Ayer era el día, la cita más
importante que el nuevo mundo indie patrio tenía apuntada en sus calendarios
desde que se anunció el concierto, y en muy poco tiempo se agotaran las entradas. Uno
para todos y todos para uno era el lema, al mejor estilo D'Artagnan; un aroma
que ya se respiraba en los aledaños de la Sala La Riviera de Madrid en la cola
de entrada. Una sensación, que se corroboramos desde el primer tema, el primer
estribillo, la primera nota... Sin embargo, y a pesar de ese ambiente eufórico
que rodeó al antes y al después del concierto, uno se fue con la sensación que
ayer, sí, ayer, Izal dejó pasar el tren y desaprovechó una magnífica
oportunidad para disputarle el cetro del indie español a Vetusta Morla. Por mucho
que todo aquel que pasaba a mi alrededor y me veía escribir en mi moleskine,
estrenada para la ocasión, me dijese eso de: "conciertazo eh, pondrás que está siendo un conciertazo",
quien suscribe se quedó con la sensación que ayer Izal se quedaron solos en
el escenario (por muy llena que estuviera la sala) trovando canciones desnudas,
porque al alumno más destacado de la clase, que además, se presenta a subir
nota para que le pongan matricula cum lauden, se le debe y se le tiene que
exigir más. Uno no sabe si el exceso de responsabilidad (que lo había), o esa
sensación de tsunami que tiene todo éxito tipo catarata gigantesca al que Izal
ha hecho frente en muy poco tiempo, o quizá ese miedo al ver dos mil quinientas
personas cantar y gritar tus canciones al unísono, te dejan un poco fuera de
juego, como en una nube que te anestesia para dar ese punto de más que ayer
hacía falta.
Izal presentó sus canciones
de una forma limpia y muy bien ejecutadas en directo, pero sin matices
distintos a los del disco (quizá uno no cae en la cuenta que están hechas para
bailar). Y puestos a comparar, porque ese parece el vicio que a todos nos
asiste cuando nos ponemos a alabar o criticar a alguien, eché mucho de menos
ese trabajo previo, donde el grupo, en forma de obsequio a sus fans, les regala
algo nuevo. Lo que por cierto sí hicieron unos señores de Murcia a finales del
año pasado en Madrid, cuando presentaron en la capital su nuevo disco con
canciones que suponían un cambio de rumbo en su carrera, y que sin embargo, en
directo supieron acoplar a la perfección. Sí, porque ayer uno se quedó con la
sensación que Izal no preparó el concierto para que fuera algo diferente al
de cualquier otro fin de semana en cualquier otro punto de la geografía
española, y no porque Madrid sea más que cualquier otra ciudad, sino porque el
de ayer era "el concierto". Por ejemplo, ¿dónde estaba una potente
intro? (algo que los grupos anglosajones manejan la perfección y con suma
sencillez), pues ayer sí que daba para algo más que un juego de luces y cuatro
efectos de niebla (echen cuentas, quince euros por dos mil quinientas personas).
Es verdad, que quizá su frenética aparición en todos los lugares donde se cuece
algo de la escena independiente, les ha llevado a una omnipresencia que les ha
podido dejar sin tiempo para otros menesteres, pero para alguien, como quien
suscribe, que entiende la música de una forma global y no solo como una mera
ejecución limpia y aseda de unos temas sobre el escenario, lo visto y oído ayer
no fue suficiente.
Ayer mientras veía a Izal
sobre el escenario, recordé muchas veces a Vetusta Morla sobre ese mismo lugar,
cuando llenaron una semana seguida la misma sala, y aunque uno no es muy fan de
su música (algo que uno obvia cuando hace una reseña), me quedé sin argumentos
en su contra, porque fui testigo de un derroche de energía y sonido
inigualables, a los que tuve que unir una gran maestría a la hora de manejar
los tempos sobre un escenario. Y al terminar el concierto, ese día, sí fui plenamente
consciente que estaba delante de los nuevos amos de este negocio; una sensación
que ayer no pude corroborar. Izal que, como he escuchado en
alguna ocasión, parecen los hermanos pequeños de Vetusta Morla, ayer dejaron
pasar una magnífica ocasión de poner en entredicho el cetro del hermano mayor,
pues uno se quedó con la sensación que ayer no fueron más allá de ser coronados
como los reyes del kararoke colectivo. Ese estigma, a lo Celtas Cortos de algunas
de sus canciones, se acopló a la perfección con esa especie de pogo rural que
tan bien interpretan sus seguidores (todavía estigmatizados por el Sonorama del
año pasado) fue lo más llamativo de su actuación, junto a sin duda, esos
rasguños de guitarra que en determinadas canciones se asemejan descaradamente a
los grupos del medio oeste americano. Un detalle del que suponemos ayer
disfrutó parte de la plantilla de Radio 3 presente en la sala, y en concreto Santiago
Alcanda, al que vimos (la cadena estatal retransmitió el concierto en
directo).
Dicho lo cual, uno tampoco puede
obviar lo obvio, que Izal son unos magníficos creadores
de himnos de largas estrofas con mensaje y de brillos en sus guitarras que,
salvo para el que suscribe, ayer salieron por la puerta grande con dos orejas y
rabo, pero que a mí me dejaron sin metáforas, quizá porque la cubierta de La
Riviera todavía me recuerde demasiado a una sala de fiestas mal tapada con una falsa
cubierta de lona, igual que uno mismo, que se ha debido caer por alguna grieta
del tiempo sin todavía darse cuenta de ello, dejándome varado en el lecho de
los deseos imposibles.
Ángel Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario