Cargados de guitarras y ritmos
trepidantes, The Bright se han escapado de las tranquilas praderas del folk
más genuinamente americano para, desde una óptica con más nervio, pero no más
intensidad, revisitar su sonido en una suerte de viaje interestelar que les ha
llevado al otro lado del océano Atlántico. Eléctricos, vibrantes y ágiles, Myriam
Gutiérrez y Aníbal Sánchez se desenvuelven con soltura por las
tortuosas vías del rock y del pop-rock más auténticamente anglosajón, y lo
hacen con melodías que todavía presentan algunos tintes oscuros de su anterior
larga duración, pero que repelen ese ensimismamiento que poseía Estados.
Erradicados en el refugio de ritmos y melodías entusiastas, con pequeños
aderezos de melancolía y desasosiego, el dúo leonés va en busca de un público
más amplio que les permita escalar puestos en el complicado ranking del indie
español. Y presentan su candidatura con once canciones que quieren quedarse en
nuestro subconsciente sonoro desde la premisa de que la línea del horizonte
también puede llegar a ser nuestra. Esa innata referencia de aquello que nos
parece que nunca llegaremos a conseguir —pero que anhelamos con toda nuestra alma—,
y que por eso luchamos por poseerla, es la trepidante persecución que han
iniciado The Bright a la hora de llegar a las revueltas y salvajes aguas
donde se deposita eso que llamamos éxito. Las claves están claras y las
intenciones también…
El disco se abre con Fuego abierto, una de las composiciones
que más se asemeja a lo dicho, no en vano su letra nos dice: «Todo parecía un
gran invento para escaparte de la tempestad y la corriente que pudo arrastrarte».
Con glaciales o sin ellos, la posición y posesión que las guitarras ejercen
sobre la melodía de esta canción es más que patente y nos aleja de aquellos otros
recuerdos del grupo. Algo más encriptada es Aire,
elegida como single o primer videoclip que abre la brecha de este Líneas
divisorias, donde como dice la letra de esta canción: «No es tan
sencillo disimular», que se adorna de un potente bajo y unas cadencias que
buscan subirse a esa cima que, como una montaña rusa, es aquello que Myriam
Gutiérrez busca en la letra de este segundo corte del disco. Eso sí, las
letras y los ritmos de los temas van, poco a poco, buscando esa otra cadencia
más íntima y oscura, quizá, porque quieren atravesar esa línea divisoria que The
Bright han trazado en el sonido de este disco, y Extrarradio es uno de esos ejemplos, donde lo aguerrido de las
guitarras no es óbice para que la voz de Myriam se convierta en algo así como
un grito de libertad en las cenizas de la derrota. Una sensación que se
difumina en Piedras, sin duda, uno de
los mejores temas de este disco, pues es fiel reflejo de todo aquello por lo
que han apostado The Bright en esta nueva etapa. Directa, sin fisuras y con una
melodía que entra sola, es un tema capaz de aunar todos los aciertos de un
medio tiempo intenso, vivo y fugaz como el mejor de los deseos.
Si el grupo leonés hubiese
trazado una línea divisoria en la que compartimentar las canciones de este
disco, seguro que El final del amor
sería una de las que estaría en la orilla contraria a Piedras. Dinámica y
aguerrida como el resto, en este tema, sin embargo, se empieza a respirar ese
desencanto que tantas veces se apodera de nuestro maltratado espíritu cuando no
somos capaces de ver cumplidos nuestros sueños: «Fue una noche sin alcohol de
aquellas que recordaré dormidos en aquel colchón». Guitarras oscuras que nos
ayudan a verbalizar el desamor muy bien acompañadas por la voz de Myriam.
En ese viaje de no retorno, sin embargo, siempre hay un espacio para la
nostalgia, y ese melancólica sensación se llama Tarde, pues el ritmo más pausado nos enseña los dientes de aquello
que tan bien sabía hacer The Bright en sus dos anteriores trabajos:
«Y me vuelvo a aproximar el horizonte tan lejos no está, pero sigo atada bajo
el agua». Pero para que la nostalgia no haga mella en nuestros corazones, nos
sumergimos en las aguas de un pop-rock más dinamitero, en el que las sensaciones
que nos producen más extrañeza, se dan la mano para ayudarnos a seguir el
camino. Veintidós grados avanza así en
esta especie de senda acústica por la que transita The Brigth de una forma
segura y sin grandes sobresaltos, lo que nos lleva hasta La hierba, un tema que busca un nuevo refugio en la inmensidad de un
universo que no te deja ni respirar: «He visto florecer bajo tus pies lo que no
se ve», profunda declaración de agonía existencial adornada de efectos y
sonidos que nos envuelven en una suerte de número de magia.
La culpa al tiempo nos lleva de vuelta a esa otra parte de la línea
divisoria y nos recuerda que lo de Myriam y Aníbal viene de mucho más
atrás, ya que aquí, los tambores no son de guerra ni la necesidad de gritar es
gratuita. Otro medio tiempo que atrapa y nos impulsa a seguir la senda The
Bright, nítida y ligera de miedos que no de sensaciones; sensaciones
que nos incitan a saltar, con ellos, a este otro lado. Soñando o no, nos vemos
depositados en un espacio interestelar llamado Líneas divisorias, canción que da título al disco y que fusiona las
barreras de lo posible y lo necesario, pues juega plagada de efectos sonoros espaciales
a esa otra alternativa más cercana a la modernidad del pop actual, donde las
cadencias son efluvios de nítidos terciopelos rojos: suaves y apasionados. Un
tema más que prometedor que nos deja con, Visceral,
de nuevo en la pista de despegue de los ritmos rápidos y altos de The
Bright, quizá, para que no se nos olvide cual es la última intención de
este Líneas
divisorias, un camino que va desde el folk al rock bajo el vértigo de
las pasiones atormentadas.
Ángel Silvelo Gabriel.
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