Dibujar espacios donde esconder
los reflejos de un alma perdida, y hacerlo en la inmensidad de una niebla
infinita, eso es Parque de atracciones, un juego donde Pasajero nos invitan a
viajar bajo la bruma de las guitarras oscuras, para de esa forma, difuminar la
realidad que no nos gusta, y que sin embargo, nos domina. Hay realidades que es
mejor descubrirlas metido en otra piel: tu piel. Buscar la línea del infinito
en ocasiones nos puede llevar a descubrir al otro, y todo bajo esa premura
donde el deseo de la pasión se desvanece en un sueño; ese instante preciso
donde el amor se transforma en la última oportunidad de una vida que se ha
dejado pasar, como tantas veces nos repetimos ante cada fracaso. Sin embargo, la
redención de las penas es la promesa que se nos prometido si somos capaces de
atravesar esa bruma; esa especie de niebla que borra de nuestra mente los
sentidos. Sentimientos ateridos por el frío de un lugar donde las norias son
fantasmas del pasado y las montañas rusas se comportan como nuestra última
pesadilla. Abandonar el territorio donde descansan los recuerdos es nuestro
reto. Tiramos al suelo todo lo que guardan nuestros bolsillos y salimos
corriendo más allá de la bruma de las guitarras oscuras, pues estamos seguros
que al otro lado existe un paraíso con mucha luz. Pasajero y su Parque
de atracciones nos incitan a soñar como pocas veces lo podremos volver
a hacer en la vida, pues su último disco es esa última y necesaria búsqueda de
la luz que nos lleva hasta la verdad: la única, la auténtica. Dispersos en un
falsa pátina donde la bruma ejerce de barrera entre realidad y sueño, Daniel
Arias, Josechu Gómez, Eduardo Martín y Edu R PAynter nos obligan a
reencontrarnos con la dicotomía de los sueños. Desde ya, quedan nominados a uno
de los discos del año, pues en esa frondosa investigación de sonidos que ya
percibimos en su anterior trabajo, Radiografías, asistimos asombrados
ante esta nueva demostración de canciones que nos dejan sin metáforas.
Parque de atracciones es el primer disparo directo a nuestros
sentidos, donde la brillantez inicial de las guitarras es de las que te deja
sin aliento. Uno de los mejores temas del disco, si no el mejor, que nos viene
a decir lo bien que le sientan a Pasajero esos acordes cargados de
una luz portentosa y mágica que nos hace caer rendidos a sus pies, tal y como
nos dicen en la letra de esta pequeña obra maestra. Una luz que deviene más
oscura en Protégelo, una de las
canciones que más nos recuerdan a su anterior trabajo y que nos vuelven a
demostrar la fuerza que tienen cada una de sus composiciones: «porque van a
venir a quitártelo con palabras de amor de plástico». Un ritmo que no se
desvanece en El arquitecto, pues sus notas
se engarzan en ese boomerang que va y viene cargado de bajos atronadores. No
obstante, la mezcla del batido sonoro se deshace en iniciales notas tribales en
Precipicio, donde la singular voz de Daniel
Arias cobra una gran parte del protagonismo, pues las guitarras, en
esta ocasión, se matizan en un fondo de sintetizadores: «Si tú saltas, yo
salto,/ si te caes, me caigo.../ El infinito nos gritó "quedaba tanto por
hacer"». Pero volvemos a la carga poderosa y portentosa con Intocables, el primer single de este Parque
de atracciones, una canción por la que regresamos a esa esencia made in Pasajero, atribulados en la
fuerza demoledora de unas guitarras y un ritmos trepidantes. Lo que nos lleva a
otro de los grandes momentos de este larga duración, Hoja en blanco, por lo completa que es esta canción, tanto en su
concepción musical como en su estética y en su letra. Aquí las guitarras
penetran con fuerza en nuestro interior y nos remueven por dentro: «Frases sin
piedad/ para encerrar este momento,/ hoy escribiré/ para volver a coger aliento».
Grandes momentos y sensaciones las que engendran esta canción que se queda como
una celosa amante pegada a nuestros oídos.
Gente subterránea es como una turbulencia plagada de brillantes
destellos de guitarras afiladas y bajos subterráneos. Un bucle intenso de
matices que continúa con Las llaves
invisibles, como si una y otra canción fuesen almas gemelas inseparables.
La ansiedad y la necesidad de salir corriendo se dan la mano a la hora de
expresar la urgencia vital más extrema. Un ritmo alto que nos lleva a una de
los medios tiempos más calmados del disco, donde sin embargo, podemos disfrutar
de muchos más matices instrumentales y musicales de Pasajero: «Soñemos
despiertos, tengamos insomnio». y eso es lo que hacemos, guiados por las notas
de una melodía que tira y tira de nosotros hasta llevarnos a ese acantilado que
nos hace ver el abismo sin necesidad de tirarnos. Magnífico diálogo de
guitarras que se complementan y aúllan al unísono: «Ahoguémonos juntos»... Y de
ahí a esa reivindicación existencial que es Detector
de latidos, una pesadilla reconvertida en canción que nos permite pensar
que merece la pena intentarlo una vez más: «Ojalá pudiera,/ ojalá supiera»,
porque el veneno del amor necesita de una última proeza y Daniel Arias que, en este
disco nos demuestra que es un compositor de letras superlativo, así nos lo hace
sentir. En este viaje plagado de sensaciones llegamos al oasis que es Las 4000 islas, donde los ecos de los
sintetizadores nos marcan el paso que nos permiten dejar pasar el tren... Y
ataviados en las sinrazón de los finales llegamos a Respira, donde Daniel Arias nos deja prendados por
su voz y su talento como letrista: «ojos que se hacen tormenta, tormenta entre
un millón más/ tacto que sigues pidiendo, tacto que pides y nos das»; una
perfecta conjunción de elementos para terminar este prodigioso Parque
de atracciones que, bajo la bruma de las guitarras oscuras, se va a
convertir en uno de los discos del año.
Ángel Silvelo Gabriel.
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