Soñar aquello que quisimos ser y
no fuimos, o mejor dicho, reinterpretar el sueño de aquellos a quienes
admiramos a través de alguno de los sucesos más importantes de sus vidas, pues
esa parece ser la premisa que Tabucchi se autoimpuso a la hora de
acercarse a cada uno de los personajes de los que se inventa un sueño,
demostrándose a sí mismo, y a los demás, que hay vida más allá de la vida y de la
obra de un autor, pues él, reconvertido en muchos otros a la vez, ha sido capaz
de dar vida y de reinterpretar los sueños de aquellos a los que admiraba,
creando de ese modo un nuevo género literario: el de la narrativa onírica a
partir de los sueños de otro, lo que sin duda, nos lleva a esa nueva —por
distinta—, facultad de ser otro dentro de la literatura. El conocimiento que Tabucchi
demuestra de cada una de las personas con las que sueña en esta brumosa recopilación
de sueños, nos habla, de la cercanía consustancial que el autor de estos breves
relatos tiene de la vida y la obra de aquellos a quienes suplanta en sus sueños.
Caravaggio,
García Lorca, Chéjov, Pessoa o Freud, solo por citar a algunos de
ellos, se van sucediendo en esta cadencia de instantáneas imposibles que, sin
embargo, en la destreza narrativa de Tabucchi, cobran vida propia más
allá del hecho que las propician, para convertirse en esa otra posibilidad de
lo imposible, porque quizá, si no fuera por la escritura, no tendríamos la
facultad de dejar constancia de ese ser otro dentro de la literatura, una
opción que va mucho más lejos de la capacidad oral, como instrumento de
transmisión de la cultura entre los hombres. En este sentido, e igual que ocurre
en muchos casos en la tradición de muchas culturas —sobre todo antiguas—, donde
los cuentos son transmitidos de generación en generación oralmente, todas estas
breves historias para nada simples —y reconvertidas cada una de ellas en
esclarecedoras demostraciones del arte de la síntesis dentro de la literatura—,
comienzan con una misma situación, pues en primer lugar se nos fija el día y el
año del sueño, para a partir de ahí, presentarnos al protagonista en cuestión
seguido de las siguientes palabras: «… tuvo un sueño. Soñó…»; una expresión que
nos precipita por una cascada de acontecimientos y situaciones singulares, lo
que nos provoca esa grata sorpresa al sabernos testigos directos de la
maravillosa capacidad de transformación con la que se amolda a cada persona en cada
uno de los relatos, y todo ello, bajo la magistral escritura de un Tabucchi
tocado por la varita mágica de la ensoñación. Esa es, sin duda, una de las
características principales de cada una de estas fotos fijas de un momento
concreto en la vida de cada uno de los personajes elegidos por el autor
italiano, pues nos presenta al protagonista de esa forma en la que nunca le
habíamos imaginado, lo que nos proporciona nuevas pistas que seguir, a la hora
de dibujar un nuevo retrato de aquel que se nos muestra, pues todas ellas son como
ese material inesperado e insospechado que nos viene dado bajo la bruma de los
sueños.
Un comentario aparte, requiere,
el último y más extenso de estos relatos, donde Tabucchi, de un modo nuevamente
magistral, nos recrea los tres últimos días del poeta portugués Fernando
Pessoa —algo que, por ejemplo, ya hiciera Raymond Carver con Chéjov
en su famoso relato Tres rosas amarillas—,
y nos lo narra desde que abandona, por última vez su casa, y después de que
ordenara ir a buscar a sus barbero para que le afeitara y le dejara pulcramente
visible de cara a los demás. En este relato dividido en tres partes, que
abarcan respectivamente los días 28, 29 y 30 de noviembre de 1935 (fecha de la
muerte de Pessoa), asistimos con delectación al cariño, acierto y profundo
conocimiento que Tabucchi tenía sobre Pessoa, y en esa suerte de
casualidades y paradojas, leemos maravillados las diferentes despedidas de los
más importantes heterónimos del poeta portugués más universal, y así, por esa
habitación del hospital de San Luis de los Franceses del Barrio Alto de Lisboa,
se van dando cita el ingeniero Álvaro de
Campos, su padre espiritual Alberto
Caeiro, el epicúreo Ricardo Reis,
su amigo Bernardo Soares —quien
escribe el famoso Libro del desasosiego—,
y el anciano venerable António Mora,
justo hasta que el genial Pessoa pide sus gafas y exclama su
última famosa frase: “no sé lo que traerá
el mañana…”
Ángel Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario