Hay mucha fuerza en este disco
que, a modo de reivindicación, representa a esa luz que nos inunda tras cada
derrota. La necesidad de salir adelante nos lleva a sacudirnos las cenizas con
las que nos rebozamos en nuestro diario caos existencial. Esa luz también se
transforma en cercanía; proximidad del cuerpo, de manos, de bocas y de melodías
que apuestan por ser uno mismo. Más allá de las inevitables comparaciones que
surgen cada vez que llega un nuevo artista al panorama musical español, Helena
Goch es única en sí y por sí misma. El ritmo, la fragilidad y la
sensibilidad con las que afronta sus canciones bien merecen su propio espacio y
timón. Su voz, quebradiza y juguetona, tiene la pureza de una profundidad que
nos incomoda y estremece a veces, y nos hace felices en otras. Julio
de la Rosa, como maestro de ceremonias, ha hecho muy bien en apadrinar
a esta joven artista, y no solo eso, porque le ha dado al disco esa línea plena
de armonía que recorre cada una de las canciones de este Little tiny blue man.
Blues teñido de azul del mediterráneo, pero también folk y pop a secas, en los
que apoyarnos para ir tirando las falsas promesas al mar. Espectacular inicio
de una artista cuya mirada musical nos lleva hasta la cercanía de las pequeñas
grandes hazañas de la vida, donde el amor es encuentro y desencuentro,
casualidad y ternura, pérdida y reproche. Aventura,s todas ellas, que caben en
este inusual, por bien acabado, debut musical.
Este disco tan redondo por dentro
y por fuera, al que podríamos denominar como disco diez, pues diez son también
las canciones que lo contienen, comienza con ese pequeño suspiro de apenas tres
minutos que nos hace temblar. Perhaps,
una de las grandes canciones de este álbum es, en palabras de su autora, un
tema que habla de superar la tristeza y volver a empezar. Magnífico inicio
añadimos nosotros, donde el piano y el chelo nos dibujan la semblanza de una
nueva vida, plena e inquietante, como esta magnífica canción que a mitad de
recorrido se rompe y brilla y sube y se luce, y junto a ella la voz de Helena,
que pide más como el resto de instrumentos. La
maga y su reflejo literario de Cortázar, nos habla de la pureza, donde el
juego de las guitarras de fondo se conjugan como el mejor de los verbos con la
voz de Helena, siempre adelante y abriéndose camino en nuestros
sentidos. Reina de la intensidad, los medios tiempos y esos ecos, que nos
llevan a buscar ese fondo único existente en cada una de sus composiciones. He said to me that day se acerca para
pedirnos perdón mientras nosotros le mostramos nuestra mejor sonrisa. En este
chico deja chica para después querer volver
a recuperarla, las teclas del piano se hacen hipnóticas por profundas, inquietantes
por certeras y donde su conjugación con el resto de cuerdas que van sonando a
lo largo de la canción la convierten en mágica, única e impactante; magnífica
canción. Unos resortes que también atesora Stay
away, donde las mentiras y oscuridades de las que nos habla Helena
se convierten en las mejores aliadas de esta aventura irreal, pero a veces
necesaria. Atravesar los límites de lo permitido, una vez regresamos, nos lleva
a ver la vida de otra manera, quizá como lo hace Helena a través de sus
composiciones, intimistas y envolventes.
Con To the sky nos vemos reflejados en los primeros destellos más puramente
folk del disco. El ritmo es más rápido y la voz de Helena nos invita a
seguirla en una especie de viaje pleno de luz y de fuerza. Esa necesidad de la
magia que es fundamental para llegar al cielo es la que posee esta canción, que
al igual que un carromato lleno de sueños, nos lleva hasta el infinito; otro de
los grandes momentos del disco. Unas sensaciones que prosiguen en Serendipia, casualidades o no, seguimos
encadenados a ese ritmo entre trepidante y mágico que nos devuelve a la vida
cuando miramos al horizonte en la línea infinita de una playa desierta. Aquí
las olas son una melodía pegadiza y eléctrica que nos inunda los sentimientos
de sonidos placenteros. Alegría que se transforma en tristeza en Goodbye to you, otra de las canciones
oscuras, pero imprescindibles, de este álbum de debut. Aquí, Helena recoge su con un manto que la
protege de la soledad, mientras la profundidad de sus cuerdas vocales buscan
esa última verdad dentro de su alma. Hay mucho de blues —en su sentido de
sentimiento profundo— en este y otros de los temas de este Little tiny blue men. Hopeless continúa en la senda de las
derrotas que nos atrapan sin apenas darnos cuenta. Una vez más, la guitarra
reclama nuestra atención y en su aullido nos habla de lo difícil que es romper
la rutina y no dejarse llevar por la torpeza de los sentidos. Encerrada en sí
misma Helena Goch también nos cautiva con esa voz que se prolonga más
allá de nuestros oídos. Holy Sacrament es un llanto, esta vez más profundo, de
las consecuencias que en la autora ha dejado la pérdida de un ser querido. Es
difícil abstraerse de la muerte y no hacerlo como lo hace Helena Goch,
reivindicando el grito de los sentimientos reconvertidos en una canción que no
tiene límites. Justo hasta que nos lleva hasta Trafalgar, donde la luz se apodera de la cantante para regalarnos
otro de esos brillos que contiene este disco, en el que los refugios se convierten
en hallazgos y la tierra firme en la oportunidad de volver a empezar, para de
ese modo, poder seguir tirando las falsas promesas al mar.
Helena Goch y su Little tiny blue
men es algo más que un prometedor inicio, es la confirmación de que una
nueva autora ha llegado para quedarse en el panorama musical español.
Ángel Silvelo Gabriel.
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