Caminar elevado unos centímetros
del suelo, con esa facilidad que le llevaba a ser casi una sombra de sí mismo.
Caminar sin dejar huella, y hacerlo en ese pretendido anonimato por las calles
de La Baixa, El Chiado o el Barrio Alto. La vida de Pessoa transcurrió, en su
mayor parte, en apenas un kilómetro cuadrado de su amada Olissippo, lo que no
fue óbice para que sus sueños no conocieran límites ni fronteras. Ágil,
dispuesto y sociable con sus amigos, tal y como ayer —en la presentación de
este entrañable y único libro— su autor, Jesús Marchamalo, nos expuso cuando
abordó la intensa vida social del poeta portugués, lo que nos llevó a
alejarnos, tan siquiera por un momento, de ese pesimismo oscuro y casi
dramático de sus composiciones literarias —véase si no, su celebérrimo Libro del desasosiego—. A lo que habría
que añadir, que una de las características de las presentaciones de los libros
de Marchamalo es que siempre arrojan mucha luz sobre aquello que escribe, y
ayer no fue una excepción. Ese poder de la palabra oral, curtida en sus ya
muchos años de periodista —sobre todo radiofónico—, es único y magistral, pues
moldea las palabras hasta mostrarlas llenas de luz; una luz que, en el caso de
este libro, se transforman en palabras escritas que nos proporcionan un certero
retrato que nos sitúan tras la sombra de la leyenda, porque Pessoa, al menos
para los portugueses, es eso, sino más. Junto a la famosa cantante de fados y
actriz portuguesa Amália Rodrigues, Pessoa es el símbolo nacional por excelencia,
y si no dan crédito a esta afirmación, solo haría falta que se paseasen por las
calles de Lisboa para ver que están plagadas de carteles, camisetas, postales,
fotografías, anuncios y souvenirs con la imágenes de este mago de la palabra,
que no quiso ser conocido más que por aquellos que él consideraba como iguales
a la hora de compartir y discutir sobre política, acontecimientos cotidianos e
ideas. Asomarse a Pessoa es hacerlo a uno de los balcones del Gran Cañón del
Colorado, o más bien, a uno de los acantilados del Cabo de San Vicente en el
sur de Portugal, pues la dimensión de su vida y su obra son infinitas. De ahí
que, una vez más, Jesús Marchamalo borde el estilo narrativo a la hora de
presentarnos de una forma sencilla, pero intensa y profunda a la vez, la figura
y el semblante de un escritor que no tuvo suficiente con su voz, de ahí que se
tuviera que inventar cerca de ciento cincuenta heterónimos; voces muchas de
ellas con biografía y vida propias, lo que les llevaban a ser más que una mera
anécdota literaria. En este sentido, apenas media docena de anécdotas, le
sirven a Marchamalo para dejar constancia de su fuerza narrativa a la hora de
describir y forjar la semblanza de un mito —la historia de la Coca-Cola es
sencillamente genial—, que a medida que salen más papeles de su famoso arcón o
baúl, abarca más facetas literarias, ya sean por las cartas de amor que le
escribió a su amada Ophelia Queiroz, o por el reciente descubrimiento de su faceta
como escritor de novela negra. De ahí, que la precisión y la belleza del texto
—plagado de precisos y preciosos adjetivos—, con las que el autor de este
librito nos dibuja a Pessoa, sea digno de encomio.
Sin embargo, Pessoa, gafas y pajarita
no es solo el verbo y palabra, pues el libro tiene el apoyo, la sugerencia, el
matiz, la extensión…, de unas magníficas ilustraciones —por otra parte como
siempre— de Antonio Santos. Sus dibujos en blanco y negro son el apéndice
perfecto que te permiten cerrar ese círculo que forja nuestra imaginación con
las palabras de Marchamalo. Sin duda, Nórdica ha encontrado en
ambos el tándem perfecto para dar luz a estos retratos magistrales de
escritores universales que, por lo dicho ayer, ya tiene autor y nombre para el
siguiente número de esta colección —tal y como ayer fue bautizada por el propio
Marchamalo
en la librería Rafael Alberti—. En
este caso y, por aclamación popular, el siguiente número será el de una
escritora, la primera de la colección —después de Baroja, Kafka y Pessoa—,
y llevará el nombre de la danesa Karen Blixen, más conocida por su
pseudónimo literario, Isak Dinesen, que empleó cuando
publicó su famoso libro Memorias de
África.
Ayer, tan solo dos días después
del ochenta aniversario de la muerte de Pessoa, pudimos comprobar que, el
mito de la vida y la obra del portugués, sigue en alza y más vivo que nunca,
quizá, porque tampoco nunca nos cansamos de descubrir nuevos matices y facetas
de su leyenda que, como una sombra, se nos escapa de las manos cada vez que
intentamos atraparla.
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