Sedientos de experiencias que
contar, ávidos de fragmentos que recordar y exhaustos por las infinitas
escaleras del Círculo de Bellas Artes de Madrid que tuvimos que salvar, nos
dirigimos a este vasto festival de la cultura de la silente palabra impresa y
de las emociones cercanas de la palabra hablada; y lo hicimos con la sana
intención del curioso que se acerca a un lugar que intuye que le va a gustar,
pero del que todavía desconfía, por el entorno y el ruido mediático que
acompañan al evento. Pero como en una época de profunda crisis todos andamos perdidos
en mitad del desierto, en cuanto podemos, buscamos un oasis donde refrescar
nuestra mente y apaciguar nuestros resecos sentimientos. Y así, nosotros incendiamos
a nuestros músculos y retamos a nuestras preconcebidas ideas bajo el símbolo de
una letra tan española como la “ñ”. ¿Y cómo lo hicimos?, pues nos sumergimos
sin pudor en una pequeña parte de todo aquello que el Festival Eñe nos proponía:
conferencias, lecturas, mesas redondas, ilustraciones, caras a caras, acciones,
parejas de baile…
...Sin movernos de donde estábamos,
asistimos al gran cara a cara de la noche, con un Salón de Columnas abarrotado
de personas, tanto sentadas como de pie, que irrumpieron en un largo y caluroso
aplauso cuando la gran dama de las letras españolas, Ana María Matute, se
sentó sobre la silla del estrado que, a modo de trono, ocupó por espacio de
algo más de una hora. Y enfrente, Juana Salabert, profunda conocedora
de la obra de Matute y de su persona, pero a la que le faltó esa amenidad y
soltura que toda charla, que no llega a ser entrevista, debe tener. En ese
medio camino de tiras y aflojas, volvimos a descubrir el gran genio e ingenio
de la Matute, que curtida en mil y una batallas, repasó su infancia
entre Madrid y Barcelona, la guerra, el miedo a los bombardeos que luego se
trasladó a los ruidos de las verbenas, y esa sensación que tuvo desde el
principio de ser una niña rara. Y por encima de todo eso, la espontaneidad y la
sinceridad de las grandes, porque así se comportó, sin más galones que los de
su propia obra; una obra cargada de anécdotas, como la de Delibes, cuando ella
quedó finalista del Nadal y le dijo una y otra vez que no dejara de escribir.
Una perseverancia que se convierte en pura sencillez cuando le preguntaron qué
le aconsejaría a un escritor novel, y ella, muy directa, dijo que lo que nunca
debe hacer alguien que empieza a escribir, es distraerse, porque el verdadero
escritor, no es aquel que escribe para ganar dinero, sino el que una novela
tras otra busca su propia voz. Pues como muy bien dijo casi al principio de su
intervención, en su casa siempre se ha vivido en una perpetua crisis, porque la
literatura es el camino equivocado para ganar dinero. Y bajo la lluvia de aplausos
que despidieron a Ana María Matute, abandonamos un poco maltrechos en lo físico y
repuestos en lo espiritual, las bellas e incómodas instalaciones del
Círculo de Bellas Artes, esperando nada más salir de ellas la edición del
Festival
Eñe del año que viene.
Ángel Silvelo Gabriel
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