Al final del camino hay un
resquicio de luz y una pequeña excusa para la esperanza, o al menos eso es lo
que nos invitan a creer Vetusta Morla a lo largo de las doce
canciones que componen su último trabajo titulado La Deriva. Este nuevo
larga duración suena más Vetusta que nunca, pero mucho más
directo y si se quiere menos encriptado, tanto en letras como en música. Las
metáforas que ha creado Pucho en este nueva aventura son
atronadoras y demoledoras; y en ellas, nos demuestra que no hace falta ser
explícito para ser brillante e hiriente a la vez. La Deriva se caracteriza
porque nace de la necesidad de dar en la diana, aunque corras el riesgo a
equivocarte. «Ya estamos hartos», parecen declamar los Vetusta Morla, y para
ello, crean la excusa perfecta en la que cabemos todos, pues sus canciones se
postulan como los nuevos himnos que enarbolar como estandartes ante el
desasosiego, pues son canciones para el final de una crisis; una gran estafa
pergeñada por los de siempre. Sí, porque si todavía no nos habíamos dado cuenta
estamos asistiendo a la GRAN ESTAFA UNIVERSAL. Y escuchando al conjunto de Tres
Cantos, encontramos más de una razón para escapar del escapismo que nos puede y
nos arrastra. No nos engañemos, aquí nadie quiere perder su posición en la
guarida, y el miedo a perder aquello que tenemos nos vence.
Los argumentos musicales de esta
nueva propuesta ya se plantean de una forma muy clara desde el inicio de La Deriva, tema que abre el disco y que
da nombre al mismo. En plan marcha militar con un señalado ritmo marcial de batería
que nos marca el paso desde el inicio. Con todo, nos dice Pucho: "hay esperanza en la deriva",
que aquí suena más que nunca como un leitmotiv que el grupo madrileño no quiere
que se nos olvide: "no quiero timón
en la deriva, que cada cual tome sus medidas" en una explícita
propuesta de autogestión. Bucle radioactivo de canción protesta del siglo XXI
que, sin embargo, se transforma en más hiriente si cabe y esclavizadora de
nuestras conciencias, cuando escuchamos Golpe
Maestro (primer single del disco): "robaron
las antenas, la miel de las colmenas, no nos dejaron ni banderas que agitar.
Cambiaron paz por deudas, ataron nudos, cuerdas" en un perfecto símil
de lo que estamos viviendo, pues el mundo se ha convertido en ese Gran Hermano que ya nos vaticinó Orwell
hace ya demasiado tiempo; Golpe
Maestro es una canción a la que Vetusta Morla adereza de un ritmo
trepidante que no deja ninguna razón para la duda de la fuerza que posee el
grupo (no hace falta más que asistir a uno de sus conciertos para ver la gran
carga de adrenalina que se respira en cada uno de ellos). Después de este: ¡preparados, listos, ya!, el ritmo se calma
como La mosca en tu pared, y en la
que apreciamos esos matices de un mundo enrocado a lo Kafka, y donde el viaje y
la propuesta se convierten en transformación: "qué harías tú pudiendo ser la disección de un bisturí, si pudieras
rozar antes de prohibir...", fórmula que funciona como un collage en
el que se intercalan voces grabadas de una niña con las teclas de un piano que
nos incitan a salir de ese más allá en el que nos encontramos. Y con Fuego llegamos a uno de los futuros
grandes hit del grupo, porque aquí el corte del disco se muestra a la par
enérgico y mágico, rotundo y trascendente, sugerente y revelador. Pucho
se supera en esta composición, pues aúna ese ritmo interior del pop con una
melodía portentosa, absolutamente portentosa, y como él nos dice en la canción:
"alguien olvidó que el fuego... el fuego
lo guardo yo".
Después de este pelotazo musical,
los Vetusta
Morla nos llevan en volandas a otra gran canción, Fiesta Mayor; un perfecto
medio tiempo pleno de nervio que ya engancha desde la primera escucha, y en el
que destaca, sin duda, su portentoso estribillo: "se fueron no hay nadie ni el sheriff ni el Alcalde, se quedaron
vacantes y la orquesta sin cobrar, todo encaja en su lugar". Un
magnífico duelo al sol que se traslada casi solapadamente hasta ¡Alto!, donde se cuela la estela de un
sonido aflamencado que busca las raíces más genuinamente españolas de Vetusta
Morla, donde el sonido de unas ficticias palmas de fondo, junto a una
guitarra española nos hacen deambular por territorios de otros tiempos, en los
que la voz de Pucho se inyecta de ese duende de cueva oscura que necesita de
la luz de una noche de verano, y que le permite al grupo volver a la carga con La grieta, perfecta afrenta para estos
tiempos de infección generalizada y de plaga universal que nos castigan por el
mal comportamiento: "mientras ese
mundo pide a gritos un castigo, un insulto, una grieta, un vendaval, un shock
profundo, pide a gritos un final", como mejor forma de expresar el final
de una era, y de una forma de vivir que ya no volverá. Apocalípticos, sí, pero
invitándonos a esa redención que nos llegará con una nueva propuesta: "parece tan oportuno escapar, parece
tan imposible irse sin más", porque en esa grieta hay un espacio para
la esperanza. Con Pirómanos regresamos
a esos ritmos tribales que también interpretan Vetusta Morla, donde las
leyes de la razón se van a la deriva y buscan ese nuevo lugar donde haya menos humo
y más fuego, en un nuevo símil plagado de intenciones que esta Deriva
no quiere que obviemos.
Las salas de espera es uno de los temas en el que más presencia
tiene ese sonido propio del grupo; una mezcla de melodías que no son fáciles de
escuchar, pero que una vez desencriptadas, enganchan sin parar, como si
estuviesen pensadas para ser devoradas una vez tras otra sin límite en el
tiempo, y en la que todos los componentes del grupo ponen su mejor granito de
arena: "en la salas de espera cada
rostro es la cruz de un pastor sin rebaño", "pasan por aquí, quieren
olvidar su condición de marionetas, un artista más en el festival de la
paciencia"; y donde destaca sobremanera toda la sección de cuerdas con
una magistral guitarra. "En las sala
de espera ya no hay sillas ni bancos solo hay voces urgentes, nadie aguarda sentado,
y pasan por aquí, van a subastar calma.... y noches en vela". Y
llegamos a Cuarteles de invierno,
otra de las grandes canciones del disco, con ecos sonoros de las mejores
melodías ya compuestas por el grupo de Tres Cantos, donde los arreglos están
orientados a tocar esa fina línea sensible de los sentimientos, y a los que
acompañan una de las letras más genuinamente encriptadas de Pucho,
de esas que necesitan de traducción propia. Aquí los uniformes, las
batallas y los soldaditos se contraponen a esos cuarteles de invierno que
rompen sus silencios. Luchar contra ese anonimato universal adherido al
silencio que nos atenaza, y al que Vetusta Morla pone una voz y una
música portentosas que intentan engendrar nuevos compañeros de viaje en su
propuesta de: un nuevo mundo es posible. Sin embargo, Tour de France, podríamos decir que es la canción más distinta de
todo el disco, si bien es vetustiana en su esencia, nos recuerda a esas tardes
de verano de antaño, en las que permanecíamos incrustados en el sofá viendo la
gran ruta francesa, y entre gesta y gesta intentábamos derrotar a la somnolencia
de la siesta, en un nuevo alegato para que saltemos fuera de ese sueño infinito
que nos ha acompañado durante tanto tiempo, en definitiva, un nuevo grito para
la revolución vetustiana, mientras "nos
quema un sol ausente, inerme...". Una
sonata fantasma cierra este La Deriva de una forma melódica, "niebla en el televisor frío en los
pies" que nos invita a conjurarnos con nuestros sentidos y a repasar
todo aquello que hemos vivido en las canciones anteriores. En este sentido, Una sonata fantasma se conforma como un
perfecto medio tiempo en el que la música del grupo se parece a la de una gran
orquesta, con trompetas y pequeños toques jazzies que ayudan a conciliar el
sueño, pues no se nos debe olvidar que, en el sueño, persiste esa innata cualidad
donde la conciencia se abre paso en nuestra mente, y ahí es donde volverán a
salir estas canciones para una crisis, con la sana intención de que nada vuelva
a ser igual.
Ángel Silvelo Gabriel.
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