lunes, 2 de febrero de 2015

UN CUENTO DE INVIERNO DE WILLIAM SHAKESPEARE, VERSIÓN Y DIRECCIÓN DE CARLOS MARTÍNEZ-ABARCA: EL HOMBRE COMO VÍCTIMA DE SU PROPIO DESEO


Todos en algún momento de nuestras vidas deseamos lo imposible, de ahí, que seamos víctimas de nuestro propio deseo. El amor y su versión más dañina: los celos, le sirven a Shakespeare para crear una tragicomedia de enredo con la que hacer reír y de paso aleccionar a todos aquellos que disfrutaban con sus obras de teatro: populacho, nobles y reyes. En este sentido, una vez más, la esencia del ser humano con todos sus desaforados defectos se dan la mano en Un cuento de invierno que, en la versión de Carlos Martínez-Abarca y bajo su propia dirección, se convierte en una trágica y opaca obra de teatro en el primer acto; y en una divertida comedia bufa en los siguientes, donde la luz y la bondad del ser humano salen ganando, casi por goleada. Martínez-Abarca nos muestra un Shakespeare adaptado a los nuevos tiempos, donde no faltan irreverentes reinterpretaciones del texto original, pero que lejos de ser estas aberrantes, resultan graciosas y divertidas, e incluso demoledoras con los tiempos que vivimos (quizá como quiso hacer el propio dramaturgo inglés en su época), tornándose en este sentido, como alumbradoras del oscurantismo que nos embarga. Valiente decisión la del director, que no desdeña el resultado final de la adaptación, sino más bien todo lo contrario. En este sentido, no deja de admirarnos el gesto de heroísmo de todos aquellos que siguen manteniendo en pie, en una época como esta, espacios escénicos de este tipo —Nave 73—, es decir, de los llamados alternativos, pues su continuidad, así como la puesta en escena de cada obra de teatro a la que asistimos, así como la profesionalidad de sus actores nos hablan y muy bien del ser humano que, en muchas ocasiones es capaz de lo peor, pero en otras, como esta, resulta admirable.
 
Un cuento de invierno nos muestra cómo la derrota de un hombre muchas veces está unida a su propio deseo, y en esta ocasión, sus celos son la excusa de una nueva muestra de inaceptable tiranía por parte de aquellos que detentan el poder. Sin embargo, Shakespeare le da una nueva oportunidad al hombre y a la vida a través del tiempo. El tiempo siempre pertinaz y autoritario, se nos muestra aquí como juez y parte, pero sobre todo, como sanador de las decisiones despóticas. El amor y su vertiente más oscura, deviene en luz y perdón. Redención de los pecados que transitan por una sencilla puesta en escena que quiere mostrarnos el teatro tal y como es, y en el que incluso, se requiere de la participación de los espectadores. La bruma silenciosa que rodea el escenario de La Nave73, se conjuga a la perfección con ese intenso color rojo que representa el trono y la vida, la pasión y la sangre, que nos recuerda lo débiles que somos, sobre todo, ante el poder más absolutista y tirano. Hay mucha imaginación y acierto en este montaje, pues como se nos recuerda en un momento de la obra: «¡qué es un sueño sino un juego de la imaginación!». Esa es la propuesta de esta tragicomedia, la narración de un cuento nacido de un niño, donde Carlos Jiménez-Alfaro en todos y cada de su papeles está inmenso, pero si cabe, en esa acertada representación del TIEMPO, es donde más resalte. Algo similar podría decirse del resto del reparto, pues lo primero que habría que resaltar en todos ellos, es su versatilidad para cambiar de registro en los diferentes personajes que cada uno de ellos interpreta, aunque no se nos debe pasar por alto a Zaira Montes con una gran Hermione; una virgen en las tinieblas. Del mismo modo, que Paula Ruiz, en su papel de Perdita representa como nadie la virginidad y su pureza, con una expresión en su rostro y en sus labios muy notables. O Rocío Marín, actriz de voz enérgica y potente, que transforma en cómica en su magnífico papel de gañán, lo que nos habla de sus grandes dotes interpretativas.
 
En definitiva, esta versión de Carlos Martínez-Abarca de Un cuento de invierno de William Shakespeare es una magnífica ocasión de contemplar en pleno siglo XXI, una vez más, la intrínseca necesidad del ser humano de infringir las reglas, en esta ocasión, tamizadas por el devenir de una actualidad que, en manos de los actores de SioSi Teatro es muy recomendable.
 
 Ángel Silvelo Gabriel. 

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