Las canciones de la vida se
precipitan sobre nuestros días de una forma tan aleatoria que lo que en
ocasiones es una melodía armoniosa que nos hace hervir la sangre, otras, sin
embargo, se desprende como notas que se clavan en nuestro cuerpo igual que lanzas
asesinas. Cantantes, trovadores, literatos, poetas, escritores, bardos... que proyectan
sus composiciones a un universo que no siempre les entiende. De esa
incomprensión nacen muchas de esas historias que tratan de narrarnos la vida de
una forma impetuosa, trágica, pero también, viva, cercana, conmovedora. Úna
Fingal, con su novela La canción del bardo, ha conseguido
dibujar de una forma concisa los flashes que nos iluminan las cicatrices de la
libertad. Una libertad colectiva, bien es cierto, que se manifiesta arrojadiza,
incluso contra el amor. Hay revoluciones que no saben respetar las canciones
del bardo y nos dejan mudos para el resto de nuestros días. Aquel que se queda
sin capacidad para amar, tanto al prójimo como a sí mismo, no es digno de
seguir viviendo, pues está empapado con el alcohol del odio. Una libertad
colectiva que no sabe respetar la libertad personal, es una mala libertad. A
pesar de todo, Olcán Finnegan, el
héroe de La canción del bardo, nos hace sentir que merece la pena luchar
contracorriente en el lado de los que siempre están dispuestos a perder, pero
que saben que nunca van a traicionar a su corazón. A veces, las lágrimas son
necesarias para apreciar el valor de la felicidad y, Olcán Finnegan, como buen irlandés, nunca dudará en hacerlo.
En esta novela, asistimos
atónitos al gran dominio que la autora tiene de la elipsis, y gracias a esa
habilidad, somos capaces de recorrer un buen período de la historia de Irlanda
y de Europa sin darnos cuenta. Si en un principio, la acción de la misma
deambula de una forma algo tímida por los duros hechos que le tocan vivir a su
protagonista, en el momento que este nos relata su aventura bélica en el frente
belga hasta convertirse en un héroe de la batalla de Ginchy, nos quedamos embelesados
y adheridos, como si fuésemos parte de ese barro que impregna las ropas de los
combatientes en la trinchera, a la acción que nos muestra unos hechos duros
pero trepidantes a la vez. Magnífica descripción y narración de unos sucesos que
nos sucumben en la tragedia humana de la guerra, pero que también nos permite
acercarnos a la verdadera naturaleza de la que está constituido el ser humano.
Arrebatadora sucesión de vivencias que se acercan mucho al discurso narrativo
de las películas bélicas, o al de las series de época de televisión made in England. Úna Fingal atesora un gran
domino de los hechos, la época historia y los detalles que narra, incluida esa
melancolía típicamente irlandesa.
Una grandiosidad, la del campo de
batalla, que no le impide acercarse a los sentimientos más profundos de la vida,
como es por ejemplo, el amor, donde de nuevo somos testigos de ese gran dominio
del devenir del hombre. Sangre y fuego, amor y pasión, juventud y derrota en
una contundente sucesión de imágenes convertidas en palabras que, con un final
más que sorprendente, nos deja con muchas ganas de conocer cómo seguirá esta
trilogía, de nombre Rebelde, de la
que La
canción del bardo solo es su primera entrega. Una más que prometedora
carta de presentación de una narradora que se mueve con gran soltura a la hora
de mostrarnos las cicatrices que la libertad nos va dejando a lo largo de
nuestras vidas.
Ángel Silvelo Gabriel.
2 comentarios:
Muchas gracias Ángel, desde lo más profundo del corazón, por esta reseña tan hermosa y profunda, escrita con la maestría y sensibilidad del poeta que llevas dentro. Proveniente de un escritor a quien admiro me llena especialmente de emoción.
Un gran abrazo con afecto,
Úna
¿Deja la libertad cicatrices?
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