No volváis a preguntarme qué es
el amor, porque ahora huyo del placer que se posó sobre mí como si fuera una
vulgar dormidera. No volváis a preguntarme qué es el amor, porque ya soy vieja
y mis manos están llenas de arrugas; arrugas que buscan caricias entre los
recuerdos de una juventud que se quedó a vivir en ayer. Quiero marchar ataviada
con soles y sombras, bajo una infinita capa oscura que me proteja de la falsa
deidad del amor. Allá quiero ir, a esa tierra donde los poemas no tienen nombre
y las mariposas se posan en la parte más alta de la pradera. Dejadme marchar y
no me paréis, porque quiero ir sola hasta el límite de la valla que separa la
realidad de los sueños... Y ahí quiero permanecer, donde las soledades del amor
y las infidelidades del deseo surcan el horizonte dibujando regueros de sangre
y pasión. Limpios y sucios, transparentes y atormentados, como los señuelos que
deja el reflejo de un cristal que, efímero, se deposita en el alma de una mujer
que ya no es aquello que siempre quiso ser. Mujer
de trapo, mujer de barro. Mujer con alma que representa al amor como si
ella misma fuera ese grito de libertad que nos lleva hacia la tierra prometida.
Mujer flecha, mujer horizonte, mujer cuenco, mujer nieve…, y así, hasta que
logra fundirse con el calor de una larga declamación de intenciones o íntimas
necesidades, pues quizá, no quepa una mejor secuencia de palabras-bala para
definir el actual estado creativo de la poeta, Noemí Trujillo, que
marcha, ya sin miedo, hacia un tipo de narración más cercana a la prosa, como
si sus versos necesitaran de un nuevo espacio en el que ahondar en sus
obsesiones, todas ellas muy cercanas a múltiples dualidades: madre-hija,
realidad-sueño, poeta-editora, éxito-fracaso, literatura-deseo...
En esta última parte de su
Antología poética, Un lugar con nieve,
Noemí
Trujillo cambia y se resquebraja como solo lo pueden hacer dos
continentes en un gigantesco movimiento de tierras. De ese cataclismo nace una
nueva voz poética, omnipresente, ya, en Velma
y yo (2014); un poemario que no necesita del apoyo de un prólogo, porque se
sostiene por sí solo. Hay una nueva tensión en los poemarios y en los poemas
que conforman el final de este ambicioso Coloso,
pues todos ellos pugnan por salir al exterior como la lava de un volcán: a
borbotones, o a través de aureolas incandescentes del propio cuerpo de la poeta. En ellos, asistimos a otra
necesidad, la crear de algo nuevo y diferente: «Mi voz rompió contra mis
fauces,/ mi voz que no era ya mi voz». Allí, donde sí se pone nombre a los
huracanes, la escritura y la poesía, junto a la soledad del creador, siguen
formando parte del corpus creativo de
la poeta que, sin embargo, ahora juguetea con ese íntimo y extraño sentimiento
que es el de sentirse extranjero dentro de uno mismo; un lugar donde no somos
capaces de reconocer ni a nuestra propia sombra: «Intenté curarme de mi
timidez,/ quería ser bailarina o trabajar en el cine:/ ser la reina de las
artistas./ Pero fue una pérdida de tiempo». Un miedo que también se eleva por
encima de esta nueva voz, hasta convertirse en algo propio: «Tengo miedo a la
muerte/ y la desesperación,/ del agua oscura/ y de la no permanencia de mis
versos./ Tengo miedo del mañana». Aquí la necesidad del artista por traspasar
la barrera del tiempo nos define a una poeta que quiere la eternidad de otra
forma, no dando a luz a una nueva vida, sino inmortalizando su esencia a través
de las palabras. Quizá, porque sumergida en los poemas de Gil de Biedma se dice a
sí misma: «Hablaremos a solas,/ sin mirar a nadie,/ leeremos el poema más
largo/ de Jaime Gil de Biedma,/ «Pandémica y celeste», pasaremos/ de la
desolación a la angustia,/ tocaremos la ternura,/ la comprensión,/ incluso la
felicidad,/ en noventa y nueve versos». Una referencia, la de Biedma,
que se posa sobre sus versos cuando nos expresa: «Aspiro a ser poema,/ más que
poeta». En una transparente declaración de intenciones muy cercana al famoso
verso del poeta: «yo prefiero ser poema y no poeta». Quizá, porque también, Noemí
Trujillo, piensa lo mismo que Biedma: «Que la vida iba en serio…»
¡Corre, Edith Napoleón! (2010) es una vuelta al pasado creativo de la Sra.
Trujillo, y a la vertiente más social de su obra poética, como muy bien
nos aclara en la introducción de este poemario, que busca darle voz a los que
no la tienen. Voces sin voz, a los que sin embargo, la poeta les pone nombre,
como hace en el primer poema titulado Edith:
«Probablemente no era tu verdadero nombre./ Huiste de la guerra de Sierra
Leona/ para encontrar en España rechazo,/ desprecio, violencia y muerte». Una
denuncia existencial que ahora revierte hacia el exterior, y que nos deja una
muestra palpable del compromiso de la poeta con su tiempo, a pesar de definirse
a sí misma como una poeta cobarde, y
que de nuevo se hará palpable, cuando aborde la actual situación de Cataluña.
Guerrilleras de la vida (2011) es un conjunto de poemas que la Sra.
Trujillo expuso en el Festival
Vilapoética, y que, fueron y son, el motor y el recuerdo de una macro
quedada poética en Viladecans, en la que se dieron cita 265 poetas de toda
España. Poemas que comienzan así: «Mujer que te conoces/ y te aceptas/ y te
niegas a ti misma./ Ha llegado la hora de tu canto», y terminan en una especie
de melodía del amor: «Amar,/ Amare,/ diligencia./ Oigo tus oraciones,
tus promesas».
El
resto de los poemas que conforman esta Antología han sido publicados, en su
mayoría, en el blog de la autora: www.noemitrujillo.blogspot.com,
y son la muestra más palpable del recorrido de sus íntimas obsesiones a lo
largo del tiempo. Rasguños creativos que profundizan en nuestra piel, como el
contundente: «Nunca es insignificante un verso», pues no se puede decir más con
menos, y de paso, nos relata la importancia que para la poeta tienen cada una
de sus composiciones. Reflexiones que abordan la felicidad en La felicidad es un ave muy gregaria, o
que nos muestran su faceta más explosiva con el poema Escritor es uno entre mil, donde nos deja muy claro su posición al
respecto. Noemí Trujillo también se erige en heroína cuando se sube a la loma
de la libertad, igual que si fuera la mujer del cuadro de Delacroix, La libertad guiando al pueblo, al
mostrar sin miedo su posición respecto de la comunidad autónoma, al borde de un
ataque de nervios, que hoy en día representa Cataluña; una mala réplica del
histerismo almodovariano, pues está desposeído de su gracia y brillantez:
«Volvamos a celebrar fiestas/ alegremente/ (sin banderas),/ fiestas que sean
solo/ una celebración». Un espacio real y sentimental, el que la Sra.
Trujillo recorre a través de Barcelona y sus gentes, donde los reflejos
dorados de antaño, hoy se han convertido en una manada de turistas dispuestos a
acabar con todo, cual plaga bíblica que tampoco tiene solución. Pero,
Barcelona, también representa esa sensación de ser extranjera en una tierra a
la que la autora nunca ha sentido que pertenecía: «Hija de la periferia,/ de
madre catalán y padre andaluz,/ mi ciudad quiso marcarme/ con la etiqueta de
«charnega»…/ como un novio orgulloso y de clase alta/ Barcelona me rechazó».
Menos mal que aún nos queda espacio para la esperanza: «Volvamos a la armonía/
a recuperar la ilusión/ por las cosas perdidas,/ al sentido común».
La otra
parte más oculta de esta nueva luna reconvertida en poemas, es la que nos
muestra la voz interior de la poeta en esa lucha sinsentido y sin cuartel que
significa el día a día del creador, siempre batallando contra sus propios
demonios: «Ente otras cosas/ aquí me tienes,/ con tres clavos de alegría./ Entre otras cosas./Herida,/ caída,/ pero
no quebrada», lo que en ocasiones la lleva a querer emprender una nueva huida,
de sí misma, de todo: «Quiero cambiar una habitación por otra,/ quiero
cambiar./ Cambiar de casa,/ de barrio,/ pasar página… Ya sé que nadie lo
entiende,/ que mi deseo/ duerme/bajo papel emborronado». No obstante, esa
búsqueda no necesita de una aprobación que no sea la de la propia voz poética:
«Resignada,/ paciente,/ espero el próximo poema;/ siempre rozando la nada,/
siempre callando…/ algo más hondo».
Un
lugar con nieve es el manicomio del
amor, porque las flores crecen sin necesidad de agua, los deseos brotan alejados
de las caricias y la máxima expresión de la felicidad apenas precisa algo de
ternura. La realidad y la vida fluyen y se retan cual cometas que, en el aire,
chocan y caen a un espacio exento de viento, pero no de miedos. En este último
cielo, donde la búsqueda de los territorios perdidos nos llevan a un escaparate
lleno de vestidos rojos, los francotiradores afinan su puntería hasta conseguir
llenarnos los sentidos y el corazón de disparos certeros que no matan y sí nos
resucitan una y otra vez, igual que una moviola donde poder repetir todas las
veces que queramos nuestra propia caída. Y justo, al otro lado, donde la poesía
es la mejor aliada del silencio, una red se dedica a recoger los versos que
produce la noche; versos de una niña abandonada que ya no tiene miedo a andar
con zapatos de tacón, y mientras tanto, entre traspiés y traspiés, los poemas creados
con la pasión del tiempo se dedican a crear un nuevo universo; una tierra
prometida donde la nieve se derrite con el calor del amor y las huellas de
nuestros furtivos encuentros. Quizá, porque como nos dice la voz de la poeta: «Amar
es habitar juntos/ un lugar con nieve».
Ángel Silvelo Gabriel.
PD: esta reseña es la tercera de tres
sobre el poemario Un lugar en la nieve
de la autora Noemí Trujillo. Fin.
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