En recuerdo a su personalidad única de sabio loco, y a su obra de poeta maldito, recupero un artículo que publiqué acerca de la Feria del Libro de Madrid del año 2011, donde me lo encontré fumando y bebiendo Coca-Colas en la parte de atrás de la caseta donde firmaba. La dedicatoria y la firma que nos estampó en la Antología especial que Huerga & Fierro editores editó con el título de Sobre la tumba del poema son indescifrables, pero eso es lo menos importante.
FERIA DEL LIBRO DE MADRID 2011: SOL, MOSCAS Y LEOPOLDO PANERO.
Como cada año, la Feria del Libro
de Madrid, concita a un gran número de personas a lo largo de las más de
trescientas casetas instaladas en el Paseo de Coches del Retiro. Amén de la
crisis, la mayoría de los allí congregados, son curiosos que acarrean bolsas de
papel cargadas con mil y un folletos o catálogos de editoriales que, más pronto
que tarde, y una vez escudriñados en la intimidad del sofá del salón, acabarán
mansamente depositados en algún contenedor de papel, a la espera de que algún
necesitado vaya a sacarlos de donde han sido depositados, y así, adelantarse a la
cadena de reciclaje oficial, y con ello, sacarse algún euro extra que le permita
llegar a fin de mes, más allá de la insuficiente beneficencia oficial. Otros,
sin embargo, acapararán su interés en descubrir caras conocidas detrás de las
casetas y los carteles que anuncian la firma de este a aquel escritor o de esta
o aquella autora. Todo ello, bien servido de carritos de niños, carritos de
helados y casetas donde poder hacer un pis si la incontinencia nos ataca
durante el paseo.
Como digo, el buen tiempo de
estos últimos días, ha beneficiado la multi asistencia de público a la Feria,
que finalmente ha podido maquillar sus resultados y sólo ha perdido un 4% en
números redondos respecto a la recaudación del año pasado, todo un éxito para
los organizadores y libreros. Pero más allá de números y curiosos, el otro día
al pasear bajo el tórrido sol del mes de junio madrileño en una apacible mañana
de domingo, me quedé pensado que la Feria del Libro se parecía bastante a la
Feria de San Isidro, donde sobre todo reinan el sol y las moscas. En una y otra
Feria se exhiben los curiosos, que no son más que meros espectadores de lo que
allí les ofrecen. Es verdad que mientras los unos buscan ganaderías y toros, los
otros se afanan en mirar esta o aquella editorial; o cuando unos se acercan a
ver a un torero, otros lo hacen para ver a su escritor/a favorito/a. En este
sentido, el Paseo de Coches del Retiro, se comporta como un lugar magnífico
donde dejarse ver, como lo son a sí mismo, los tendidos del coso venteño; y
cuyo último punto en común es la decepción al acabar el espectáculo.
Esa es la sensación con la que
uno se queda al finalizar el cansino recorrido de la Feria del Libro, ¿y ahora
qué? nos preguntamos, pues parece que ahora nada, porque más que cultura,
aquello es un mero mercadeo, donde los pacientes libros repletos de mil y una
historias, descansan sobre su respectivos estantes para que alguien los compre
y luego los lea, pero que a medida que uno avanza por las casetas, poco a poco se
va quedando noqueado ante tanto título y tanto autor. Tanto es así, que se te
quitan las ganas de escoger tan siquiera uno, porque cada vez más, proliferan
títulos que poco o nada tienen que ver con lo que uno entiende por literatura.
Otro tanto ocurre, cuando paseando caseta tras caseta, uno observa los nombres
de las personas que firman, y enseguida nos damos cuenta que donde se proyectan
las colas más largas, es en aquellos lugares donde firman periodistas de la
tele que escriben, famosos de la tele que escriben, tertulianos de la tele que
escriben, deportistas a los que le han escrito un libro, algún concejal
despistado que nos brinda su última versión de la crisis, o por qué no,
directores del libro municipal del ayuntamiento correspondiente, amén pos
supuesto, de los escritores especializados en crear best-seller, lo que como
digo, aleja más que aproxima la idea que uno tiene de lo que es la literatura.
Menos mal que en medio de todo
ese mare magnum, uno aún encuentra un poco de consuelo, cuando todavía ve algún
nombre de autor conocido entre los libros depositados en las estanterías y
mostradores, y reconoce a Kafka, Zweig, o cómo no, a Vargas Llosa, pero se
queda pensando, dónde estarán Camus, Proust o Sabato. Hasta que cuando uno se
cree que todo está perdido, se topa con Leopoldo María Panero y su mirada
perdida detrás de la caseta, donde roba algo de tiempo a su firma con la excusa
de fumarse un cigarrito y dar un respiro a su maltrecha exposición pública. Con
firma o sin firma, Panero apenas articula palabras ininteligibles, y también con
una ininteligible letra, dedica uno de sus magníficos libros de poemas,
adornándolo todo con una sonrisa perdida que ya sólo entienden los que, como
él, pertenecen al mundo de los sabios locos. Su impactante mirada y su
angelical sonrisa me hacen pensar, cuando abandono el Retiro de Madrid y su
Feria del Libro, que sí, que perfectamente se pude asociar al mundo de los
toros y su famoso binomio de sol y moscas, pero también pienso, que la Feria es
un solitario Leopoldo María Panero. Y su recuerdo, me hace creer y confiar en
la literatura con mayúsculas, la que hoy y como siempre, se protagoniza lejos
del ruido mediático de una sociedad demasiado bulliciosa, antítesis de la
soledad que persigue y se apodera de los creadores.
Poema de Leopoldo María Panero
incluido en la Antología Esencial, titulada Sobre la tumba del poema, y editado
por Huerga y Fierro Editores.
CABALGANDO sobre el filo de un
verso
y a lomos de un tigre
para saber que nada puede el
hombre
y que estoy solo frente a la nada
del hombre,
del hombre miserable que es el
único que existe
y mañana sobre la vida escupiré
otra vez
con el poema, como el tañido
del verso o la heroicidad del
lobo.
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