el Monasterio de los Jerónimos en Belem, localidad anexa a Lisboa,
al que fue trasladado el 13 de junio de 1985, en el cincuentenario de su
nacimiento, cuando sus restos fueron exhumados del cementerio de los Prazeres, ocupando un lugar de privilegio junto a
otros grandes portugueses como Vasco de Gama o el poeta Luis
de Camoes.
En definitiva, la Lisboa
de Pessoa es muy distinta a aquella que él mismo escribió en 1925, y que tituló
"Lo
que el turista debe ver", una suerte de redacción descriptiva que
parece una venganza de cara a alejar a todos aquellos que decidieran visitarla,
porque la verdadera, la Lisboa de Pessoa es otra, porque es una
intrahistoria de un desasosiego muy literario, ese que describe a la creación
por encima del paso del tiempo. Y para ser conscientes de ello, solo hace falta
leer un extracto de su famoso poema Tabaquería.
"No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del
mundo.
Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie
sabe quién es
(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle constantemente cruzada
por la gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente
evidente,
con el misterio de las cosas por lo bajo de las
piedras y los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y
cabellos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la
carretera de nada.
Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme
y no tuviese otra fraternidad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de
la calle
la fila de vagones de un tren, y una partida pintada
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a
la ida.
Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y
opinado y olvidado.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa
real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real
por dentro.
He fracasado en todo.
Como no me hice ningún propósito, quizá todo no fuese
nada.
El aprendizaje que me impartieron,
me apeé por la ventana de las traseras de la casa.
Me fui al campo con grandes proyectos.
Pero sólo encontré allí hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual que la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En
qué voy a pensar?
¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede
haber tantos!
¿Un genio? En este momento
cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,
y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, ni a uno,
ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas
convicciones! Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos
convincente?"
Ángel Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario