La dificultad a la hora de redefinirse a un mismo, y a su carrera, es no caer en el foso de las causas perdidas. Y en este sentido, Nawja Nimri se ha reinventado a sí
misma en una especie de nueva efigie que se difumina en tenues atmósferas
teñidas de deseos. Bajo una peluca rubia estilo Marilyn y una estética descaradamente
warholiana, y por ende, pop-art, adorna a sus nuevos sonidos de fogonazos de
máquina que alternan muy bien con otros ritmos menos desesperados pero no menos
duros. Una gran parte de este disco llamado, Rat Race, es
profundamente metálico, donde la sincronización de las secuencias no esconden
ese signo rompedor que subyace en buena parte de sus arreglos y matices.
Sonidos pesados que buscan demoler conciencias sin necesidad de redimirnos de nuestros
pecados, pues Nawja Nimri ya se nos presenta en la portada del disco como la
nueva Eva del pecado original, pero sin manzana ni pezones (como ella misma
explica en las entrevistas que la han realizado a colación de la publicación
del disco). Provocadora o no, Nawja Nimri ha optado por no
quedarse quieta y arriesgar una vez más en esta nueva puesta de largo de su
carrera. Su voz, no potente precisamente, busca abrigo en un inglés que la hace
más libre, y se refugia en esa música electrónica del siglo veintiuno que se
conjuga como la nueva conjura de las danzas. Un cóctel explosivo que no va a
dejar indiferente a nadie, pero que va a modelar a la perfección los oídos de
los más jóvenes, ávidos de experimentar con nuevos sonidos.
Sin embargo, en este cóctel pleno
de lujuria, atrapamos dos grandes canciones que apuestan por unas melodías más
elaboradas y atmosféricas. En este planeta de baile que nos propone Nawja
Nimri, navegamos por la secuencia de los sueños en canciones como Timeless, un medio tiempo puro, evanescente
y evocador como pocos, sin duda, uno de los grandes aciertos del disco. Y
cuando apenas somos capaces de recuperarnos de este viaje onírico, nuestros
sentidos se tropiezan con un bajo tan demoledor como adictivo en Ballerina Legs, la mejor canción del
disco, donde la presencia de ritmos e invitación a caer prisioneros de las
secuencias que nos propone Nawja son imposibles de contener.
Puro pecado repleto de una codicia que nada tiene que ver con el dinero, pues
aquí hablamos de atmósferas teñidas de deseos.
Ángel Silvelo Gabriel.
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