Imposible es navegar por el
asfalto con un barco velero sin ruedas, como imposible es pensar que algún día la
música nos rescatará de la ciénaga de nuestras penas. Sin embargo, hay
ocasiones en los que la luz se cuela por esa última rendija de nuestra
esperanza, y aquello que creíamos que nunca viviríamos se convierte en
realidad. Algo así te ocurre cuando acudes a una puesta en directo del universo
de Carlos
Luna y panorama de los insectos, porque para que nada sea como lo
habías imaginado se parapetan con la poesía a babor y el sentimiento más
profundo que nace de la última brizna del corazón a estribor. Nunca un conjunto
de músicos sentados en unas viejas sillas desplegaron con tanta energía y
entusiasmo las notas de unas canciones que más que melodías eran un compendio
de gritos contra el ruido. Y así desplegaron sus velas estos valencianos para
presentarnos sus canciones en directo. Pura mascletá que fusiona el jazz con la música circense o
las bandas sonoras de las grandes películas italianas con destellos de un flamenco
barnizado de psicodelia. Porque no hay otra razón, que la intensidad de unas
manos que se desplazan sobre las cuerdas de una guitarra, un bajo, el mástil de
un violonchelo, las teclas de un piano o las cajas de una batería, para
acariciar lo imposible.
La enérgica voz de Carlos
ya nos inundó nuestros sentidos en esa especie de larga intro aderezada de poemas
que han llamado como al grupo, en la que los ecos de la luna se ceñían sobre
nuestros oídos de una forma apocalíptica. Una rabia que no se diluía con Toda la tristeza, un tema en clave de
ragtime explosivo que ya nos proporcionó las coordenadas de aquello a lo que
íbamos a asistir, y que nos llevó hasta Pequeño
vals vienés, que les sirve a Carlos Luna y panorama de los insectos
para adaptar un texto de García Lorca en tono de cabaret: "en Viena... donde juegan tu boca y los
ecos.../ toma este vals con la boca cerrada / hay frescas guirnaldas de llanto",
con un estribillo muy de película de Fellini con su orgía de personajes
andando por las playas desiertas o rondando las noches de las plazas
desangeladas de los pueblos. Una reinterpretación de nuestro universo fílmico
que nos lleva hasta Agua bailada en el
agua, metáfora recogida con los acertijos de una larga intro que le sirve
al grupo para demostrarnos sus habilidades musicales que van desde los sonidos
que emite una máquina de escribir hasta una copa llena de agua, y que se funden
con la profundidad interpretativa de un Carlos Luna entregado.
Todo lo posible nos proporciona otra expansiva intro hasta que
llega ese profundo quejido en forma de palabra: "y la balanza se equilibra a martillazos... despierta que ya no
hay soledad", donde suena muy bien el piano que baja y luego sube bajo
el símbolo portentoso de la voz de Carlos Luna que deviene en puro jazz
rabioso. Con Minuet Carlos
no presenta al resto del grupo. Freddy Plata a la batería, Luzz
Vegas al piano, Ezequiel González al chelo, Clara
Carbonell al bajo y Carlos Luna a la guitarra, pero esta
presentación solo es un intermedio para llegar a un eco de música porteña que se
prolonga en una larga banda sonora plena de imágenes de mar y verbena. Una
fiesta que se traduce en pasión rota con Miércoles,
donde Clara toma el mando de la voz: "roto el corazón.. silencio me viste nuestro sin pudor/
despierto y existen las palabras/ al final, deseo... el adiós de un tren".
Voz en forma de raíles sonoros que se desplazan por el universo musical de este
grupo. Hasta que llegamos a La nana
precedidos por una nueva intro instrumental que se prolonga bajo el brillo de
la luna: "reloj de arena
mojada"; profunda balada que se transmuta en puro sentimiento, como si
fuera un sueño. Sueño que se abate sobre No
volver: "y han vuelto a caer las
flores muertas", flores muertas que se abalanzan sobre nuestros oídos
como puñales que se rompen y se recomponen con suma facilidad. Lo que nos lleva
a un nuevo inicio muy felliniano con Ella,
que irrumpe como la versión más comercial del grupo, con una intensidad que
rompe hasta las cuerdas: "recibe
estas noticias detrás de tu ventana... hacerlo sin más razones..." Con
Manos de mujer rota Carolo nos advierte
que es el inicio de todo y como perfecto epílogo se comporta: "y yo me habré ido y las palabras no
abrirán las puertas". Contundencia, ritmo, profundidad, raza, fuerza y
deseo como mejor forma de acariciar lo imposible.
Ángel Silvelo Gabriel.
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