A tumba abierta, así es como se
presentaron Velouria el pasado viernes en la Sala Costello de Madrid. Un
bajo, una guitarra y una batería para recordarnos que en la esencia es donde
está lo mejor y lo más auténtico de las cosas, en este caso, de la música; una
música, la de este grupo maño, que no solo rompe moldes sino aguas en cada una
de sus canciones, pues sus composiciones se caracterizan por ser puros arrebatos
de rock sin camuflaje. Esa desnudez de sus composiciones se concentran en unas
más que intensas intros donde las necesidades más impetuosas de los espíritus
creativos de este trío de músicos salen a relucir con total libertad, para más
tarde devenir en una estructura más melódica (no exenta de fuerza) que nos
recuerda que Velouria también saben componer melodías en las que encajar la
voz de Yoin Rune.
Armas de destrucción masiva fue el arranque, muy contundente, que
resume lo dicho hasta ahora, pues con una sintonía rock sin concesiones, nos
avisaron de cuáles eran sus armas, en ocasiones cercanas a las marchas militares
desde la batería. Después de este calentamiento previo nos dijeron eso de : ¡Buenas noches, somos Velouria y venimos
desde Zaragoza!, para atacar ese relámpago de fuerza llamado Bloque Negro II, como si fuese el último
tema que fuesen a tocar en su vida. Esa entrega infinita es una de las señas de
identidad que acompañan a los componentes de Velouria en cada canción,
pues esa es su forma de encadenar una emoción tras otra. En Fragmentos Holográficos la batería, desde
el fondo del escenario, nos avisa de las urgencias sonoras del grupo, mucho más
acelerados que en el tema anterior. Aquí la voz de Yoin ya se modula y
acopla mejor al subidón sonoro que, como un pincel mágico, dibuja esa sensación
de fuerza que posee su música, sobre el horizonte, muy al estilo de la sinuosidad
con la que una serpiente se desplaza sobre la arena del desierto, terminando en
una portentosa ópera rock. Entidades paralelas,
un tema más viejo, según nos anunciaron, nos lleva hasta un bajo respondón,
pues en el arranque, se comporta como un cicló plagado de riffs eléctricos y
electrizantes que nacen en sus cuerdas, y que juegan a sorprendernos en los
lugares más inhóspitos e infinitos, donde las coordenadas de las modulaciones
son puros aullidos plenos de desgarros sonoros camuflados en la limpieza y
sencillez de una canción, que se funde con BPM116,
puro rock sin reservas que nos tensa cual cuerpo que se balancea sobre el
infinito. Aquí parece que hemos regresado a los setenta y, como en ocasiones
anteriores, la canción regresa hacia un tipo de melodía más acompasada, sin por
ello poder huir de las urgencias vitales del inicio.
Bloque negro comienza con tímidos punteos que luego devienen en un
viaje sin compasión hacia los más oscuros lugares que ya visitaron las bandas
anglosajonas en su momento, porque definir la música de Velouria es complicado,
pero podríamos arriesgarnos a decir que es una mezcla de Muse, The Cult y Nirvana.
Después llegó la versión del tema Sail,
en el que solo nos faltaron conocer las coordenadas de la cueva donde se había
gestado este nuevo desgarro sonoro: limpio, ácido y rompedor como una puñalada
en el alma. Metrópolis es el primer
single del EP y donde los ritmos también se atenúan para dar paso a melodías
que transitan a lo largo de la canción como un perfecto juego de contrarios,
hasta que llegamos a Justice, donde
cambian las intenciones de los ritmos de Velouria, y donde el bajo marca el
ritmo y el compás del brillo de la guitarra, dándole así un protagonismo
inusual, para convertirlo en lo más parecido a un bajo muy discursivo. Nosquiero es una especie de homenaje que
el grupo maño hace a Muse, y que además, será su próximo
vídeo. Aquí el sonido de la guitarra ya nos atrapa desde el principio, en una
perfecta combinación de ritmos destinados a eclosionar lo mejor de su sonido.
Un experimento de maduración donde las melodías del tema devienen en más
elaboradas y profundas: "volver a
escuchar", perfecta metáfora para acompañar a esta canción, que con Silencio, regresa a la propuesta de la
batalla inicial, que sigue en pie de una forma asombrosamente contundente y
firme, cual muralla milenaria. Punto y final que se interrumpió con un bis en
el que nos avisaron que iban a tocar muy bruto (imaginamos que querían decir
muy Nirvana),
con ese aullido desnudo de la soledad que nos rompe por dentro.
Ángel Silvelo Gabriel.
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