Entrar en el nuevo Museo del Prado es perderse en los confines del tiempo, pues parece que estemos viajando a lo largo de un gran sueño, donde a cada paso, descubrimos algo más bello a lo anteriormente contemplado. Este espíritu de la contemplación, sólo se diluye por el gran río de personas que visitan a diario la pinacoteca, lo que nos hace sentir ciudadanos del mundo, más todavía, si hace poco que hemos visitado otros museos en otros países. Y caeremos sin quererlo en esa sensación de universalidad que tiene el arte con mayúsculas. En este sentido, la pintura o la escultura se convierten en paradigmas de ese lenguaje universal y más idóneo a la hora de crear sensaciones y sentimientos igualmente universales, que llevan al ser humano a ser protagonista de experiencias únicas a poco que se deje llevar. El mundo del arte es así de caprichoso, y es capaz de mostrarnos lo mejor y lo peor en un único recorrido, pero ante todo, nos ofrece la posibilidad de ser mejores y transformar nuestro rutinario día a día en algo mágico, aunque sólo sea por un breve instante, justo el del sueño que nos acoge dentro de un museo grandioso como el Museo del Prado.
No hace falta más que fijarse en las partes principales de las composiciones denominadas en la exposición bajo el nombre de cuadros de altar o Vírgenes y Sagradas Familias, para advertir su presencia en muchas de ellas. Sólo hay que admirar cuadros como La Virgen del pez y Santa Cecilia, para darnos cuenta de su habilidad a la hora de reflejar la pureza en las imágenes divinas y la solución dada a la composición de estas pinturas de naturaleza narrativa. Y es aquí donde Raphael se muestra como un gran maestro, pues esa expresividad mística o divina de sus vírgenes se transforma en fuerza expresiva en los dibujos preparatorios de muchos de sus cuadros, que con gran acierto, acompañan a algunos de los cuadros expuestos, y es en ellos, donde no nos deja de sorprender el gran dominio del dibujo del pintor de Urbino.
Sin embargo, la verdadera dimensión de Raphael como pintor y artista se encuentra plasmada en la última parte de la exposición, cuando la misma aborda los retratos. Ahí es donde podemos apreciar mejor la libertad de su mente creativa, fuera de encargos y compromisos, pues no nos cabe duda, que los retratos por él firmados son de gran belleza y magnetismo como el famosísimo Baldassare Castiglione, que posee uno de las miradas más enigmáticas y penetrantes de la historia de la pintura, y que por sí misma merece la pena acercarse a ver esta exposición. Un magnetismo que también posee el retrato de Bildo Antoviti, y que nos sirve de pretexto para acercarnos hasta la majestuosa obra La transfiguración, cuyos dibujos preparatorios son sencillamente sublimes, como una muestra más de las líneas maestras de un gran artista.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario