Hoy he tenido el libro entre mis
manos por primera vez. Lo he tocado, lo he olido, lo he ojeado y, sobre todo,
lo he mirado con extrañeza, como imagino que se miran las cosas deseadas cuando
se convierten en realidad. Este libro es el tercero que lleva mi nombre sobre
unas pastas de papel, pero a todos los efectos, es el primero, porque es el deseado,
con aquel que cualquiera sueña cuando comienza a escribir. Mi trabajo y mis anhelos
están puestos en él, y ahora les toca a los lectores disfrutar o aburrirse con
él. He dejado mi alma y muchas horas de trabajo entre sus hojas. Lo concebí casi sin
darme cuenta a lo largo de año y medio, con un montón de interrupciones que me
dejaron exhausto, vacío... sí vacío (aunque suene cursi y trasnochado), pero es
que John
Keats es como un leimotif que
bien se podría titular como: La necesidad
del héroe en la literatura. Keats murió joven, enfermo, pobre y sin
reconocimiento ninguno, más allá de el de su familia, de sus amigos y de su amada Fanny
Brawne. De ahí su grandeza, pues el pulso de su poesía se ha impuesto
al paso del tiempo y al olvido. Hoy es uno de los grandes en la lírica
anglosajona, y su Oda a un ruiseñor
está considerada como la mejor composición poética de la literatura anglosajona
(¡ahí es nada!). Ese es el valor de los héroes de verdad, el poder traspasar la
barrera del tiempo para instalarse en el presente y después en el futuro. Cada
vez tengo más claro que mi encuentro con él no fue casual. Keats me estaba
esperando a la esquina de mi última reseña, de la última película, de la última
hoja de mi libreta, de mi último aliento como reseñista olvidado. Este libro,
perdón, novela, será o no será, pero ahí quedará imborrable al paso del tiempo,
al alcance de aquel lector anónimo que un día se acerque a una biblioteca y la
elija entre tantas, a ese lector que busque en los puestos de libros de segunda
mano y de bruces se quede impregnado por el aroma de los poemas de Keats,
y así sucesivamente. Si algo he aprendido con este libro es que la literatura
es infinita e inalterable al paso del tiempo. Ese es su gran poder, porque
estamos hablando de la otra vida, la vida soñada, esa que recorre nuestras
venas hasta el último hálito de nuestras vidas. Después de todo este discurso
solo puedo decir una cosa: gracias Sr. Keats por cruzarse en mi camino;
el camino de un aprendiz de escritor que no lee poesía ni siquiera sabe
escribirla, pero que estaría dispuesto a dejar su vida por escribir el mejor de
los poemas, ese que usted dictó a Joseph Severn al borde la muerte: Aquí yace Uno / cuyo Nombre fue escrito en
el Agua.
Los últimos pasos de John
Keats también se escriben bajo las coordenadas de otra aventura; la
aventura que inicié un día de enero cuando me lancé al mar en busca de una
playa. Lo hice de noche y sin el sentido de la responsabilidad que guía la
mayoría de mis actos como persona. De esa irresponsabilidad dañada por mis
impulsos llegué a Playa de Ákaba, y ahora que acabo de llegar a la orilla de Playa
de Ákaba, y estoy feliz por ese hallazgo de la tierra firme puedo
confesar que llegar aquí, significa, entre otras cosas, que se ha terminado una
parte del viaje. Este final, sin embargo, implica el comienzo de otro. Ahora la
novela ya será de los lectores, pero por mi parte, quiero deciros que el camino
recorrido hasta aquí ha sido inquietante y fascinante a partes iguales. Desde
que empezó el 2014, todas las noticias relacionadas con la novela han sido
positivas, estimulantes y muy enriquecedoras, por eso solo quiero expresar un deseo:
ojalá que continúe así el resto del año. También me gustaría aprovechar este
momento de euforia y felicidad, para expresar mi más profundo agradecimiento a
todos aquellos que de una forma directa han participado en este proyecto: Ramón
Alcaraz, Luisa Núñez, Enerio Polanco, Óscar Solana, Adriano, Guillermo Pérez
Masedo, Susana Lado, Javier Rodríguez, Daniel Cortés, Alicia García, Anamaría Trillo y Lorenzo Silva. Y de una forma
especial a Noemí Trujillo, por convertirse en la luz de mis palabras y en
el corazón de este viaje; y a África Silvelo por hacer suyo este
sueño desde el primer día y llevarme en volandas hasta la orilla de la playa,
convirtiéndose de esa forma en mis pulmones. Y a Manuela Pérez Masedo por
mostrarme el camino…
Ángel Silvelo Gabriel.
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