jueves, 10 de diciembre de 2015

ANTONIO TABUCCHI, SUEÑOS DE SUEÑOS SEGUIDO DE LOS TRES ÚLTIMOS DÍAS DE FERNANDO PESSOA: LA FACULTAD DE SER OTRO DENTRO DE LA LITERATURA


Soñar aquello que quisimos ser y no fuimos, o mejor dicho, reinterpretar el sueño de aquellos a quienes admiramos a través de alguno de los sucesos más importantes de sus vidas, pues esa parece ser la premisa que Tabucchi se autoimpuso a la hora de acercarse a cada uno de los personajes de los que se inventa un sueño, demostrándose a sí mismo, y a los demás, que hay vida más allá de la vida y de la obra de un autor, pues él, reconvertido en muchos otros a la vez, ha sido capaz de dar vida y de reinterpretar los sueños de aquellos a los que admiraba, creando de ese modo un nuevo género literario: el de la narrativa onírica a partir de los sueños de otro, lo que sin duda, nos lleva a esa nueva —por distinta—, facultad de ser otro dentro de la literatura. El conocimiento que Tabucchi demuestra de cada una de las personas con las que sueña en esta brumosa recopilación de sueños, nos habla, de la cercanía consustancial que el autor de estos breves relatos tiene de la vida y la obra de aquellos a quienes suplanta en sus sueños. Caravaggio, García Lorca, Chéjov, Pessoa o Freud, solo por citar a algunos de ellos, se van sucediendo en esta cadencia de instantáneas imposibles que, sin embargo, en la destreza narrativa de Tabucchi, cobran vida propia más allá del hecho que las propician, para convertirse en esa otra posibilidad de lo imposible, porque quizá, si no fuera por la escritura, no tendríamos la facultad de dejar constancia de ese ser otro dentro de la literatura, una opción que va mucho más lejos de la capacidad oral, como instrumento de transmisión de la cultura entre los hombres. En este sentido, e igual que ocurre en muchos casos en la tradición de muchas culturas —sobre todo antiguas—, donde los cuentos son transmitidos de generación en generación oralmente, todas estas breves historias para nada simples —y reconvertidas cada una de ellas en esclarecedoras demostraciones del arte de la síntesis dentro de la literatura—, comienzan con una misma situación, pues en primer lugar se nos fija el día y el año del sueño, para a partir de ahí, presentarnos al protagonista en cuestión seguido de las siguientes palabras: «… tuvo un sueño. Soñó…»; una expresión que nos precipita por una cascada de acontecimientos y situaciones singulares, lo que nos provoca esa grata sorpresa al sabernos testigos directos de la maravillosa capacidad de transformación con la que se amolda a cada persona en cada uno de los relatos, y todo ello, bajo la magistral escritura de un Tabucchi tocado por la varita mágica de la ensoñación. Esa es, sin duda, una de las características principales de cada una de estas fotos fijas de un momento concreto en la vida de cada uno de los personajes elegidos por el autor italiano, pues nos presenta al protagonista de esa forma en la que nunca le habíamos imaginado, lo que nos proporciona nuevas pistas que seguir, a la hora de dibujar un nuevo retrato de aquel que se nos muestra, pues todas ellas son como ese material inesperado e insospechado que nos viene dado bajo la bruma de los sueños.



Un comentario aparte, requiere, el último y más extenso de estos relatos, donde Tabucchi, de un modo nuevamente magistral, nos recrea los tres últimos días del poeta portugués Fernando Pessoa —algo que, por ejemplo, ya hiciera Raymond Carver con Chéjov en su famoso relato Tres rosas amarillas—, y nos lo narra desde que abandona, por última vez su casa, y después de que ordenara ir a buscar a sus barbero para que le afeitara y le dejara pulcramente visible de cara a los demás. En este relato dividido en tres partes, que abarcan respectivamente los días 28, 29 y 30 de noviembre de 1935 (fecha de la muerte de Pessoa), asistimos con delectación al cariño, acierto y profundo conocimiento que Tabucchi tenía sobre Pessoa, y en esa suerte de casualidades y paradojas, leemos maravillados las diferentes despedidas de los más importantes heterónimos del poeta portugués más universal, y así, por esa habitación del hospital de San Luis de los Franceses del Barrio Alto de Lisboa, se van dando cita el ingeniero Álvaro de Campos, su padre espiritual Alberto Caeiro, el epicúreo Ricardo Reis, su amigo Bernardo Soares —quien escribe el famoso Libro del desasosiego—, y el anciano venerable António Mora, justo hasta que el genial Pessoa pide sus gafas y exclama su última famosa frase: “no sé lo que traerá el mañana…”

 
Ángel Silvelo Gabriel.

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