La originalidad es esa especie de
insatisfacción que acecha a los seres humanos del mundo moderno como si de una
plaga se tratara. Si en vez de referirnos a la especie humana en general, lo
hacemos al mundo del arte y los artistas en particular, entonces la
originalidad es algo parecido a una epidemia. En este sentido, el refranero
popular nos avisa cuando nos dice eso de: “renovarse
o morir”; un axioma que Arcade Fire se han aplicado a sí
mismos en cada disco, y que por tanto, en este nuevo Reflektor tampoco podía faltar.
Sin embargo, a la hora de plantearse un cambio muchas veces los creadores no se
dan cuenta que sus seguidores quizá no están preparados para una ruptura tan
grande, quizá porque no tienen en cuenta que ellos (los que les siguen y
adoran) ni lo han pensado y mucho menos asimilado, de ahí, que después de esa
obra maestra titulada The Suburb, muchos fans del grupo
canadiense se pregunten a qué vienen estos nuevos derroteros de Reflektor,
lo que sin duda recalca la distancia entre el mundo creativo del artista y el
mundo real de quienes le siguen; un espacio que se comporta como un salto al
vacío, y que como tal, conlleva unas fuertes dosis de riesgo; el riesgo de
reinventarse a sí mismo. Por eso, este nuevo disco de Arcade Fire, que destila
nuevos ritmos más próximos a la pista de baile que al epicismo inicial de Funeral
o al art-indie de The Suburbs, necesita de varias escuchas hasta llegar a
encontrar la esencia de los canadienses en cada uno de los temas que lo conforman,
eso sí, en unas más acentuadas que en otras. Aunque lo único que nos queda
claro desde el principio, es la presencia cada más apabullante en el grupo de la
majestuosa Régine Chassagne, musa y música imprescindible en el planeta
indie terráqueo, pues a pesar de su corta estatura, transpira genialidad por
cada uno de los poros de su piel.
El concepto musical que Arcade
Fire tiene de la composición es tan amplio, que está más próximo al de
las óperas modernas, con canciones cada vez más largas y cambiantes, pues sus temas
se caracterizan por poseer cada una de ellos varios tiempos y ritmos que varían
sin apenas transiciones hasta volver una vez más al inicio de su concepción,
como por ejemplo ocurre en la majestuosa Here
comes the night time, ópera indie donde las haya, que se funde sin ningún
tipo de problemas con los ritmos más previsibles de Normal person. Ese natural caleidoscopio en el que los canadienses
vierten su música ya está presente en el tema homónimo que abre el disco, Reflektor, en cuyo videoclip ya tenemos
los primeros indicios de cambio, cuando los componentes del grupo se deshacen
de unos cuerpos inertes que parecen representar el pasado. Ellos, por si acaso,
huyen camuflados en mitad de la noche sólo guiados por una luna que no es tal
sino una bola de cristalitos de discoteca. Esos ecos musicales del pasado
retornan a los sesenta con We exist,
donde las guitarras suenan bajo un fondo falsamente eléctrico, como de cinta de
cassette de dos bobinas, que sin embargo se compensa con una especie de reggae
festivo del siglo XXI al que han llamado Flashbulb
eyes y que de algún modo continúan en You
already know bajo el corolario de unas estridencias cercanas al indie rock
más arcadiano antes de pasar al último tema del primer volumen de este Reflektor. Joan or
arc es lo más parecido a un himno rock que comienza en clave de urgencia y que enseguida se detiene para
deambular por la senda de los medios tiempos que se reclaman a sí mismos el don
de la intensidad.
Otra de las características que
rodean al universo creativo de los canadienses es su necesidad de explorar
nuevas vías musicales mediantes un buen número de canciones que en su
particular pulsiómetro compositivo precisan de una ruptura, de ahí que en el volumen
dos del disco, nos acerquemos sin miedo a fórmulas más próximas a las pistas de
baile que ya nos anunciaban en forma de bola de cristalitos de discoteca en el
vídeo del tema Reflektor. Las cajas
de ritmos se apoderan de la mesa de mezclas y las sensaciones lejos de ser
desagradables nos acercan a unos Arcade Fire más ensimismados en sus
nuevas fórmulas musicales. Here comes the
night time II es tan sólo un tímido adelanto de lo expuesto, y sólo se
comporta a modo de canción transición que nos da los primeros apuntes de lo
expuesto sin llegar a mostrárnoslos de una forma clara. Ese cambio se
transforma en leyenda en Awful sound (Oh
Euryduce) y en It´s never over (Oh
Orpheus) dos odas que ahondan en la leyenda de Orfeo y Eurídice y que ellos
reconvierten en algo así como en un sueño donde lo onírico se superpone a la
realidad del mito. En este sentido, Awful
sound recaba en las ondas sonoras de una psicodelia pasada por el tamiz de
la modernidad de una sinfonía que podríamos tildar de cuadrafónica, por la
variedad y mestizaje de tímidos sonidos muy en la onda hippie, y que devienen
en esa sonoridad electrónica que ya no abandonarán hasta el final del disco,
porque It’s never over es la primera
incursión plenamente consciente en esa onda mitad Prince mitad Goldfrapp,
donde las guitarras se mezclan a la perfección con las trompetas y las voces.
El culto a los ritmos hipnóticos
llegan con Porno, una de las
canciones del disco que navega sin dificultad por el culto al hedonismo más
puro y descaradamente influenciado por el rock electrónico de los ochenta y
noventa, donde los efectos trasgresores y divergentes se funden en secuencias
con tímidos tintes industriales, lo que la convierten en una buena punta de
lanza de los nuevos Arcade Fire. Un rumbo que sin abandonar del todo sufre un
cambio con Afterlife, la canción más
próxima a los temas que componían The Suburbs y donde los arcadianos
se rinden homenaje a sí mismos en una nueva muestra de la libertad que se
autoimponen los canadienses, que parecen estar por encima del bien y el mal (Win
Butler se marcó una versión del tema Reflektor haciéndose acompañar de unos mariachis antes de iniciar
el concierto en la presentación del disco en Londres). Ajenos a la crítica y a
sus fans, Arcade Fire no sufren del mal de alturas, y por eso no tienen
miedo al riesgo de reinventarse a sí mismos, y si no escuchen Supersymmetry, el tema que cierra el
disco.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
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