martes, 2 de diciembre de 2014

MIGUEL CAMPELLO, CHATARRERO: AMASIJOS DE UN CORAZÓN ARDIENTE TIZNADOS DE FLAMENCO


Volando sobre un camino de tierra que va y viene, tal da, aparece Miguel Campillo en una pose que rompe la línea del horizonte. Quizá, porque lo importante no está en el más allá, por mucho que el camino a veces aparezca sembrado de zapatos rojos de lunares. La esencia de Miguel Campello se encuentra en la cercanía y profundidad de su voz, que se hace más latente cuanto más sencilla es la compañía instrumental que la adorna, porque también, quizá, no hay mejor arma que la esencia de unas cuerdas vocales para recomponer los amasijos de un corazón ardiente tiznados de flamenco. Chatarrero es una mezcolanza de ritmos y estilos que se unen bajo un denominador común, el alma enraizada en el flamenco del siglo XXI; ese que busca en la fusión de ritmos y sones nuevas vías que le lleven hasta los últimos amantes de ese duende que todavía se encuentra perdido entre naranjos, guitarras españolas y una suerte de sentimientos tan profundos que solo el alma más auténtica y desnuda puede encontrar. Hay un afán innato en la música de Campello por mostrarse al natural, y a fe que lo consigue en canciones como Rosa y Juana: «Y entre naranjos 20 septiembres y alguna flor que regalé por tu mirada/ suenan de lejos la espuma blanca y el manto azul que burlaré con quites de un poema en madrugada». ¿Cabe mayor pureza en tan pocas palabras? Estrofas como esta, apenas acompañadas de una guitarra y un piano, hacen de esta canción, quizá, la mejor del disco Chatarrero.

 
Chatarrero también tiene ese punto de mestizaje que comienza con aires de un flamenco en De mi voz, donde la sección de viento se hace muy presente y sirve para armonizar el resto de la melodía con un punto cercano a Chambao: «Solamente nos queda la vida». En Aire, el protagonismo de la guitarra española está todavía muy latente, y lo hace mediante un punteo que se mezcla con un base de viento que solo se difumina cuando aparecen las palmas para darle un matiz puramente flamenco-chill. Fusiones en alto que buscan afianzar esos nuevos ritmos más actuales, y que funcionan como un perfecto guiño a otras formas de expresar los sentimientos más profundos que Miguel Campello nos muestra a través de sus canciones. De ahí, que Camina se comporte como un perfecto soporte de lo dicho. Una vertiente rítmica que en Llámame mañana, además, nos invita a enredarnos en ritmos más suaves y tenues que nos hacen soñar: «Solo quiero darme yo una vuelta contigo/ y te cojo el abrigo/ y nos vamos a ver cómo sale el sol tras esa montaña/ si las nubes no empañan y hace frío en Madrid». Flamenco urbano del bueno que transita por esa senda de los ritmos más cercanos al pop, en los que una vez más, la voz de Miguel Campello cobra un gran protagonismo, sobre todo, cuando solo se hace acompañar por las cuerdas de una guitarra: «La soledad es una cosa que yo no quiero pa ti ni pa mí». Arrastrando esa bis más anclada en la ortodoxia flamenca asistimos expectantes a La danza del fuego, donde las notas se hacen más altas y por momentos abruptas, proyectándose sobre nuestros sentidos de una forma intensa como una llama que crece hasta el infinito apenas sin avisar.
 

La segunda parte conceptual del disco comienza con Como pá olvidarnos, donde las guitarras eléctricas hacen acto de presencia para ofrecernos otra de las caras posibles de una música que está siendo ampliamente revisada por los artistas que han perdido el miedo ante la fusión de ritmos y sones. Lo que muy bien podría emplearse para definir Karakataka, un tema con una fuerza remarcada en la esencia de las palmas y la voz de Campello, donde reproduce momentos vocales muy profundos y sentidos que transitan hacia un tono más suave en Entrada y salida, uno de los ejemplos más comerciales en la música de Miguel Campello que, en este caso, se acentúa por una letra dura anclada en la droga y revisitada esta vez por una metáfora que emplea tanto la relación entre entrada y salida como las palabras dentro del sol; un sol del que nunca se quiere salir, pues representa la felicidad más completa. Y en Será vemos de nuevo la aproximación de la música del artista ilicitano a las melodías más comerciales que, sin embargo no dejan arrastrase más que por la búsqueda de nuevas fronteras a través de una buena base rítmica afianzada en una gran sección de viento. Retales de una vida que trasmutan en perfiles más afilados con Quiero bailar, donde los ecos devienen en un flamenco-rock muy bien ejecutado y estilizado, pues nos deja con ganas de repetir las secuencias musicales que nos ofrece. Lo que de nuevo está presente en Hay que vivir; un profundo y oscuro rap atribulado en las aguas más hetorodoxas de la música que Miguel Campello nos ofrece en Chatarrero; una suerte de amasijos de un corazón ardiente tiznados de flamenco.

 
Ángel Silvelo Gabriel.

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