I
Estación de neblinas y fértil
abundancia,
compañera del sol maduro y
fecundante,
con quien conspiras para calmar y
honrar con frutos
las vides que rodean los aleros de
paja
y cargar con manzanas los árboles
musgosos
del caserío, henchir de sazón todo
fruto,
hinchar la calabaza, llenar las
avellanas
de una dulce semilla, y hacer
brotar más flores
y más flores tardías para que las
abejas
piensen que no se acaban las
cálidas jornadas,
pues rebosó el estío sus celdas
pegajosas.
II
¿Quién no te ha visto a veces
rodeada de riquezas?
A menudo el que busca por fuera
puede hallarte
sentada ociosamente en medio de un
granero,
agitado el cabello con viento de la
trilla;
o, embriagada de aroma de las
adormideras,
durmiendo sobre un surco segado a
medias, mientras
tu hoz exime al resto de hileras
con sus flores;
y mantienes erguida la cabeza
cargada,
como una espigadora cuando cruza un
arroyo;
o al lado de un lagar de sidra,
hora tras hora,
observas con paciencia los últimos
fluidos.
III
¿En dónde están los cantos de
Primavera? ¡Ay! ¿Dónde?
No pienses más en ellos, tú ya
tienes tu música,
cuando cirros florecen el día
moribundo
y tiñen de violeta los campos de
rastrojos;
y en coro plañidero se quejan los
mosquitos
en los sauces del río, alzándose o
hundiéndose
al ritmo en que la brisa se aviva o
se consume;
y balan los corderos con fuerza en
las colinas,
canta el grillo en el seto, y con
agudo trino
el petirrojo silba desde el rincón
del huerto;
y en el cielo reunidas gorjean golondrinas.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
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