El pasado sábado, 5 de julio,
visité el cementerio madrileño de San Isidro, un camposanto en el que se encuentran
enterrados una parte importante de los nobles y de las personas ilustres de la
ciudad a partir del siglo XIX. Allí, junto a ellos, reposan los restos de una
inglesa: la hermana pequeña del poeta romántico inglés John Keats. El hallazgo
de su tumba me lo proporcionó José Guillermo Paradinas Brockmann,
tataranieto de Fanny Keats. Por primera vez, desde que visito cementerios,
tuve una sensación extraña al estar en aquel lugar. Estábamos solos Manuela y
yo, y en ese silencio anónimo nadie requería mi existencia, o quizá sí, y yo no
supe entender los mensajes que me eran enviados. El sol y la ligera brisa que
movía los árboles del recinto hacían el resto, y uno se miraba a sí mismo
extrañado de esa paz que gobierna a las tumbas. En este caso, muchas de ellas,
estaban en un estado lamentable de conservación, lo que nos decía en ese
lenguaje mudo, que hacía mucho tiempo que no eran visitadas. Quizá por la
ausencia del último miembro vivo de la estirpe, o quizá también, por el olvido
al que se les castiga a los muertos. En el epílogo de la novela ("Los
últimos pasos de John Keats"), yo me permití el lujo de jugar a
ese recuerdo eterno que nunca se cumple y, en mi sana ignorancia escribí: "¿Qué será de nosotros cuando hayamos muerto? Nuestro cuerpo, nuestra
vida, nuestros recuerdos… Todo quedará en manos de los nuestros, que serán los
encargados de cumplir con el designio de nuestros deseos". Lo
que me llevó a pensar, una vez más, que nada queda tras nosotros salvo aquel
material tangible que hayamos sido capaces de crear en nuestras vidas. Bien es
verdad que siempre existe la posibilidad del mito, pero eso, no es menos verdad,
que solo afecta a muy pocos. Yo, por ejemplo, no conozco a ninguno que tenga
esa categoría al que conscientemente le haya dado la mano o haya conversado con
él. Por eso, como digo en una frase de las que leeré el próximo sábado 19 de julio
frente a la tumba de John Keats en Roma: "De ahí, que por encima del tiempo, las
casualidades y las adversidades a las que todo artista se enfrenta a lo largo de
su vida, lo que en verdad queda de él es su obra".
Entre un cementerio, el de
Madrid, y otro, el de Roma, intentaré establecer las conexiones que me llevaron
de uno a otro y viceversa, a pesar de que yo sepa mejor que nadie, que esas uniones
no son otras que los poemas del poeta romántico que, como afluentes de un río
inabarcable, se extienden a lo largo del tiempo de una forma infinita, pues
infinita es su obra, por escasa que esta sea. Todo ello, de nuevo me hace
reflexionar sobre esa necesidad del mito en la literatura que, cada cierto
tiempo, resurge con fuerza en mí. Nada es comparable a la creación del hombre,
pues en sí misma es infinita, aunque sea a través de las letras perdidas en la
inscripción de una tumba o de las cúpulas derruidas de un cementerio, pues unas
y otras nos hablan en el mudo lenguaje de la creación que no necesita de
palabras, pues nos recorre el cuerpo en forma de sensaciones. Esa quizá, tras
nuestra muerte, sea la cualidad del alma o el espíritu que nos quede más allá
del cuerpo... las sensaciones.
No sé qué sentiría yo, si un
desconocido buscase mi tumba 125 años después de mi muerte, pero imagino que
debe ser algo así como ganarle una pequeña batalla al paso del tiempo, justo el
tiempo que dura la visita, antes de que el ausente regrese al olvido de los
muertos. Por muy extraño que nos parezca, o por muy estrambótico que nos
resulte, las casualidades que nos modelan la vida, a veces nos hacen ser
testigos de circunstancias que se nos antojan imposibles. Todo ese cúmulo de
circunstancias me vinieron a la cabeza mientras intentaba
"inmortalizar" ese momento en el cementerio con la grabación de un
vídeo casero que, a pesar de los escasos medios técnicos que atesora, o de las
inexactitudes geográficas que presenta en su exposición, tiene el valor de ser
testigo de algo que nunca debió producirse, pero que el intrínseco valor de la
literatura transformó en real y cierto, tan real y cierto como que las poesías John
Keats me llevaron primero a Roma, y luego a Madrid, ciudad en la que
resido desde siempre, pero que hasta que no conocí su obra desconocía, para más
tarde devolverme de nuevo a Roma y un poco más adelante espero que al Barco de
Ávila, donde quizá vuelva a cerrar alguno de los interrogantes que desde el sábado
me acechan, aunque a buen seguro, después de esa visita otros muchos se abrirán otra vez, en un infinito pasillo donde
las puertas que se abren y se cierran a su antojo, como en la vida. Pero eso
será objeto de otra reflexión otro día, porque ahora, aun debo reposar todo lo
que viví el pasado sábado en el Cementerio de San Isidro de Madrid, donde la
vida de los muertos se dan la mano con el recuerdo de los escasos vivos que los
visitan.
Después de la visita a la tumba de
Fanny
Keats, indagué un poco sobre su persona y entre otras búsquedas,
encontré este semblante que de ella hace la Wikipedia (en inglés) y que uno en
su olvidado inglés de COU intentó traducir de una forma libre, por supuesto. El
resultado de todas mis pesquisas es este semblante de la pequeña Fanny,
pues para mí, siempre será la hermana pequeña del poeta inglés John
Keats; la niña a la que siempre quiso proteger a pesar de la distancia
en la que vivieron el uno del otro.
FANNY KEATS LLANOS (Fuente: Wikipedia).
Fanny Keats nació el 3 de junio de
1803, justo diez meses antes de que su padre muriera a causa del
golpe que le propinó un caballo de la caballeriza en la que
trabajaba. Ella apenas tenía un año cuando su madre se volvió a
casar y la dejó al cuidado de su abuela, Alice Jennings. Sus
hermanos, John, George, y Tom fueron al Clarke's School, mientras
ella permaneció en la casa de los Jennings en Enfield. En 1810 John
Jennings murió, y Alice entregó en adopción a Fanny a Richard
Abbey, aunque
ella permaneció con su abuela hasta su muerte en 1814. A
partir de entonces, Fanny
asistió a la Miss Tuckey School en Marsh Street, en Walthamstow,
cerca de la casa de los Abbey, donde permaneció hasta 1818. Después
de dejar la escuela a los 15 años, ella vivió siempre con los Abbey
en «Pindars», la hermosa casa de su tutor Mr. Richard Abbey,
comerciante de tés, un hombre estricto y sin imaginación. En aquel
tiempo, Fanny tuvo una existencia solitaria, salteada por las
infrecuentes visitas de su hermano John Keats. Su relación con el
resto de sus hermanos, George y Tom, fue principalmente por carta.
Cuando John Keats preparó su partida
a Roma, él la envió una carta de despedida que recibió el 12 de
septiembre de 1820. John nunca mencionó el nombre de Fanny Brawne a
su hermana, aunque él sí le mención a la Srta. Brawne el de su
hermana en una carta, diciéndole que él esperaba que la visitara en
Wentworth Place. Fanny Brawne escribió a Fanny Keats el 7 de octubre
de ese mismo año, presentándose a ella, así como, invitándola a
iniciar una amistad que continuó hasta que Fanny se casó en 1826.
Después de que John muriera en Roma, la Srta. Brawne y Maria Dilke
fueron a ver a Fanny Keats, invitándola a visitar Hampstead. En
aquella época, Fanny Keats todavía vivía con los Abbey en
Walthamstow, un bonito pueblo junto a Epping Forest, donde residían
los comerciantes ricos. Allí residía también Sir Robert Wigram con
sus veintidós hijos, uno de los cuales era amigo de Valentín de
Llanos, a quien éste invitó a pasar unos días en la mansión
paterna. La
joven Keats ya sabía quién
era el recién llegado, pues su amiga, Fanny Brawne, se lo había
descrito antes por carta como «te imaginas que debe ser un caballero
español. No temas hablar con él, porque es un perfecto caballero
con excelentes modales». Al parecer, Fanny Keats y Valentín de
Llanos se conocieron a espaldas de los Abbey, pues la Srta. Brawne
previno a la joven de que el español le haría una visita de
cumplido y que había alertado a éste de que fingiera no conocerla
delante de los Abbey.
Valentín Llanos
conoció a Fanny Brawne en el verano de 1821, cuando éste llegó a
Londres. Ella fue quien le presentó a Fanny Keats a finales de
septiembre de ese mismo año en Wenthworth Place, Hampstead, es
decir, en la misma vivienda en la que John Keats vivió durante una
temporada junto a su amigo Charles Brown. Debido a la influencia del
joven escritor, tanto Fanny Brawne como Fanny Keats, se interesaron
por todo lo español, y así, la hermana del poeta cambió el estudio
del arpa por el de la guitarra y en octubre de 1822 ambas leían Gil
Blas y El Quijote.
El 3 de junio de
1824, Fanny cumplió 21 años y obtuvo así la ansiada mayoría de
edad. Charles Wentworth Dilke, su albacea, se encargó de reclamar al
Sr. Abbey la herencia de la joven. Ésta era de cierta consideración
y se calculaba en 4.500 libras, después de pagar gastos.
A principios de
1826, Fanny Keats había dejado el hogar de sus tutores (los Abbey),
y se había trasladado a la casa de los Lewis, unos amigos que vivían
en Beaufort Row, Chelsea. De allí salió para casarse con Valentín
de Llanos el 30 de marzo de 1826, en la iglesia anglicana de St.
Luke, también en Chelsea.
Valentín de Llanos y Fanny Keats
tuvieron seis hijos: Irene Louisa (05.09.1827—Enero 1833), Louis
Mariano (Julio 1829—agosto 1834), Juan Enrique
(18.09.1831—21.09.1905), Rosa (02.11.1832—11.11.1905), Isabel,
más tarde condesa de Brockman (1839—1926) y Luis (1843—?).
El 5 de septiembre de 1827 nació Irene Louisa, en el número 9 de
Adams Terrace, en Camden Town (fallecería en el 79 de Albany Street,
Regents Park, a la edad de 5 años). En 1829 residían en Wentworth
Place, Hampstead, en la casa que había pertenecido a Charles Brown,
donde vivían puerta con puerta con la viuda Brawne y sus hijos. Allí
nacieron Louis Mariano, el 25 de julio de 1829 (fallecería en España
sin llegar a cumplir los 5 años) y Juan Enrique, el 18 de septiembre
de 1831.
A finales de 1828, y persuadida
por Valentín Llanos, Fanny Keats invirtió en un mal negocio la
totalidad de su capital (2.000 libras), si exceptuamos las 1.893 que
llevaba como dote. Teniendo en cuenta su desesperada situación
económica, el matrimonio piensa en regresar a España donde las
posibilidades de ganarse la vida creían que eran mejores.
A la muerte de
Fernando VII la familia Llanos regresa a España en agosto de 1833.
Antes de salir de
Inglaterra,
los niños recibieron el bautismo en la Real Capilla de la Legación
de Nápoles en Londres y es muy probable que Valentín volviera a
casarse por lo católico. En aquel viaje, cuando la
pareja, junto
con sus dos hijos, atraviesan Francia y llegan a la frontera
española, los aduaneros —entonces una forma institucionalizada de
bandolerismo— se «incautan» de su equipaje. Se sabe, por una
carta de Fanny a su amiga, la Srta. Brawne que, entre las pertenecías
sustraídas, estaban la Biblia de la familia y las primeras ediciones
de los libros de su hermano, con dedicatorias de su puño y letra.
Afortunadamente, las cartas que le había escrito John cuando ella
era adolescente, las llevaba escondidas en su bolso de mano —uno de
aquellos indispensables
que las señoras victorianas solían portar consigo—, y por suerte
se salvaron del atropello. Al
llegar a España se
establecieron en Valladolid, y al poco de llegar, en noviembre nació
Rosa, su cuarto hijo. Sin embargo, allí permanecieron poco tiempo,
pues en 1834 ya estaban en Madrid.
En
1835 Valentín de Llanos fue nombrado
Secretario Particular del Primer Ministro español, Juan Álvarez
Mendizábal, a quien había
conocido en Londres. Durante
unos meses estuvo al frente del periódico El
Liberal y fue Diputado por
Valladolid de las Cortes Constituyentes de 1836 a 1837, para más
tarde ser nombrado Regidor del Ayuntamiento de Madrid tras los
sucesos de septiembre de 1840 que acabaron con la abdicación de
María Cristina. Nueve mese más tarde renuncia a su cargo y es
nombrado Cónsul de España en Gibraltar hasta 1845, año en el que
falleció su padre. Entonces
la familia regresó a Valladolid primero y Madrid después.
Posteriormente fue nombrado Director de los Canales de Castilla. En
esa época, Valentín Llanos había abandonado la política y vivía
en Madrid con los suyos, bajo el fuerte sentido de familia que tenían
los Llanos y la concordia que reinaba entre todos ellos. Fanny
y
Valentín se ocuparon
con esmero de la educación de sus hijos, a quienes dejaron
seguir la profesión que ellos mismos eligieron. Así, Juan se hizo
pintor y a él se deben varios retratos de la familia. Luis entró en
el Servicio Diplomático, se casó, vivió en Roma y luego en Cuba,
donde falleció sin descendencia. Rosa estudió música (ella y Juan
se quedaron solteros). Isabel se casó con el ingeniero de Caminos
—de ascendencia alemana—, Leopoldo Brockman.
Cuando Leopoldo era Director del Canal
de Castilla en Valladolid, el Marqués de Salamanca le envía a Roma
a dirigir las obras de nuevo ferrocarril al Vaticano. Los Llanos
vendieron la casa de Valladolid y acompañaron a los Brockman a Roma,
donde llegan a principios de marzo de 1861 —en pleno proceso de la
unidad italiana—. Comparten una gran casa con los Brockman, siendo
once personas en total en la misma. Al poco tiempo, Fanny se encontró
con Joseph Severn, quien la acompañó al cementerio protestante de
Caio Cestio de la capital italiana, donde estaba enterrado su
hermano, John Keats. En su tumba, Fanny plantó, con sus propias
manos, dos laureles a su cabecera. Frederick Locker-Lapmson nos
proporciona esta descripción de una Fanny ya mayor: "Ella era
gorda y extremadamente tranquila". Estuvieron cuatro años en
Roma, hasta que Brockman terminó sus tareas satisfactoriamente y el
Papa Pío IX le recompensó con el título de conde en el otoño de
1864. Al poco tiempo marcharon a París, al nuevo destino de Brockman
aunque su estancia allí fue breve, pues al cabo de un año ya
estaban de vuelta en Madrid, donde vivieron en la calle de Lope de
Vega. Leopoldo muere en 1878, dejando sin recursos a su mujer Isabel
y a sus seis hijos. Los Llanos vivían entonces en la calle Serrano,
pero al volver Isabel y los niños con ellos, se mudaron a la calle
Lista número 5, encima del piso ocupado por Luis Llanos y su esposa.
En esa época, Fanny Keats solicitó una pensión al gobierno inglés.
En este sentido, Buxton Forman —autor de un discutido epistolario
de Keats a Fanny Brawne—, fue quién se encargó de pedírsela al
gobierno inglés, a cuenta de la «Civil List», y como descendiente
de John Keats, pero le fue rechaza. En vista de ello, sus amigos
encabezaron una suscripción, que se cerró en noviembre de 1880,
cuando iban reunidas 300 libras, porque Lord Houghton y Sir Charles
Dilke (el nieto de C.W. Dilke) que entonces era Subsecretario de
Estado, solicitaron una nueva pensión al Primer Ministro, Mr.
Gladstone, quien se la reconoció, siendo Buxton Forman y Sir Charles
Dilke sus administradores.
En esos años la
familia permaneció unida entorno a la abuela Fanny, encargada de
regir la casa, educar a los nietos e ir sacando a todos adelante,
hasta
que la salud de Valentín de Llanos fue
empeorando y murió mientras dormía el 14 de agosto de 1885, a los
90 años de edad. Fue enterrado en el cementerio sacramental de San
Isidro, patio de Santa María de la Cabeza. Fanny falleció también
en Madrid el 17 de enero de 1890 y recibió sepultura junto a su
marido.
Al contrario que otras mujeres de su
época, Fanny Keats no era aficionada a la escritura, y quizá por
ello, no dejó escritas ni memorias ni libros de viaje ni diarios.
Sólo se conservan algunas cartas dirigidas a familiares, amigos y
estudiosos de la vida y obra de su hermano. En este sentido, desde
1860 hasta 1880, Fanny mantuvo correspondencia con la hija de su
hermano George, Emma Keats Speed y el hijo de ella John Gilmer Speed.
Aunque sí se conservan algunos retratos de ella, ya que su hijo,
Juan Enrique Llanos y Keats, la pintó en alguna ocasión entre 1875
y 1880. Las pinturas originales, con unos mechones de su pelo, están
en la Keats House de Hampstead en Londres.
Ángel Silvelo Gabriel
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