Líneas rectas que se convierten en curvas, y que todas juntas conforman una araña gigante que se desplaza sobre el espacio que ocupa, para convertirse en un juego de sombras sobre la pared y el suelo que conquista. Elementos y construcciones que a modo de grandes cúpulas nos dan cobijo y nos difuminan sobre sus soportes, como si todo fuera un juego de niños, donde la línea se vuelve curva y ésta a su vez se convierte en elipse como mejor forma de preservar su esencia. Los límites de la imaginación en esta exposición tropiezan con las formas imposibles, pues la línea en ocasiones se parece demasiado a la cinta de una gimnasta rítmica que rompe el aire sin hacerle daño, en una perfecta combinación de realidad y búsqueda del deseo. Las esculturas de la madrileña Mar Solís se comportan como estructuras imaginadas en el espacio de los sueños, del que salen en forma de dibujos sobre papel, para posteriormente convertirse en estructuras de papel antes de tomar forma como ágiles estructuras que caprichosamente se revuelven sobre sí mismas en busca de su propio espacio. Esa especie de convulsión contorsionista que poseen las cúpulas transparentes de Mar Solís, son el fiel reflejo de lo imposible en lo posible, o de aquello que nuestra mente caprichosa crea en nuestro mundo onírico para de una forma natural atravesar la frontera de los sueños y convertirse en realidad.
Del mismo modo que las líneas curvas buscan conquistar una parte del espacio, también expresan esa necesidad de proyectarse sobre las superficies que ocupan, y así, sus sombras se traducen en esa otra forma de ver las esculturas que Mar Solís nos propone, porque no en vano estamos ante estructuras vivas, que también tienen esa necesidad de expresar su esencia a través de la sombra que son capaces de construir, porque aunque no lo parezca, estamos delante de una propuesta que nos invita a visitar el juego de las sombras.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
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