ODA A JOHN
KEATS
I
Mírame a través del tiempo, dulce
amor,
despójate de tus fríos sudores.
Tiembla, sufre, ojalá tu alma solo
se estremeciera por mí.
Implora un instante a mi lado,
dulce amor,
acariciemos el rocío de la mañana
hasta
yacer juntos y exhaustos por el
olor de las flores.
Toca de nuevo tu arpa cual ruiseñor
del bosque, y
enamórame como si fuera tu bella
Eurídice.
Lira sin cuerdas, testigo de sus
noches sin luna,
enséñame la senda donde se
depositaron sus tormentos.
II
Ronroneo con fauces afiladas sobre
el tiempo, dulce amor.
El destino sucumbe tras las raíces
del sauce porque,
ya nadie acude a ti —con los pasos
sincopados del AMOR—,
nadie quiere cobijarse del sol bajo
tu sombra, y solo yaces.
Yo acudo allí cada tarde,
antes de que anochezca, con
lágrimas postreras hundidas entre
las rendijas del bosque.
Y lloro. Lloro bajo la sombra de
tus ramas.
Lloro sabiendo que a mí solo me
cura tu mirada.
Lloro, dulce amor, yo que solo vivo
para amarte.
III
Amor, hieres mis recuerdos mientras
surges de entre las flores.
Amor, ¿dónde están tus suaves y
poderosas manos?,
coge la parte de mi cuerpo que ya
no sangra con ellas.
Disfrazado con los colores del
bosque acude a mí y,
déjame posarme entre tus ramas y,
así, yo las adornaré, una a una,
como si fueran los pálidos versos de tus poemas.
Dulce canto el del ruiseñor que
busca la inmortalidad
en el cálido silencio de una tarde
soleada.
Cántame, ruiseñor, con tu voz
suave.
¿quieres, tú, señor ruiseñor?
IV
Anhelo morir a tu lado y, no volver
a extrañar tu cuerpo.
Salid, sin duelo, lágrimas
corriendo…
Poséeme por donde mi cuerpo se
convierte en seda.
Quiero ser tuya en la sinuosidad
del bosque,
en un lugar donde solo crezcan las
flores
¿Recuerdas?
«¡Naturaleza curandera, deja
sangrar a mi espíritu!
¡Oh, libera a mi corazón de la
poesía y déjame descansar!»
No, dulce amor, yo te llevaré a lo
más frondoso del bosque,
a un lugar donde no necesitaremos
de adormideras.
V
Cántame, dulce amor, como si fueras
el misterioso viento de la noche,
llena de versos mis sueños y,
con ellos, reúne a todos los
dioses.
No quiero que estés solo y,
no poder decirte un buenas noches.
Volvamos a buscar nuestro gozo de
nuevo entre las flores.
¡Belleza dulce y radiante, no le
dejes solo! y,
concédeme el deseo de ser suya más
allá de las grietas del tiempo.
No te sientas solo, dulce amor,
porque volveremos a contemplar cómo
crecen los manzanos.
VI
¡Versos acudid a calmar la desazón
de mi alma!
Llevadme a donde, por fin, seré
suya, solo suya…
¿Quién se opondrá ahora a mi más
profundo deseo?
¡Dejadme disfrutar de este festín
de glotonas miradas!
Salid, fuera de mí, sombras sin
escrúpulos y cargadas de desvelos.
Entre volantes acudiré a su
encuentro,
recuperando el olor de nuestro
recuerdos.
Dicha, atavíame del aroma de la
pasión,
ayúdame a decirle cómo le quiero.
¡Dejadme…, dejadme disfrutar de
este festín de glotonas miradas!
VII
John, depositemos nuestras promesas
en el lenguaje de las flores.
Dulce amor, enséñame el camino de
tu lecho,
rompamos las cuerdas de tu
conciencia y,
naveguemos bajo las aguas del
Leteo.
Nadie vendrá a preguntar por
nosotros,
condenados por los dioses a no
dejar rastro de nuestros encuentros.
Dulce amor, el tacto tiene memoria,
y marchará de nuestro lado a través
de las grietas del horizonte.
Pósate dentro de mí, en el infierno
de mis más íntimos deseos,
ámame tan despacio que no me dé
tiempo a olvidarlo, te deseo.
VIII
Dulce amor, guarda en lo más hondo
de ti la esencia de nuestro encuentro.
Lucha contra los dioses para que no
nos castiguen con el silencio.
Apenas nos dio tiempo a nada,
ni tan siquiera a descifrar el
espíritu de nuestras miradas.
Resucito contigo, amor, en los laberintos
del tiempo,
en las simas prolongadas de la
nostalgia.
Miedos alojados en el último confín
de los vientos.
Luché contra ti, dulce amor, pero
aún te llevo dentro.
En el manicomio de nuestro amor,
todavía supuro el dolor de tus
llagas.
IX
Dulce amor, juntos pasearemos por
sendas iluminadas por lunas de seda desde,
donde remontaremos nuestro último
vuelo.
¡Dime cuán necesaria es mi
presencia!
ya sin miedo a unir nuestros
deseos.
Y arribaremos en cálidas fuentes
donde calmaremos nuestros desvelos.
Sedientos caminaremos hasta el fin
y,
ya nunca volveremos a vivir más en
ayer.
Dulce amor, el infierno de nuestros
temores dejará de existir y,
volaremos, cual ruiseñores, por
cielos sin tormentas ni nubarrones,
en un edén donde de nuevo las
mariposas se posarán sobre nuestros deseos.
X
Dentro de poco ya no volveré a
preguntarme
qué hare yo sin ti, dulce amor,
seremos la envidia de aquellos que
desprecian el amor y,
solo buscan la falsa naturaleza de
las pasiones.
Quiero que cada noche recorra
nuestros cuerpos el néctar de las flores y,
dibujes en mis labios el rocío de
los placeres.
Allá a donde iremos ya no nos harán
falta las falsas deidades, porque
tu Fanny, más torpe que bella,
más triste que radiante,
será toda tuya para siempre.
Ángel Silvelo Gabriel.
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