Traspasar las normas de la moral
establecida siempre trae problemas, y en este caso, el director francés Francois
Ozon, como siempre, se limita a mostrarnos una faceta del comportamiento
humano sin entrar a juzgarlo, para que cada uno saque sus propias conclusiones,
aunque en su última película, Joven y bonita, le falte ese gancho
que sí nos convenció en la anterior En la casa, donde su sutileza rayaba
la genialidad. La juventud se caracteriza, entre otras muchas cosas, por la
falta de ese miedo al riesgo, que por supuesto incluye al de la propia muerte,
y que en ese film, su protagonista, la bella Isabelle, una joven de diecisiete años encarnada por Marine
Vacth, es una perfecta muestra de ello. Sí, a pesar de su crudeza, Isabelle se erige en una diosa suicida
que representa la libertad que va en busca del deseo. El deseo, ese abismo que
tanto martiriza al ser humano, en el caso de la joven Isabelle es una postura nihilista que la lleva a probar aquello que
la vida normal en la que está integrada no le ofrece. Ella no disfruta del acto
sexual en sí (ya sea este un ejercicio amatorio realizado con un hombre muy
mayor o un cuarentón reprimido), sino que para ella, su verdadero valor se
encuentra en esa evocación del deseo que ella utiliza para revivirlo después.
Este ejercicio de potencialidad soñadora es lo que exime a la película del
retrato del abismo que supone el tráfico de jóvenes menores de edad explotadas
por las redes de prostitución internacional, pues ese no es el tema de esta
película. Ozon, para narrarnos el mundo interior de Isabelle, nos sitúa su cámara (una vez más) en unos obsesivos primeros
planos que nos desnudan la mirada de la joven y su fría e insolente
personalidad. Ella protesta contra su familia y su madre, pero también contra
sí misma, pues el único objetivo de asumir un riesgo real, que ella es la única
que no ve, es el de expresar su propia libertad, aunque esta vaya contra las
normas de la sociedad en la que ella vive y a la que ella protege. En este sentido,
el marco legal de esta nueva propuesta fílmica del director francés es otra,
pues invade las cenagosas fronteras de los sentimientos del ser humano, por muy
contradictorios que sean estos.
Joven y bonita es un
nuevo tour de force al que nos somete la cámara de Ozon, y con el que trata
de poner a prueba las reglas de la sociedad burguesa que navega narcotizada por
los estigmas del consumo político, generacional y sentimental, y que se engaña
a sí misma transitando por unas aguas tan ficticias como tranquilas. En este
mundo de locos en el que desarrollamos nuestras vidas, no tendría que
sorprendernos el comportamiento asimétrico del ser humano, por muy nocivo que
sea este, pero no es así, pues nuestra hipocresía siempre está a salvo de las
reacciones humanas no asumidas como morales. Y eso es lo que trasgrede Isabelle, cuando con una simple mirada desprende
grandes dosis de sexualidad y deseo, dos estigmas a los que Ozon
somete a una prueba a sabiendas de que nada ni nadie se le va a resistir, salvo
ella misma. Esa sensación de poder infinito que derrocha la joven francesa se
traduce en una sensación de imágenes exentas de pasión, pero no de ese tipo de
deseos no declarados que pertenecen a la esfera más íntima del ser humano,
aquella donde solo se manifiestan los sentidos cuando la libertad va en busca
del deseo.
Ángel Silvelo Gabriel.
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