Volando sobre un camino de tierra
que va y viene, tal da, aparece Miguel Campillo en una pose que
rompe la línea del horizonte. Quizá, porque lo importante no está en el más
allá, por mucho que el camino a veces aparezca sembrado de zapatos rojos de
lunares. La esencia de Miguel Campello se encuentra en la
cercanía y profundidad de su voz, que se hace más latente cuanto más sencilla
es la compañía instrumental que la adorna, porque también, quizá, no hay mejor
arma que la esencia de unas cuerdas vocales para recomponer los amasijos de un
corazón ardiente tiznados de flamenco. Chatarrero es una mezcolanza de
ritmos y estilos que se unen bajo un denominador común, el alma enraizada en el
flamenco del siglo XXI; ese que busca en la fusión de ritmos y sones nuevas
vías que le lleven hasta los últimos amantes de ese duende que todavía se
encuentra perdido entre naranjos, guitarras españolas y una suerte de
sentimientos tan profundos que solo el alma más auténtica y desnuda puede
encontrar. Hay un afán innato en la música de Campello por mostrarse al
natural, y a fe que lo consigue en canciones como Rosa y Juana: «Y entre naranjos 20 septiembres y alguna flor que
regalé por tu mirada/ suenan de lejos la espuma blanca y el manto azul que
burlaré con quites de un poema en madrugada». ¿Cabe mayor pureza en tan pocas
palabras? Estrofas como esta, apenas acompañadas de una guitarra y un piano,
hacen de esta canción, quizá, la mejor del disco Chatarrero.
Chatarrero también tiene
ese punto de mestizaje que comienza con aires de un flamenco en De mi voz, donde la sección de viento se
hace muy presente y sirve para armonizar el resto de la melodía con un punto
cercano a Chambao: «Solamente nos queda la vida». En Aire, el protagonismo de la guitarra española está todavía muy latente,
y lo hace mediante un punteo que se mezcla con un base de viento que solo se
difumina cuando aparecen las palmas para darle un matiz puramente flamenco-chill.
Fusiones en alto que buscan afianzar esos nuevos ritmos más actuales, y que
funcionan como un perfecto guiño a otras formas de expresar los sentimientos
más profundos que Miguel Campello nos muestra a través de sus canciones. De ahí,
que Camina se comporte como un
perfecto soporte de lo dicho. Una vertiente rítmica que en Llámame mañana, además, nos invita a enredarnos en ritmos más
suaves y tenues que nos hacen soñar: «Solo quiero darme yo una vuelta contigo/
y te cojo el abrigo/ y nos vamos a ver cómo sale el sol tras esa montaña/ si
las nubes no empañan y hace frío en Madrid». Flamenco urbano del bueno que
transita por esa senda de los ritmos más cercanos al pop, en los que una vez
más, la voz de Miguel Campello cobra un gran protagonismo, sobre todo, cuando
solo se hace acompañar por las cuerdas de una guitarra: «La soledad es una cosa
que yo no quiero pa ti ni pa mí». Arrastrando esa bis más anclada en la ortodoxia
flamenca asistimos expectantes a La danza
del fuego, donde las notas se hacen más altas y por momentos abruptas,
proyectándose sobre nuestros sentidos de una forma intensa como una llama que
crece hasta el infinito apenas sin avisar.
La segunda parte conceptual del
disco comienza con Como pá olvidarnos,
donde las guitarras eléctricas hacen acto de presencia para ofrecernos otra de
las caras posibles de una música que está siendo ampliamente revisada por los artistas
que han perdido el miedo ante la fusión de ritmos y sones. Lo que muy bien
podría emplearse para definir Karakataka,
un tema con una fuerza remarcada en la esencia de las palmas y la voz de Campello,
donde reproduce momentos vocales muy profundos y sentidos que transitan hacia
un tono más suave en Entrada y salida,
uno de los ejemplos más comerciales en la música de Miguel Campello que, en
este caso, se acentúa por una letra dura anclada en la droga y revisitada esta
vez por una metáfora que emplea tanto la relación entre entrada y salida como
las palabras dentro del sol; un sol del que nunca se quiere salir, pues
representa la felicidad más completa. Y en Será
vemos de nuevo la aproximación de la música del artista ilicitano a las
melodías más comerciales que, sin embargo no dejan arrastrase más que por la
búsqueda de nuevas fronteras a través de una buena base rítmica afianzada en
una gran sección de viento. Retales de una vida que trasmutan en perfiles más
afilados con Quiero bailar, donde los
ecos devienen en un flamenco-rock muy bien ejecutado y estilizado, pues nos
deja con ganas de repetir las secuencias musicales que nos ofrece. Lo que de
nuevo está presente en Hay que vivir;
un profundo y oscuro rap atribulado en las aguas más hetorodoxas de la música
que Miguel
Campello nos ofrece en Chatarrero; una suerte de amasijos
de un corazón ardiente tiznados de flamenco.
Ángel Silvelo Gabriel.
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