"El
tiempo pasa lentamente y acaricia cada hora, cada minuto, cada instante de mi
vida, como solo lo saben hacer las manos de los amantes... pero ya nada
importa. Ni el tiempo ni sus horas ni la más bella de las damas. Todo
desaparece tras el tamiz continuo y perenne del tiempo, del mismo modo que la
luz se fuga en las tardes lluviosas de invierno detrás de la poderosa cortina
de agua que la ampara; y todo, otra vez todo se convierte en un lienzo en
blanco que nada alberga, salvo la esperanza de aquello que puede llegar a ser.
Eterna esperanza que cae como un torrente salvaje desde la montaña. Anhelos reconvertidos
en desgracias que nos marcan las últimas jornadas. Hombre sin sueños, ni deseo.
Estatua inerte de sal, pero de carne y hueso. Aún me queda una última
posibilidad, la última, para vencer al paso del tiempo: acabar siendo un
recuerdo o un pequeño episodio en vidas ajenas. También me puedo reconvertir en
una anécdota revestida de poemas o en un libro que puede ser abierto en la
encrucijada del tiempo. Mi cuerpo descansará en un agujero y mis libros lo
harán confundidos en grandes o pequeños rimeros, en estanterías anónimas o en
desvencijados baúles cargados de nostálgicos y efímeros recuerdos".
(Ángel Silvelo Gabriel, Los últimos pasos de John Keats.
Playa de Ákaba, 2014).
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