Seguirle los pasos a John Keats
es como intentar atrapar el viento entre nuestras manos, pues su vida fue tan
fugaz como la huella que el agua deja sobre el lecho en el que se refleja.
Efímera existencia la del poeta que, reconvertida en el polvo que descansa
sobre un torrente seco, espera valerosa el hálito de la noche para abrazarse a
él en un interminable sueño eterno. Keats acogió a la muerte en silencio, y en
la solitaria compañía de Joseph Severn que, a mayor gloria de sus pinturas,
pasará a la historia por ofrecer al mundo el testimonio de los tres últimos
meses de la vida del poeta a través de las cartas que escribió a sus amigos y
familiares, convirtiendo de ese modo, un hecho fatídico como es la muerte, en
una leyenda en la que Keats hombre, que no poeta, dejó de existir un 23 de
febrero de 1821, alrededor de las once de la noche. Sin embargo, si algo tiene
el paso del tiempo, es la posibilidad de establecer los verdaderos parámetros
de un artista y su obra, pues ambos serán objeto de estudio por aquellos que se
acercarán a su figura apartados de la vehemencia del falso halago o la codicia.
De ahí, que podamos proclamar, sin miedo a equivocarnos que, tanto fugaz como
efímero, son solo dos adjetivos que califican el paso por el mundo terrenal de
John Keats, ya que la vehemencia poética de sus versos y poemas ha conseguido
que el poeta de la «melancolía inalcanzable» haya dejado un rastro indeleble en
todos aquellos que se han acercado a su obra; una obra que, con el paso del
tiempo, ha devenido en la más representativa de su época.
nuestros ojos complacidos con la tiniebla, refugiados
de la luz, a la sombra de un divino olvido;
¡oh, suave sueño!, si así te apetece, cierra
en medio de tu himno mis dóciles ojos,
o espera al “Amén”, antes de que tu adormidera
extienda su arrullo junto a mi lecho.
Y entonces sálvame, o el día que pasa brillará
en mi almohada, provocándome angustia.
Sálvame de la conciencia, siempre inquieta, que gobierna
su fuerza penetrando como un topo en lo oscuro.
Gira, hábil, la llave en el cierre engrasado
y sella bien la urna callada de mi alma».
(Poema Al sueño de John Keats).
Ángel Silvelo Gabriel
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