Hacerse mayor a través de los
recuerdos glosados en forma de canciones de puro rock y con gotitas del mejor rock’n’roll
es la forma con la que la banda, Motel, afronta su tercer larga
duración, y lo hacen trovando historias de barrio y, de paso, ajustando cuentas
con el pasado y el destino, pues de eso se trata, a la hora intentar atrapar
esa línea del horizonte que cada vez que avanzamos se nos escapa un poquito
más. Conceptos como romanticismo, cultivos, poesía o ensoñación, recorren los
trece temas de este álbum, forzado y refinado por las barras del tiempo, que siempre
aparecen en nuestros sueños de la forma más inesperada. Esta crónica social y
musical de años atrás, es una inmejorable muestra de aquel mundo que vivimos y
nos abrazó para no soltarnos nunca más. Ese poder de la adolescencia y la
primera juventud, y los recuerdos que la una y la otra nos arrastran hasta
llevarnos a la línea del día a día en forma de vértigo indestructible, pero a
la vez demoledor, está presente en cada nota de cada canción de este Cultivos.
Juego de contrarios que entran y salen, suben y bajan hasta llegar a la esencia
de los recuerdos. Ese es el cóctel que Motel han preparado a la hora de dar
luz a estos trece temas para salir del paso y salir hacia adelante en la
frontera del ritmo y la pasión. Fuertes, aguerridos y sin miedo, descifran el
enigma de sus vidas y las nuestras, en algo parecido a una sinfonía de
romanticismo amargo pero necesario.
Cuento de barrio es una buena compilación de todo lo expuesto, pues
la solidez de las guitarras aparecen desde el primer momento para perfilar este
cuento de chicos de barrio: drogas, exilio y rock’n’roll, aderezados de paredes
llenas de pintadas y matones de escuela, para ilustrar esta primera muestra de
rock sin excusas, donde la fuerza y el ritmo se dan la mano sin miedo. El final del verano nos atraviesa el
corazón en forma de confesión sin anestesia: «dime si es verdad que la
eternidad no dura ni un instante». Clases de barrio, exámenes de septiembre y
el final de la adolescencia, para llegar hasta la nostalgia, la melancolía y el
primer amor, que se fusionan en una mágica conjunción pop-rock. Teclados
arrebatadores inician Seres extraños
en una mezcla de la calidad y fusión de la música de Motel presente en Cultivos:
«ya no creo en los Beatles, no me importan los Stones». Magnífica declaración
de principios derriba-barreras para afianzar sus raíces más profundas en el
rock’n’roll sin miedo, lanzando las guitarras al aire en compañía de unos
buenos teclados; soul desparramado en confesiones hechas con eso: alma.
Teclados que deviene profundos en el inicio de La señora de los gatos, una nueva narración de pérdida y distancia
donde la melancolía suena a grandes argumentos, de esos con los que intentamos
cambiar nuestro mundo. Motel lo hacen con notas de blues,
un blues intenso, cercano y acertado, donde las motas de polvo ya no necesitan
ser barnizadas; un gran tema pleno de sentido y sentimiento. Motel
también arrollan, con su música, las redes sociales en Facebook, una metáfora de los males y falsos egos con los que
revestimos lo peor de nuestras vidas en el periódico de los pobres que un día
inventó Zuckerberg. Ritmos sustentados en las teclas de un piano que
nos lleva el corazón de acá para allá en una mezcla sonora plena de fusiones de
ritmos y sensaciones. Guitarras al cuello nos asaltan en Ruido en el corazón, donde la versión más directa y comercial de Motel
sale a relucir, deudora de las mejores bandas de rock de este país. Aquí, el
grupo reabre sus caminos con la solvencia de las grandes ocasiones, pues no
tienen nada que envidiar a bandas como Fito y los Fitipaldis, por poner un
ejemplo, o si nos marchamos atrás en el tiempo, a los Burning más castizos.
Diskoteca, con k de kilo, es una mezcla de sinfonía de colores
transformados con notas salpicadas de ritmos bailables al ritmo de blues, pop,
rock o ska, que se mezclan sin miedo y con acierto: «mientras tú sigues
bailando en la discoteca/ mientras todo va girando en la discoteca… si te queda
algún disparo, que me apunte a mí a la frente». Ritmo cambiante el de Tu canción favorita, pues regresamos a
esas cadencias pop de guitarras acústicas que se nos cuelan en el corazón sin
avisar. Pinceladas de Manolo Tena o Enrique Urquijo nos llenan
los oídos de buena música en esta acertada canción preñada de grandes
sensaciones. Y como no solo de ritmos altos vive la música, la desnudez vocal
de Fernando
López se hace cargo, junto a su guitarra acústica, de Tu nombre, la versión más pausada, que
no menos intensa, de Motel: «he salido a buscar en la
barra del bar un plato triste con vitaminas, y solo he encontrado trozo de ti»,
gotitas de madame tristeza adornadas de buen blues. Las ondas notas de El mal nos muestran esa cara oculta del
amor no correspondido que deviene en un sentimiento enfermizo y aterrador, pues
nos refleja lo peor de cada uno de nosotros. Magnífica declaración de amor
entre notas que suben, bajan, lloran y buscan un trocito de cielo aunque sea
imposible: «me he clavado una lanza en el costado». Ahondamos en la veta más
desnuda de Motel con Voy a pedirte
en matrimonio, oda a la pérdida de la inocencia y la auténtica juventud y
libertad, sin por ello, atisbar la necesidad de atravesar fronteras: «hoy te
voy a pedir en matrimonio y voy a convertirme en demonio», una declaración a la
que no le falta una más que prometedora compañía de guitarras con sabor a puro rock’n’roll.
Sonidos de armónicas retratados en clave de blues al estilo de los míticos La
Frontera, donde se buscan esos límites de realidad y ficción, deseo y
pesadilla: «Dios no reparte suerte solo queda la ley del más fuerte. La que
roba y la pisa a los demás». Poniendo precio a los sueños se despiden Motel
en este más que prometedor y acertado trabajo, que retrata muy bien una época y
una forma de vidas que siempre han estado a nuestro lado y, que de alguna forma,
han recorrido nuestras venas. En definitiva, Motel trovan historias de
barrio y, de paso, ajustan cuentas con el pasado y su destino.
Ángel Silvelo Gabriel.
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