“Lo que quiero no es amar, sino ser amada”. Con esta imperiosa
necesidad de ser el centro del universo se expresa Gladys Eysenach, la protagonista de Jezabel; una nueva muestra
de la audacia y perfeccionismo psicológico con el que Némirovsky dota a sus
personajes. Hay quien dice que, en esta ocasión, ella sólo tuvo que fijarse en
el retrato de su madre (autoritaria, egoísta y narcisista hasta el delirio),
para confeccionar el armazón de la protagonista de esta novela que, como un
capitán víctima de su propia locura, lleva a su nave a la deriva fuera de los
contornos de lo conocido. Ese viaje hacia un lugar tan inhóspito como ingrato
es la brillante invitación que la escritora ucraniana nos propone en Jezabel,
un tour de forcé sobre las miserias
del ser humano llevadas al más extremo paroxismo. Aquí, la necesidad del deseo
se vuelve enfermiza, y la búsqueda de la eterna juventud deviene en locura.
Cierto o no, basado en personas reales o ficticias, Jezabel es un perfecto
conjunto de decorados que nos muestran esa alta sociedad de principios del
siglo XX que tan bien conoce Némirovsky, y sobre la que vuelca
todas sus mejores armas literarias, pues ella, como nadie, sabe dibujar en finos
trazos las siluetas de unas personas que solamente miran por sí mismas y su
dinero, aunque esta vez, la escritora sólo haga hincapié en la necesidad de ser
amado que todo ser humano lleva intrínseca en sí mismo, si bien, lanzada cual
lanza en busca del infinito. En este sentido, no se nos debe pasar por alto
que, mientras sus personajes no paran de vomitar veneno sobre los demás, Europa
sufre su primera Gran Guerra, y el desgaste humano y político sobre la
población alcanza por vez primera dimensiones devastadoras en cuanto al número
de víctimas y de vidas rotas. Un reflejo lejano que, en la novela, se nos
muestra a través de la propia hija de Gladys,
María Thérese, una joven y bella mujer llena de buenos y puros
sentimientos, y que en la novela representa la no cabida de una nueva forma de
ver la vida dentro de la vieja Europa; una circunstancia que, sin embargo, no
tendrá un efecto práctico, pues enseguida el mundo se verá involucrado, sin apenas
darse cuenta, en los locos años veinte; una década de desenfreno y diversión
que acabó como todos ya sabemos con el fatídico crack del 29, antesala de la
segunda Gran Guerra.
Sin embargo, Némirovsky quiere
aislarse del resto del mundo y traernos en esta novela las desventuras de una
mujer que lucha por conquistar la eterna juventud. Un juego de los deseos al
que no podrá ni querrá poner freno, y capítulo tras capítulo, seremos testigos
de esa desazón existencial que tan magistralmente ha retratado una vez más la
escritora ucrania; gran conocedora del alma humana y de sus debilidades, porque
entre brillantes destellos y profundas oquedades, nos va desglosando sin apenas
darnos cuenta toda una vida, cuya única finalidad es la de frenar el paso del
tiempo.
En esta ocasión, Némirovsky
estructura su novela a partir de la crónica de un juicio que se celebra en
París por el asesinato de un joven a cargo de una mujer de la alta sociedad;
una circunstancia que la narradora también aprovecha para mostrarnos esa otra
parte de la anónima sociedad parisina, con sus chismorreos y debilidades, para
a partir de ahí, dar un salto hacia atrás en el tiempo y relatarnos toda un
vida de una forma rápida, amena y poco a poco más opresiva, actualizando en
cada capítulo los innumerables registros de frases, expresiones y sentimientos
de su amplio catálogo de afectos y sensaciones, pues esa una de sus mayores
destrezas, ser la escritora de las grandes sensaciones y de los más hondos
sentimientos, ya sean éstos altruistas o mezquinos, lo que nos da igual, pues
todos pertenecen a la raza humana.
En definitiva, Jezabel
es una nueva muestra de la destreza de una escritora a la hora de describir las
pasiones del ser humano y sus consecuencias.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
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