Un hielo que se pinta los labios
de rojo. Una nieve que aparece detrás de nuestros insomnes sueños. Hielo y
nieve, nieve y hielo poseídos por un final: volver para contarlo. ¿Qué hay
detrás del hielo?: un viaje sin retorno. Todas son razones que no entienden de
lógica o líneas rectas que no unen distancias, sino que, unas y otras,
disfrazadas de metáforas, enredan, y se enredan. Sueldo bajo, frío intenso, peligro constante, honor y reconocimiento en
caso de éxito… nos recuerda el anuncio publicado en la prensa británica un
mes antes de la partida, y que encabeza este poema. ¡Qué más da perder la vida
por una leyenda! Antártida y Shackleton, unidos para definir el frío, el hielo,
la nieve; unidos también para derribar la barrera del hambre y la supervivencia.
Vivir sin matar, regresar sin heridas. Auxilios del hombre que no entienden de
esperanza. Focas, sangre, cicatrices que rompen la rotundidad de las líneas
rectas. Y tras ellas, la esclavitud de las aguas, la profundidad de unas
entrañas que buscan una piel, tu piel, para de una vez por todas desentrañar el
enigma de la vida: «Lo que atrapa el hielo no lo suelta/, dijo el capitán.
Somos tumbas en movimiento». Tu piel, tus muslos, tus muñecas, tu cuello, tus
arterias, todo bajo la esclavitud del hielo: «Grita el viento porque no nos
reconoce/ y el hielo/ se pinta de rojo/ los labios,/ y acepta la esclavitud,/
las agujas atravesando las encías/ y abre de punta a punta/ sus piernas/ y dice
mi/ vientre produce todos tus peligros». Antártida reconvertida en mujer, en
pasión, en sexo. No hay lágrimas en este muerte, solo necesidad de dejar de ser
deseo: «y dice mis muslos producen todos tus peligros/ y dice mis ingles/
imaginan todos tus/ peligros/ y clava sus muñecas en nuestros sueños, y/ abre
su cuello/ sobre/ nuestras arterias».
Como se nos recuerda en la
presentación de este poema, premiado en el XXV Certamen de Poesía La Bufanda,
el jurado del mismo tuvo a bien otorgarle el accésit de este certamen poético: «Por
la justicia de unas metáforas, que ni avasallan ni desertan. Por su audacia,
por tomar la aventura como proyecto, y el proyecto como aventura, por bordear
al hombre frente al límite, por pisar el enigma. Por el fluir delgado, a veces
leve de sus huellas y a veces como nieve en alud, impetuoso. Por ser capaz, con
mano sabia, de mantener el pulso a las palabras a lo largo del largo y enhiesto
poema que constituye el libro. Por anotar las alucinaciones que el frío blanco
alza en los hombres que cruzan su frontera; y volver, y contarlo con ansia de
poeta». En este sentido, Vicente Pérez Masedo se refugia en
la cadencia de las distancias cortas y nos hipnotiza con unos versos que huyen
de lo banal, para centrarse en lo trascendente, y lo hace cargado de metáforas
propias, donde la aventura es riesgo y tragedia, pero también vida; una opción
que se tiñe de un ritmo poético portentoso, que nos lleva y nos trae, igual que
si estuviésemos en un mar de olas antes de estancarnos en la quietud del hielo.
No hay sirenas en este poema, pero sí la contemplación de la erosión de un
tiempo perverso que nos incita a realizar el último viaje. Allá donde no hay
puertos. Allá donde no queda nada salvo nuestra dañada conciencia. ¿Qué hay detrás
del hielo?
Ángel Silvelo Gabriel.
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