Apenas unos apuntes que esbozan la
historia de una breve amistad y un amor imposible, le sirven a Mary
Ann Clark Bremer para dibujarnos un pequeño retazo de las vidas ajenas
del París de comienzos de los sesenta que, sin embargo, bien podría tratarse de
ese otro París que tan bien nos retrata Irene Némirovsky en su novelas de
amor y de vida, por su atemporalidad. Como si marchasen cogidas de la mano, ambas
autoras se detienen en ese superficialidad tan aparente de los detalles, pero a
veces tan profunda, que determinan irremediablemente las relaciones entre las
personas, y por ende, las vidas humanas. El amor por los detalles o por esa
belleza intrínseca al arte más oscuro y escondido que yace tras un pequeño
bajorrelieve o tras un libro solo apto para coleccionistas que descansa en una
estantería olvidada, nos proporcionan esa atmósfera de pérdidas y anhelos que
nos sugieren tanto sin llegar a mostrarnos apenas nada. Este pequeño boceto
literario, que es una buena representación de los amores imposibles, consigue
trasladarnos a eso otro mundo que transita más allá de lo obvio, en el que las
intenciones cuentan y mucho, y donde los anhelos son como esos suspiros que se
nos escapan si darnos cuenta mientras miramos nuestra vida a través del cristal
de una ventana. Apoderarse de ese brillo, apenas perceptible, no es tarea
fácil, y Mary Ann Clark Bremer lo hace una vez más, apelando a la
sobriedad del planteamiento y de las situaciones, si bien es verdad que sin
llegar a ese cúmulo de aciertos de sus anteriores y maravillosas novelas
cortas: Una biblioteca de verano y Cuando
acabe el invierno. Pero ella es así, breve y concisa en sus determinaciones
literarias, a las que suele proporcionar el hálito de las pérdidas a las que la
vida nos somete con su sórdida tiranía, dejándonos varados en la
indeterminación de los tiempos muertos, como si fuésemos relojes a los que ya
nadie se ocupa de darles cuerda. Y en esa atemporalidad sin límite, transcurren
nuestros días, asemejándonos a esas figuras de porcelanas que permanecen
olvidadas dentro de un aparador; esas figuras que, simbolizan como ningún otro
objeto en el mundo, la representación de los amores imposibles.
Ángel Silvelo Gabriel
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