Las once canciones que componen
este, Luna de Kubrick, están destinadas a hacernos la vida más feliz.
Todo es un juego: divertido, luminoso y original. A veces, creemos encontrarnos
en un tiovivo y, en otras, la sensación es la de romper el silencio en una de
esas proyecciones de películas en blanco y negro que, años atrás, nos mostraban
en el salón de actos del colegio. Pantalones cortos aparte, Nicolás
se ha aislado en sí mismo para recrearnos un universo musical muy
próximo al mundo de los sueños, donde todo y nada es posible. De ese
ensimismamiento nace el que, quizá, sea el disco más personal de todos aquellos
que ha publicado hasta el momento, pues la mezcla caleidoscópica de sonidos y
letras es ambiciosa, multidisciplinar y única. Detrás de cada escucha, las
canciones nos van mostrando una nueva capa, una textura de sonidos y reflejos
que, captan nuestra atención y no dejan de asombrarnos. Luna de Kubrick no es un
disco de fácil escucha, pero cuando caes prisionero de su encantamiento no podrás
parar de escucharlo, igual que si fuera ese cuento que, cuando éramos niños,
nos contaban nuestros padres antes de dormirnos y que no nos cansábamos de oír
una y otra vez. Hay mucho de onírico en estos once temas, pues si por algo
destacan es porque son como un largo y cálido sueño. La maestría y amplitud de
sonidos también se trasladan a unas letras originales y únicas que definen lo
inalcanzable del universo poético más íntimo de un Nicolás en plena forma.
Himnos que abren canciones en forma de denuncia, melodías que nos recuerdan a
las películas italianas de los setenta, e himnos dignos de la mejor de las
gramolas, se dan la mano y se abrazan en un interminable universo de sonidos:
único y magistral, en el que Nicolás se desprende de todos los
prejuicios que pudiera arrastrar para mostrarse tal y como es. En esa desnudez,
musical y compositiva, es donde este disco te pone los pelos de punta a poco
que te dejes de llevar por el mundo de las emociones que nos presenta, pues este
cd, en sí mismo, es lo más parecido a estar jugando haciendo canciones con el
alma de un niño.
Y como carta de presentación, Un buen homo sapiens, toda una
declaración de principios universales sobre lo divino y lo humano, himno
inicial incluido: «un problema una solución/ cada cruce una decisión/ con cada
sueño pierdo la razón, no es fácil ser un buen homo sapiens», todo ello
aderezado por unas desnudas guitarras que evocan esa necesidad de volver a
empezar. Una vez colocadas las heridas en su sitio, Celofán nos pega los restos del desastre. Sonidos pop más sencillos,
que acompañan a la voz de un Nicolás cercano por lo desnudo de su
propuesta: «son de celofán, son de celofán/ Juan quiere ser un gas noble/ Sara
cualquier gas sin más/ que la gravedad no los doble y los deje en paz…». El
retorno a esos sonidos de antaño encuentran su acomodo en Magneto, cuyo título ya nos da una pista de por dónde va este tema:
«el hombre menguante es un señor/…se hace un traje a medida cada día en una
talla menor». Juegos sonoros de sintetizadores adornados de trompetas y
melodías muy de otra época, que se dan la mano con las referencias
cinematográficas ya presentes en el título de este disco. Los sintetizadores
vuelven a tomar el mando en Carcosa,
y lo hacen a modo de fiesta oriental al estilo Cleopatra que, sin embargo, a la
mitad del tema devienen en músicas de magos con chistera incluida, pues no en
vano se trata de eso, de mostrarnos solo la parte del truco que el maestro de
ceremonias, Nicolás, quiere enseñarnos, cual compositor de músicas
intemporales. Viajamos más allá con los ecos de Antimateria, un baile de ceremonias tristes y de lazos rotos.
Sonidos para tiempos de guerra fría y de los primeros ordenadores, donde las
guitarras nos muestran el camino del final, quizá, por ser este el tema más
oscuro del disco.
Luna de Kubrick regresa a esa otra versión más luminosa del
universo musical de Nicolás: «tiembla mi corazón de cartón piedra/ por tu aroma radioactividad/ pues mis
ilusiones son estafas, en papel de estraza y montañas de poliespan/ cómo he de
llamar tu atención», cunas cargadas de noches y lunas que escapan del sol en una
sensación muy parecida a la de un surfeo casi veraniego, por el ritmo
cadencioso y cargado de su melodía pop casi ska. La ironía más aguda llega de
la mano de A & C, donde la letra
carga contra la doble moral que nos invade en las fechas navideñas. Aquí
asistimos a esa versión más reivindicativa de un Nicolás nada frugal, con
una melodía que nos recuerda a la música de The Beatles en el
tránsito que les llevó al final de su carrera, donde la experimentación y las
largas y sinfónicas melodías protagonizaban sus canciones, y aquí Nicolás
lo borda: «ponga un pobre en su mesa por vanidad/ en Navidad». Área 51 vuelve a ser otro intento de
interpretar los sueños en una cacofónica nana plena de matices de las bandas
sonoras de las películas independientes americanas. Envolvente e intimista, los
teclados consiguen envolvernos en una atmósfera, casi bucólica, y muy dada a
invitarnos a ese juego dormido de las verdaderas emociones. Las referencias
fílmicas regresan con Demasiado tiempo
libre, y lo hacen en plan peli de detectives de los sesenta. Alternancia de
registros de club con otros más cercanos al ambient
futurista. La presencia de un piano al inicio del tema en Sofá en forma de L remarca un sonido más duro que, sin embargo,
poco a poco nos atrapa por su profundidad y, al que apenas, le acompaña la voz
de un Nicolás superlativo, que se mezcla con todo tipo de sonidos de
móviles y aparatos electrónicos al final del tema, en una clara fusión de
música y tecnología.
El disco lo cierra Discoteca de arena, una canción que, por
sí sola, merece una mención aparte y la escucha del resto del cd hasta llegar a
ella, pues sin duda, estamos ante la canción de esta Luna de Kubrick. Letras,
sonidos y cadencias que nos remueven las mejores y más placenteras sensaciones.
Sinfonías envueltas en el universo de los sueños, ritmos y sonidos que nos
acompañan y nos acompañarán a lo largo de nuestras vidas. Este tema se comporta
como una perfecta banda sonora de nuestra existencia, plena en imágenes y
emociones: ¡se puede pedir más!, pues parece ser que sí al escuchar sus trompetas
y su poder evocador, capaz de trasladarnos hasta esos toboganes de nuestra
infancia. A lo que hay que añadir una magnífica letra llena de símbolos mágicos:
«la galerna extendió una alfombra de ranas/ en el parking de la playa donde
nadie aparcó/ los submarinos mueren de pena/ y nosotros dos/ en esta discoteca
de arena de agua y de sal/ se va pudriendo el gran calamar varado en la duna/
los niños disparando a gaviotas con el dedo pulgar/ y una lata de red bull
quemada la noche de San Juan/ en esta discoteca de arena antes de Navidad/ la
última borrasca que el planeta escupió/ ha cambiado el mapa de la televisión/
la última gran ola que el planeta surfeó/ explosión de espuma que a la aurora
salpicó». ¡Magnífico!
Nicolás nos demuestra en
este portentoso disco que es capaz de crear y recrear un universo propio, tal y
como ya han hecho sus paisanos gallegos Iván Ferreiro o Xoel López, pero él
lo levanta desde la luminosidad que desprende el alma de un niño.
Ángel Silvelo Gabriel.
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