¿Merece la pena tomarse en serio
la vida?, porque, qué es la vida si no un viaje hacia ninguna parte. Eso, al
menos, es lo que Jep Gambardella (un
soberbio Toni Servillo), parece decirnos en cada fotograma de esta
bella, en sí misma, película. Con ciertas resonancias de El vientre del arquitecto
de Peter
Greenaway en cuanto a la sempiterna búsqueda de la belleza, Paolo
Sorrentino también nos propone una alianza imposible a la hora de
buscar la belleza; única meta posible de un mundo sin sentido donde
el hastío se apodera de todo. A este infinito desencanto que nos gobierna, Gambardella opone grandes dosis de
cinismo bajo el que cobijarse de esa sensación de eterna búsqueda de la nada.
Lejos de apartarse de la vida, Gambardella
indaga en ella, pero no encuentra nada, porque quizá todo sea una excusa
literaria (quizá la última) a toda una vida, aunque debamos admitir que no debe
ser nada fácil escapar de una forma inmune
a esa omnipresente belleza que atesora la ciudad de Roma, y que además, se acrecienta con el paso del
tiempo. Roma reposo perpetuo de emperadores y templos, de civilizaciones que
cambiaron el mundo y de manifestaciones artísticas que conmueven al más insensible
de los seres humanos es, sin embargo, el contrapunto de una actualidad no tan
lúcida y que, en La grande bellezza, sale retratada a la deriva en una constante
huida de fiestas, mentiras y bótox. No hay un mayor contraste y mejor lenguaje
fílmico para expresarlo que el que nos propone Sorrentino al situar ese
ático de desenfreno frente al omnipresente y majestuoso Coliseo romano, símbolo
del orgullo de una ciudad que, en palabras del propio Gambardella, lo mejor que tiene son los turistas, pues ellos son,
sin duda, quienes adoran algo que mucho romanos no son capaces de apreciar.
Quizá Roma, nunca haya sido retratada de una forma tan bella, pues Sorrentino,
aparte de mostrárnosla en muchas ocasiones de noche, como si fuera una gran bella
durmiente, ha fijado su objetivo en lugares que, aparte de ser bellos en sí
mismos, son distintos por anónimos y fuera del alcance del turismo que practicamos
en la actualidad. Esa soledad nocturna no hace sino acrecentar el valor de una
belleza sublime que, al igual que una gran actriz, es capaz de mojarnos los
recuerdos tanto con los chorros de agua de sus múltiples fuentes, como con la
luz del atardecer que en forma de una lluvia dorada se posa sobre sus tejados
anaranjados; una bruma que, si nos paramos a observarla con detenimiento,
desprende una gran multitud de destellos capaces de transformar nuestra
percepción del arte y del tiempo. Y así, podríamos continuar hasta el infinito,
porque infinitos son también los grandes y pequeños rincones de una ciudad
tocada por la varita mágica de la infinita hermosura. Sin embargo, en Roma también
existe otra opción para contemplar la belleza, más allá del halago puramente
estético, y esa es la de disfrutar del silencio y su melancolía, como solo dos
amantes pueden hacer sin perderse en los vericuetos del tiempo. En este caso,
Roma también se alza como la excusa perfecta para unir arte y literatura,
verdad y belleza, en un juego en el que Sorrentino nos invita a jugar a
través de la decadencia de un personaje que, al acabar de cumplir los sesenta y
cinco años, siente esa necesidad de seguir viviendo sin más. En esa necesidad
de la simple contemplación asistimos a una filosofía de la vida aparentemente
hedonista, aunque ese solo sea un escaparate ficticio bajo el que se esconde la
más pura contemplación. Acaso qué es el arte, la poesía, la literatura, la música...
sino mera contemplación. ¿Existe algo más bello que ver amanecer cada día que
paseando por la ribera del Tevere, o irse a dormir mientras suenan las
centenares de campanas de las iglesias y catedrales romanas? En ese permanente
éxtasis del hecho de la belleza es donde se resguarda el alma de
un Gambardella perfectamente interpretado
por un Toni Servillo que ejerce de guía nocturno y existencial de una
historia que no se ciñe al mero y puro lenguaje formal del cine comercial, sino
que navega y divaga en una caprichosa sucesión de imágenes, como caprichosa es la
vida que solo busca la contemplación por la contemplación, pues qué es la vida si no un viaje hacia ninguna
parte.
Ángel Silvelo Gabriel.
PD: No pasen por alto la
excepcional banda sonora de Lele Marchitelli.
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