martes, 3 de marzo de 2015

CRÓNICA DE LA CONMEMORACIÓN DEL 194 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE JOHN KEATS EN EL MUSEO DEL ROMANTICISMO DE MADRID: UN 23 DE FEBRERO EN EL QUE TEMBLÓ LA TIERRA BAJO NUESTROS PIES

 
El espejo me miraba a mí, pero yo no miraba al espejo. Mis ojos atendían a mis torpes manos, que intentaban realizar por segunda vez el nudo de mi estrecha corbata. Ella por nueva, y yo por inexperto, nos enredábamos en un juego de manos cruzadas y de nudos mal hechos. ¿Y mis pensamientos?, ¿dónde estaban mis pensamientos? Pues en ese instante, repasaban lo que sería el inicio de mi intervención, dos horas  más tarde, en el Museo del Romanticismo de Madrid, justo hasta que todo tembló bajo mis pies y la gran estantería-mural del salón empezó a tambalearse y bailar como si estuviese participando en uno de esos ridículos concursos de baile de la tele. Y así, una y otra vez, hasta en tres ocasiones, mientras mis manos paralizadas sostenían un trozo de tela azul con forma de corbata estrecha. «Un terremoto», pensé. «Esto ha sido un pequeño temblor de tierra sin consecuencias», me reafirmé. Una lógica aseveración, a la que siguió un sentimiento de extrañeza porque nadie hubiese salido ya a la escalera a relatar lo sucedido. Sin embargo, mi mente, ante la nula respuesta del exterior, empezó a cavilar hasta depositarse en la sombra de los fantasmas y las señales premonitorias de mis citas pendientes con el destino. Pero por más que busqué, no hallé ningún signo que satisficiera mi necesidad de encontrar una razón empírica a mis temores. De ahí, y sin mucho esfuerzo por mi parte, llegué pensar en la posibilidad de que el bueno de Keats me hubiese mandado una señal para que me diera prisa y no me demorase más tiempo con el ridículo nudo de mi corbata, pues mi cita con el destino era otra y esa tarde estaba en el salón de actos del Museo del Romanticismo de Madrid, un 23 de febrero en el que tembló la tierra bajo mis pies.
 
La soledad del corredor de fondo se instaló dentro de mí cuando llegué al Museo del Romanticismo (MR). Nadie estaba en la puerta, ni nadie me esperaba, salvo mi nueva cita con el destino. El lugar, la fecha, la conmemoración, es decir, todo, rondaba sobre mi cabeza igual que un platillo volante; un platillo volante no identificado, claro. Una vez dentro, todo ocurrió muy deprisa. Repasé una a una las sillas vacías, los adornos de la alfombra y me quedé extrañado mirando el retrato de cuerpo entero de una Isabel II distante y acostumbrada a este tipo de eventos. La tenue luz del salón de actos hizo el resto, y aplacó mis nervios entre sonrisas incontroladas y preguntas de cómo y por qué a las que sometí a María Jesús Cabrera, siempre atenta, cordial y cercana, tanto o más que mi hermana África muy pendiente de todo cuanto ocurría. El resto fue como un sueño. Primero llegaron los ponentes, con mi querida Anamaría Trillo a la cabeza, junto a Javier Arnaldo, acompañado de mi cuñado Javier, y mi entrañable Alejandro Valero, un miembro más de esta familia keatsiana que no para de crecer. Ahí se rompió la magia del silencio, porque entonces, todo fueron presentaciones y firmas de nuestros respectivos libros, y casi a continuación, llegaron Manuela (mi chica) y su madre (mi suegra), que me transmitieron mucha calma. Ya, sin tiempo para pensar, se abrieron las puertas del exterior, y las personas empezaron a llenar el salón de actos que, en menos de diez minutos, ya estaba lleno. En ese momento yo era ajeno a los pequeños malentendidos y rifirrafes de la puerta. Aprovecho, desde aquí, para pedir disculpas a todos aquellos que no pudieron acceder al acto (alrededor de 30 personas, según me cuentan). Los que pasaron, por encima del aforo del salón de actos, se quedaron de pie, se acomodaron en el suelo —al menos hasta seis o siete personas—, y con muy buen criterio, el personal del MR, con María Jesús a la cabeza, habilitaron la sala lateral que da entrada a la cabecera del salón; una habitación en la que los ponentes dejamos nuestros abrigos y carpetas, y que se llenó de sillas traídas del resto de los despachos del personal administrativo de la institución, y que, como es lógico, se ocuparon en menos de un suspiro. Una vez que todo estuvo listo, comencé mi primera intervención para recordarles a todos los asistentes por qué nos habíamos reunido allí, y anunciarles que ese día las letras españolas intentaban saldar, aunque fuera de una manera modesta, la deuda que las mismas tenían con la figura y la obra del gran poeta romántico inglés. Antes de iniciar mi rueda de agradecimientos, leí las últimas palabras de Keats antes de morir, e incluso aclaré la controversia existente respecto de su fecha de fallecimiento, un 23 de febrero de 1821. También aproveché para expresar mi pleitesía, tanto a John Keats (al que tanto le debo) como a mis lectores, y a todos aquellos que me han acompañado en este maravilloso y mágico viaje.
 
Javier Arnaldo finalmente nos habló de John Keats a través de los cuadros en los que había sido retratado, dejándonos muy claro su gran dominio del movimiento romántico y su debilidad por Goethe, del que es un gran experto. Esa glosa de la figura del poeta a través de las pinturas y dibujos, nos proporcionó a todos esa otra visión del poeta, pegado a la naturaleza, unas veces; sufriendo en el lecho del dolor, otras, pero sobre todo, nos facilitó la comprensión del tiempo y el espacio en el que vivió el poeta; una confrontación del espacio tiempo que nos arrojó mucha luz sobre la trascendencia de su obra y su victoria final sobre el paso del tiempo.
 
Alejandro Valero centró su intervención en el análisis de las tres odas más importantes de Keats, dejándonos claro por qué introdujo y tradujo ese fabuloso libro titulado John Keats, Odas y sonetos, que la editorial Hiperión editó allá por 1995 y que en 2014 ya conoce su sexta edición. Alejandro posee una mirada muy especial y única sobre la obra de Keats, y gracias a él, al menos yo, he llegado a entender y comprender mucho mejor tanto su obra como su mensaje. Bellísimas palabras las de Valero, que intercaló con versos de Oda a un ruiseñor, Oda a una urna griega y Oda al otoño (la obra maestra de Keats y una de las más importantes de la lírica inglesa de todos los tiempos). Afanado en esa búsqueda de la belleza en la que tanto empeño puso Keats, Alejandro nos llevó de la mano hasta esa última morada donde el poeta por fin se deshizo de la ironía presente en sus primeras composiciones poéticas, para dejar paso, definitivamente, a la realidad, a la que el poeta viste de sabiduría y belleza. Como muy bien nos apuntó Alejandro al final de su intervención: «A medio camino entre la realidad y el deseo, el poeta bucea en el misterio, sondea la eternidad, disfruta del éxtasis poético, y después regresa para decirnos que la realidad y la belleza se encuentran unidas en el arte, y que nosotros podemos disfrutar de todo ello aquí en la Tierra volando con las alas de la poesía. Este es su verdadero legado».
Anamaría Trillo puso en valor los valores intrínsecos al movimiento romántico que, si hubiese que destacar alguno por encima del resto, este sería el del ansia de libertad de su componentes, bien es cierto, que esa libertad, les llevó en la mayoría de los casos, a vivir sus días al límite, mirando siempre muy de cerca a lo más profundo del acantilado, al que finalmente acudieron antes de lo deseable. Esa temeridad que siempre nos infunde el valor, también fueron el motor con el que alimentaron sus palabras que, como sombras del héroe, tiñeron de genialidad las obras de las que fueron autores, lo que les ha llevado a lo largo del tiempo, a describir una estela a la que poder seguir muchos años después, como si todo fuese igual que uno de nuestros últimos deseos.
Mi ponencia giró en torno a varias preguntas, si bien, la esencial fue la primera que formulé en voz alta: ¿qué ser un poeta? Y a partir de ahí, todo fue un continuo esfuerzo, por mi parte, en poner en valor la figura y la obra de un poeta injustamente olvidado que, sin embargo, ha conseguido (como solo él podría ser capaz de hacer) levantarse de las cenizas de su propia tumba para erigirse en un ejemplo a seguir. Su obra está plagada de los más grandes ideales y de los más bellos anhelos a los que puede aspirar cualquier ser humano a lo largo de su vida. Y su integridad, sin duda, por encima de cualquier otro, si exceptuamos esa intrínseca búsqueda de la verdad a través de la belleza. Todo gira alrededor de ese mundo donde vida e idea puedan ir de la mano sin contradicciones aparentes, y para ello, el poeta les dota a ambas del aurea de la verdad. Tampoco me quiero olvidar del cariñoso homenaje que quise rendir a José Guillermo Paradinas Brockman (tataranieto directo de Fanny Keats, la hermana pequeña de John) y su mujer María Jesús, por venir desde Salamanca y querer estar presentes en tan insigne fecha. Ellos y yo, entendimos que este 23 de febrero de 2015 era importante, y se lo debíamos al poeta, de ahí, que todo nuestro empeño estuviese en darle la trascendencia debida a esta efeméride. Desde aquí, también quiero mostrarles mi agradecimiento, cercanía y reconocimiento por ese gesto, y por ser esa llama que mantiene viva la presencia de John Keats entre nosotros. A lo que añadiría, como ya dije el pasado lunes, que alguien debería reconocerles el verdadero valor que tienen, por ser ellos el testimonio vivo del legado de un gran poeta.
El acto del MR acabó cuando el actor David García nos recitó el poema ¿Por qué reí esta noche? David es un gran actor de la Sala Tribueñe de Madrid, y no exagero cuando digo que nos puso a todos los pelos de punta y nos emocionó sobremanera, pues su interpretación de este sentido poema de Keats, fue sencillamente magistral.
 
 
La conmemoración del 194 aniversario de la muerte de John Keats tuvo su colofón, que no su punto y final, en la madrileña librería de Tipos Infames, donde tuvimos el privilegio de asistir al recital poético de diez de los poemas más importantes del poeta inglés seleccionados por Alejandro Valero. Todos ellos contaron con una breve introducción con la que intenté ilustrarlos de cara a arrojar algo de luz a los más neófitos en las lides poéticas keatsianas. Una sinfonía de imágenes y sentimientos, con las que cada una de las voces que intervinieron, nos hicieron sentir las poderosas alas de la poesía; poderosas e infinitas, diría yo. Esta pléyade de valientes que quedará en nuestro recuerdo estuvo compuesta por: Anamaría Trillo, Mayte Silvelo, Inma Barrionuevo, Irene Polo, Mª Luisa García Budí, Ana Paszzati, Alejandro Valero y David García.     
  
Ángel Silvelo Gabriel.

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